lunes, 30 de diciembre de 2013

La vía chilena al Socialismo. El pensamiento político de Salvador Allende. Introducción

Introducción
(Este extracto corresponde a la introducción del libro "La vía chilena al Socialismo. El pensamiento político de Salvador Allende")

Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
K. Marx, XI Tesis sobre Feuerbach
           
Esta famosa interpelación de Marx hace más de 150 años sigue estando vigente en una actualidad tan vertiginosa como desmesurada. La desigualdad, el consumo, el individualismo, la competencia, los medios de comunicación y la conexión global nos hacen creer que vivimos en un mundo instantáneo, sin historia y en un eterno presente. No obstante, esta actualidad construida sobre diversos procesos de luchas y aplastamientos no puede quedar indiferente sobre sus causas y orígenes, como tampoco puede ser reflexionada críticamente sin considerar los caminos alternativos de la historia en los intentos por cambiar el curso de la misma, ya que el ser humano entre sus múltiples condiciones y a pesar de los diferentes intentos de aniquilación de su subjetividad, conserva su ser histórico.
Mirar el pasado no es un ejercicio limitante, muy por el contrario, es un acto de apertura y ampliación del horizonte para una comprensión de la actualidad y una proyección del futuro, siendo justo a ese mirar hacia el que dirigimos esta exigencia de Marx, pues no se trata de ir en búsqueda de una nueva interpretación del mundo sino de un conocimiento que nos permita construir otra realidad, ya que el sentido no es conocer la historia para su conservación sino para su ruptura, en una actitud que es propia del conocimiento histórico, porque tal como nos lo dice Eduardo Galeano “toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto futuro. Se obliga al zombi a comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación.”[1]
En este sentido, el presente trabajo se enmarca dentro de los estudios del pensamiento y la filosofía latinoamericana. Esta vertiente, poco reconocida en la academia chilena, hoy se revela como una contrahistoria del pensamiento, ya que centra el esfuerzo de su trabajo no solo en autores olvidados y eliminados del recorrido intelectual por quienes privilegian, en las diferentes ciencias sociales y humanas, el estudio sistemático de las concepciones racionalistas y positivistas europeas y norteamericanas, en una acción que conserva uno de los mayores vestigios de la cultura colonial del siglo XVI, sino también como una forma de romper con el dominio hegemónico y de negación de nuestra propia condición mestiza. Volver la mirada sobre nosotros mismos ha tenido como consecuencia un desarrollo sostenido de novedosas y particulares metodologías de análisis, rompiendo, de algún modo, con el dominio epistemológico de teorías completamente exógenas que se instruyen y aplican en los estudios académicos sobre América latina, cuyas conceptualizaciones y teorías terminan reduciendo nuestras particularidades y creaciones a epifenómenos del pensamiento y la cultura europea.
No obstante, no se puede negar que el desarrollo del pensamiento filosófico y político, como también de la cultura de nuestra América, están marcados por el avance de Occidente. La europeización y el cosmopolismo realizaron grandes modificaciones a la sociedad latinoamericana durante el siglo XIX. Las huellas y vestigios del liberalismo y el positivismo son condicionantes de nuestro desarrollo socio-cultural y político, encontrándose aún presentes en las nuevas construcciones sociales, porque como bien  lo señala Leopoldo Zea, “la historia de las ideas de esta nuestra América no se refiere a sus propias ideas, sino a la forma como han sido adaptadas a la realidad latinoamericana, ideas europeas u occidentales.”[2]
Esta apropiación cultural[3] como la denomina Bernardo Subercaseaux, la abordaremos del que, a nuestro entender, es un concepto más claro para afrontar el desarrollo cultural latinoamericano, puesto que hace una reivindicación de nuestra condición mestiza por sobre aquellas que abordan la realidad sociocultural de América latina como un epifenómeno de Occidente. De esta manera hemos decidido llevar adelante nuestro estudio teórico desde la explicitación de la transculturación que sufren las ideas apropiadas desde el viejo continente.
Este concepto de transculturación,  desarrollado por Fernando Ortiz y utilizado por Ángel Rama en sus estudios literarios, lo entendemos como el vocablo que mejor explica el transcurso que sufren las ideas asimiladas, ya que en este proceso se genera una síntesis de las ideas extranjeras y las propias para originar un nuevo pensamiento. La modificación cultural en los nacientes estados nacionales se produce inicialmente por “la inmigración de ciudadanos europeos en número progresivo a partir de mediados del XIX hasta alcanzar la segunda década del XX, contribuirá por una parte, a fortalecer los procesos de creación, aceptación y transmisión de nuevos valores, objetos y acciones de la cultura y, por otra, a disolver algunos de los patrones culturales ya existentes.”[4] Por lo que esta fase resulta crucial para nuestro trabajo, ya que al recoger el antecedente del modo y estado en que surgen las ideas reivindicativas y revolucionarias, podemos reconocer las características de la construcción del imaginario político de  las clases populares, y la posterior formación de los partidos políticos de izquierda en Chile. Así, el estudio de este fenómeno se vuelve importantísimo para comprender la raíz del pensamiento político de Salvador Allende.
En este sentido, esta investigación se vuelca sobre los acontecimientos socio-culturales en los que es posible advertir el antecedente histórico anterior que origina los postulados fundamentales que dan sentido e identidad al proyecto político-social de la Unidad Popular. Bajo esta óptica, entonces, apreciamos el pensamiento político de Salvador Allende como una filosofía de la praxis.
Ahora bien, antes de proseguir, debemos señalar algunos antecedentes sobre esta filosofía para comprender desde otra vereda, es decir, desde la heterodoxia, el carácter marxista del pensamiento político de Salvador Allende. En primer lugar, hay que decir que este concepto de praxis tiene su origen en las lecturas y el estudio del italiano Antonio Labriola[5] sobre el materialismo histórico, y que posteriormente fue recogido por Gramsci en sus análisis e interpretaciones del marxismo[6]. Este concepto sirvió para nombrar la nueva filosofía que inauguraba Marx[7], cuyos fundamentos están señalados en las Tesis sobre Feuerbach[8]. En éstas, se establece el hecho novedoso de radicar el surgimiento de la teoría en y para la acción, por tanto se nutre en y con la práctica social.
