Muchos son los
análisis que versan sobre la Educación en Chile, partiendo de los resultados de
pruebas estandarizadas hasta de los factores económicos que impiden su
desarrollo y mejoramiento de la calidad. Todas contribuciones que no pasan de
una opinión “técnica” por no decir “científica”, pero que más allá de
maquillajes superficiales no pueden proponer un cambio substancial del sistema,
pues todo gira con una tesis central como fundamento; el colegio como
institución se mantiene. Algo que sencillamente es increíble si entre las
muchas propuestas encontramos que puede cambiar la institucionalidad estatal,
pública, privada, interna del Ministerio de educación, pero en nada la del
Colegio, Liceo o Escuela.
Este asunto nos hace pensar que el
modelo de disciplinamiento y del espacio ideal para la promoción y reproducción
del pensamiento ideológico dominante o hegemónico, como lo llamó Gramsci,
cumple bien su función y no está puesto en cuestionamiento, por tanto se buscan
estrategias para que dicha función mejore en calidad, porque no se está
pensando en el desarrollo integral del ser humano, en este caso de los miles de
niños y niñas y adolescentes, sino que en las exigencias de un modelo político,
económico y social como lo es el Neoliberalismo, en cuya base tiene como
objetivo fundamental el “saber hacer dinero”. Esta condición ineludible a
cualquier sujeto es la que obliga a poner en funcionamiento una serie de
mecanismos desde el aparato institucional que viene a ser el colegio. En este
sentido hemos visto cambios curriculares como la disminución de horas a
filosofía, artes, historia, idiomas distintos del inglés, educación cívica,
entre otros aspectos que incluyen: cambios en la prueba de selección para el
ingreso a la universidad, mediciones periódicas en asignaturas como inglés y
educación física (Simce) y un aumento de exigencias que sobrecargan la labor
docente bajo el prisma de la competencia, el cual pone un énfasis primordial en
la obtención de resultados favorables y no en el desarrollo integral del
educando. Es decir, la calidad de la educación se mide por los resultados de
una prueba y no por la calidad de vida y desarrollo que puede alcanzar un niño
o niña en el conjunto de la sociedad. Con esto cambia la lógica de entender la
educación como un proceso de formación a una lógica efectista y exitista en que
unos logran sobresalir de otros porque tienen cualidades diferentes,
especiales, es decir, se rompe el criterio de igualdad por uno de “virtud”. Esto
último ha impulsado un conservadurismo segregador en que han establecido colegios de
“excelencia” para “virtuosos” y otros para los “no-virtuosos”. No obstante,
nuestro cuestionamiento aumenta cuando vemos la etimología de la palabra virtud,
que en griego es areté de misma raíz
que aristós, origen de la palabra
“aristo-cracia”.
Pero la dificultad de cómo abordar
el problema de la educación no pasa por la sola crítica de las direcciones que
asoman en las soluciones a esta “preocupación por la calidad” sino también por
una observación más precisa al colegio como institución. En este espacio la
gran crítica interna, es decir; de los propios docentes, es la pérdida de
autoridad de los profesores, la nula participación de los apoderados en las
necesidades de sus hijos, magros resultados en las pruebas por cada ramo, la
pobre obtención de los objetivos formulados en cada asignatura, mala
infraestructura, bajos sueldos y un largo etcétera. Pero si estos elementos los
vemos como consecuencia y no como causa, nos vemos obligados a buscar fuera del
espacio institucional del colegio para encontrar los orígenes de sus
dificultades.
Ahí, en el desarrollo
socio-cultural, político y económico es donde vemos que los problemas sobrepasan
las posibilidades reales del colegio como institución, porque la exigencia de
resultados va en dirección opuesta a las necesidades particulares de cada
sujeto para su formación, por lo que la lógica de una imposición normativa de
aprendizajes estandarizados parte con un desequilibrio imposible de subvertir
en el aula de clases, puesto que no se está comprendiendo al educando como un
ser humano en todas sus dimensiones sino como un ente racional y reproductor de
conocimientos, en una enseñanza mecánica de aprendizajes formales que
representan en muchísimos casos una cuestión de segundo y tercer orden, ya que
hay necesidades afectivas, alimenticias e incluso materiales más significativas
para el niño o niña que el aprendizaje mecánico de una fórmula matemática.
De este modo, vemos que el colegio
creado para el desarrollo de una educación formal de enseñanza-aprendizaje está
desbordado como institución, puesto que los factores socio-culturales,
políticos y económicos crean dificultades humanas mayores que las
pre-visualizadas en una sociedad que tenía como base orgánica y estructural la
familia en su sentido clásico; papá, mamá y/o hermanos. Hoy, las exigencias
para la supervivencia en la sociedad está sufriendo la mercantilización de todas
las relaciones humanas, lo cual ha llevado a que de un concepto de familia pasáramos
al de grupo familiar y de ahí a lo que Inmanuel Wallerstein llama unidad doméstica económica, no porque en
una sociedad capitalista Neoliberal como la nuestra todos busquen la
acumulación del capital, sino porque se ven en la necesidad imperiosa de
aumentar sus ingresos para subsistir y consumir, lo cual motiva la vida en
grupos que no necesariamente poseen lazos sanguíneos. De ahí que el problema
educativo no puede ser visto únicamente como una cuestión cognitiva o de
dificultad de aprendizajes desde ópticas psicológicas individuales sino que
deben ser integrados los factores externos y propios de la sociedad a la hora
de una evaluación, donde queda de manifiesto que el problema de la calidad de
la educación es más profundo que una discusión sobre factores económicos, de
gestión o de resultados en pruebas estandarizadas. Por lo cual, es necesario
evaluar la institucionalidad de los colegios como instancias de
enseñanza-aprendizaje formal solamente, incorporando elementos de desarrollo
cultural y realización personal, pero no ensimismados como comunidad sino que
en diálogo con otras comunidades, para que no solo se genere una subversión de
las dificultades sino también para la construcción de una sociedad distinta,
donde primen valores como la solidaridad y la igualdad.
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