Esto rompe definitivamente con la filosofía puramente formal y metafísica anterior, abriendo un nuevo horizonte para la práctica intelectual. De este modo, estudiar a pensadores latinoamericanos como promulgadores de postulados filosóficos es a contracorriente, más aun si estos no son intelectuales que integran la academia, sino que son políticos o al menos tuvieron una definición y participación política en el momento que les tocó vivir. Por lo que la crítica, hecha por Marx, a los modos de interpretar el mundo de parte de los filósofos, marca el inicio de una nueva manera de hacer filosofía, y también de comprenderla.
De este modo, nuestra labor investigativa se inicia en el estudio del pensamiento y la cultura chilena dentro del contexto de los estudios latinoamericanos, centrando el análisis en las formas por las cuales adquieren identidad las ideas políticas occidentales con la realidad socio-cultural de nuestro país. Este fenómeno manifestado en diversas expresiones termina construyendo, a contracorriente de lo señalado en la historia oficial, un acervo intelectual y artístico de carácter popular, vanguardista y propio.
El estudio de la denominada Vía chilena al socialismo se encuadra dentro de la necesaria mirada a la historia de los hechos y planteamientos sociales, pero también de las formas discursivas no clásicas de las ideas políticas y filosóficas. Esto lo hacemos con el propósito de comprender la construcción de las ideas programáticas que como sujetos de clase lograron desarrollar los estratos populares y los partidos políticos que conformaron la UP, más allá de un dogmatismo teórico ortodoxo y con diversas carencias en la teorización que se desarrollaba al respecto.
Dentro de este reconocimiento de las ideas que configuran las bases del proceso chileno, consideramos que el pensamiento político de Salvador Allende fue un elemento central y articulador de esta construcción, más allá de su rol como presidente y líder del proceso social de la Unidad Popular. Esto motivó que el eje de nuestro trabajo entrecruzara ambos temas como partes complementarias de un todo, ya que no se puede comprender la vía chilena al socialismo sin estudiar el pensamiento político de Salvador Allende, como tampoco se puede abordar este último sin comprender los antecedentes socio-culturales de la vía chilena.
Lo anterior nos permite establecer un primer principio a considerar para nuestro estudio, Salvador Allende no es un teórico de la política, ni un intelectual académico, sino más bien, es un político en toda su dimensión y como tal se encuentra inmerso dentro del clima social y cultural del periodo que le tocó vivir. En esta dirección, el desarrollo de este texto se inicia con una mirada analítica a la historia social chilena y al desarrollo de su identidad, para luego dar paso al estudio y profundización, en relación a los antecedentes señalados, sobre el pensamiento político de Salvador Allende.
En este sentido, tenemos que el estudio del pensamiento político y filosófico nos ha hecho transitar por diversas teorías en las que el ser humano ha vislumbrado la posibilidad de construir o desarrollar una realidad social, política y económica distinta a la que vive. Estas teorías han sido vistas como realidades no-existentes, u-tópicas o simplemente mundos soñados. Sin embargo, estas reflexiones e intentos por construir y proyectar realidades alternativas a las existentes se han producido desde la Antigüedad. Frente a esto, la realidad latinoamericana y en particular la chilena no ha estado ausente, desarrollando y contextualizando ideas que ayudan a la fundamentación teórica de la búsqueda por la emancipación social, produciendo en nuestra historia hechos que han marcado el devenir de los pueblos latinoamericanos. De este modo, en nuestra historia reciente, la propuesta de la Unidad Popular constituyó un intento de construcción política y económica distinta a la desarrollada dentro del capitalismo dependiente. Este proceso político, denominado vía chilena al socialismo, construiría por primera vez un modelo de transformación socialista mediante el sufragio universal.
Estos antecedentes nos  introducen, de modo general, en la problemática de estudio de nuestra investigación, la que tiene como finalidad pensar nuestra historia, analizar las distintas categorías conceptuales que componen el pensamiento político de Salvador Allende y pensar el sujeto latinoamericano que en su búsqueda por la independencia cultural, política y económica produce una nueva valoración de sí mismo. A partir de esto, realizaremos un análisis al pensamiento político de Allende, recapitulando previamente algunos antecedentes históricos y socioculturales que están presentes en él.  Para finalizar con una conclusión que involucra una definición genérica de la vía chilena al socialismo y una reflexión acerca del sujeto en el proceso de construcción de esta vía.
Para la consecución de nuestros objetivos hemos establecido una división de nuestro trabajo en dos partes. En la primera de ellas se establecen los antecedentes históricos y los rasgos identitarios de la sociedad chilena, cuyos ejes articuladores serán Los orígenes utópicos del movimiento social, en una revisión necesaria a nuestro siglo XIX, La Modernización, por el cambio en desarrollo económico, La Revolución rusa, por la propagación que produce en el Mundo de las ideas marxistas, y los Frentes Populares, ya que son el antecedente directo de la forma política pluripartidista que tendrá la Unidad Popular. Junto a esto, daremos una mirada a los rasgos identitarios propios de la realidad social chilena, a la forma de construcción de su noción de clase y a la relación que establece con la democracia.
Mientras que en la segunda parte se trata de manera directa el pensamiento político de Salvador Allende, el que está analizado conceptualmente a partir de tres categorías principales que logramos desprender de lo que, a nuestro juicio, es lo central de su pensamiento político, la denominada la vía chilena al socialismo: la interpretación que hace del marxismo, la concepción que él desarrolla sobre la democracia y, finalmente, el sentido de la independencia. Cada categoría está trabajada por los conceptos que Salvador Allende señala y define, interpretando, asimilando y desarrollando, a fin de establecer y dar forma a un pensamiento político genuino, que va más allá de una simple simbiosis de diversas ideas, ya que, como veremos, la vía chilena al socialismo involucra una aportación nueva, creadora a las ideas apropiadas y transformadas por nuestras particularidades, como también se vuelve realidad para la práctica revolucionaria.
Finalmente, tenemos un capítulo compuesto por las conclusiones, en las que realizamos dos ejercicios, por una parte, la definición desde el pensamiento político de Salvador Allende de lo que entiende por vía chilena al socialismo y, por otra, una reflexión filosófica, o si se quiere de antropología filosófica, acerca del sujeto y su rol como constructor del proceso que buscaba ser un nuevo camino al socialismo y de liberación de la dependencia.





[1] Galeano, E. (2006). Las venas abiertas de América Latina. Santiago: Pehuén, p. 363.
[2] Zea, L. (1987). Filosofía de la Historia Americana. México: Fondo de Cultura Económica, p.15.
[3] Subercaseaux, B. (1988). La apropiación cultural en el pensamiento y la cultura de América Latina. En revista Estudios Públicos n°30. Santiago.
[4] González, V. (2009). La crítica cultural latinoamericana y la investigación educativa. Caracas: Fundación Nacional de Historia, p.86
[5] Antonio Labriola (1843-1904) será uno de los primeros marxistas o estudiosos de Marx no dogmáticos, realizando importantes apreciaciones sobre el materialismo histórico. Sus ideas serán consideradas posteriormente por Gramsci, quien dará una mayor profundidad y desarrollo al concepto de praxis. Un libro importante de Labriola es Socialismo y Filosofía en que se reúnen una serie de diez cartas enviadas a George Sorel en 1897.
[6] Para una profundización sobre los estudios de Gramsci ver: Introducción a la filosofía de la praxis en: www.institutodeestudiosmarxistas-leninistas.com
[7] Para una profundización sobre este concepto y estudio del marxismo como filosofía de la praxis se recomienda ver Sánchez Vázquez, A. (2003) La filosofía de la praxis. México: Siglo XXI. No obstante es necesario aclarar, que el sentido que da a este concepto Sánchez Vázquez lo recoge directamente de su estudio sobre las Tesis sobre Feuerbach, no teniendo origen en el concepto de Labriola y Gramsci, aun cuando tenga coincidencias evidentes.
[8] Las once Tesis sobre Feuerbach son una gran síntesis del pensamiento filosófico de Marx, escritas en 1845 en Bruselas, fueron adaptadas y publicadas por primera vez en 1888 por Engels en su texto Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana.  

miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿Para qué nos sirve la historia?

¿Para qué nos sirve la historia? Es una pregunta que resuena en muchos estudiantes que ven en el texto escrito un pasado de reyes, príncipes, legiones, guerras y culturas que han sido retratadas con énfasis en su esplendor, o derechamente lo positivo que tuvo para el desarrollo posterior. Pero qué pasa cuando esa historia es cercana, muy reciente y llega a toparse con nuestra propia experiencia personal y familiar: el tema cambia.
El pasado contado en los manuales de historia que se enseña en los colegios está fundado en principios establecidos por la ley o en su defecto por la autoridad presente, quien demarca el sentido que tuvo un hecho o fenómeno histórico. Normalmente eso se asume como tal y no sería algo que diera motivos de controversia salvo en investigadores o intelectuales que conservan rencillas, no pocas veces, personales más que de veracidad o de epistemología y metodología asociada. Pero qué pasa cuando el pasado sigue vivo, no por un antojo sino porque está presente en cada acción de tipo social, puesto que modeló una cultura e instituyó leyes limitadas al cambio con estrategias poco honestas y siempre proclives al sector dominante. La concepción de la historia es otra.
Entonces, el ejercicio de representación del pasado se vuelve no solo necesario y oportuno sino también constructor del porvenir, pues el diálogo con la historia no se produce solo como un ejercicio de conservación o de museología sino como una articulación siempre en presente.
La historia no sólo está orientando la actualidad sino también el futuro mediato en cuanto se apliquen los vestigios indicados, en ese pasado, como una total normalidad. Esto es un peligroso uso del pasado, pues manipula una realidad en función de intereses dominantes que han delimitado y dicho el por qué y los cómo. Acá no se trata de seguir la historia sino de problematizarla, para que arroje nuevas perspectivas del presente, pero también para que abra otros horizontes, tal vez de ahí provenga la asociación entre la historia y la utopía. Pero al darnos cuenta de cuánto y cómo nos han manipulado nos sentimos indefensos, desnudos, impotentes al ver que el mínimo común denominador entre los humanos como lo son las necesidades básicas; comer, dormir, respirar, trabajar, entre otras muchas, han sido resignificadas por intereses del poder, ya no político como antes, sino macro-empresariales y, digámoslo, desproporcionados a cualquier noción de lo humano, pues hoy tenemos una búsqueda de riqueza material infinita. Si para Nietzsche Dios había muerto por causas de la razón humana, hoy vuelve a morir por causas de la riqueza.
Los diferentes estudios históricos muestran que las revoluciones estallan por choque de intereses, expectativas mayores a una realidad limitada, ganas de ser más, hoy diría de tener más, pero también en momentos de opresión, de esclavitud, de confusión. La misma confusión que todos tenemos hoy, mil ideas y mil trabas, leyes mal formuladas, representantes que no representan, homologaciones sin poner énfasis en las diferencias, pensar en un ideal a la medida, convirtiéndonos a todos y cada uno de nosotros en potenciales dictadores de la vida y de la sociedad, pues resuena con fuerza la idea de que la diferencia no existe pues yo soy la verdad.
Para esto nos sirve la historia, para ver la diversidad que el presente y la ambición no nos permite, es subversiva como dice Galeano porque nos abre las expectativas, nos despierta, pero manipulada y cubierta también nos duerme. La historia por sí misma no es suficiente, como tampoco ninguna disciplina. Es necesario el diálogo y la transversalidad, como también lo son los nuevos contratos sociales y la comprensión de la interculturalidad.
Mirar el pasado, no obstante, es un ejercicio de mínima relación moral para lo que vamos a construir, pues no se trata de fundamentos simplemente, sino de las consecuencias de los mismos y hacia los lugares y las trincheras en las que nos ponen.

¿Para qué sirve la historia? Para construir un futuro, al menos, un poco mejor.