martes, 8 de diciembre de 2015

Mauricio Wacquez: un anarquista marginal

¿Hasta cuándo respetamos la irresponsabilidad?
El único principio metodológico posible
en la actualidad es la desobediencia,
porque es desobediencia a lo irresponsable.
M. Wacquez

         Llegar a la literatura de Wacquez es un placer y un pena. Placer por lo armoniosa, distinta e interesante que es su escritura y pena porque es de esos escritores que se les conoce tarde, en la adultez o en la búsqueda experimental que significa leer a los no-conocidos autores de nuestra narrativa. En su auto-exilio lo encontró el Golpe de Estado cívico-militar chileno, y como el mismo lo relata pensó en sus cercanos  y en los partidarios de Allende y militantes de la UP. Sin embargo nuestro escritor no se sentía parte del régimen y más bien ejercía una posición crítica y cuestionadora del proceso. Se declaró anarquista.

“Aunque yo no pertenecía al régimen de la Unidad Popular y mi acción era más bien teórica –bueno, enseñaba filosofía-. Siempre me sentí chapoteando dentro de un anarquismo marginal que, ahora lo sé, me ponía en contra de todos, salvo quizás de algunos profesores y alumnos del Departamento de Filosofía. Es decir, mi papel era ínfimo y denostado por mis colegas de la Unidad Popular y por la derecha.”[1]

            Wacquez, el escritor colchahüino que nació en 1939 y nos abandonó el 2000, previo a la presentación de la primera obra de una trilogía autobiográfica que tituló Epifanía de una sombra[2], dista mucho de ser cercano al anarquismo de González Vera y Manuel Rojas, pues el escritor “espurio”, como se definió en una entrevista, representa otra condición del ser ácrata: la individualidad. Su posición es más radical y sin la militancia de los anteriores. Situado muchas veces como miembro de la generación del ´60 y cercano temporal del mal llamado “Boom” latinoamericano, tomará distancia de la realidad americana y chilena como base identitaria de su obra y se situará en una libertad transgresora de la moral social. Su homosexualidad jugará un rol significativo en esto, pero también su formación filosófica y estética. El reconocimiento de haber leído a Bakunin cuando era profesor, nos hace pensar que también leyó a Stirner, pues en 1987 en una entrevista dada al diario La época y publicada el 2 de junio de ese año, dirá: “Mi universo narrativo es de total libertad y también las coordenadas morales en que se mueve. El problema moral es una elección primigenia y no puede explicarse desde ninguna moral social, sino desde su propia naturaleza.”[3]
            La posición social aventajada que tuvo el escritor de Colchahua, nacido en una familia aristocrática extranjera y venida a menos, como la describe en su última novela, no fue un impedimento para desarrollar una agudeza crítica sobre la realidad y la literatura, en ocasiones apelando a una función metafísica como rectora de la armonía que debía producirse y en otras a una completa desestructuración gramatical. En una relectura constante de los cínicos antiguos en su trabajo filosófico usará la ironía para develar esa cara oculta por la hipocresía. Había que buscar la constitución del sujeto. El sujeto del y en el lenguaje.
            Descendiente de franceses colonos, de Argelia su abuelo y de Chile su padre, vivirá en una zona favorable para la actividad de su familia: la vitivinícola. Sus primeros textos aparecen en la década del ´60 del siglo XX y algunos de ellos primeramente en Francia, donde se doctoró en Filosofía. Su condición ácrata se verá reflejada en su definición a-pátrida, pues el mismo dirá en alguna ocasión que la literatura es “un oficio para fugitivos.”
            En su novela Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848)[4] de 1981 expondrá de forma más definida la apertura que inicia de su pensamiento a-moral en el libro de cuentos de 1971, titulado Excesos[5], pues en la novela nos entrega una explicación subjetiva sobre la transgresión humana. Podríamos decir incluso que se atreve a explorar como tema el cuestionamiento al control del cuerpo como expresión del poder y de la política, tema muy considerado hoy por los estudios producidos a partir de la obra del filósofo francés Michel Foucualt sobre la biopolítica. Lo cual antecede con mucho a la tendencia actual sobre sexo, sujeto, política y cultura.


Una crítica a la novela chilena

            Sus viajes diversos, sus contactos de editor y traductor y sus vínculos con el canon literario chileno, que parece prefería tenerlo de soporte editorial más que de colega de oficio, lo traerá a dar una clase-opinión como joven representante de la generación de los ´60  al curso del Proceso Crítico a la Novela en el Instituto Cultural de las Condes, donde leerá un breve artículo titulado Hablemos de nosotros,[6] en el cual señala:

“Reflejar la vida entera es el único objetivo de la novela. Y ya es bastante. Por eso hablar del destino de la novela es una forma de hablar del destino de nuestra vida. Una buena novela es siempre física, psicológica, metafísica, sociológica, política, botánica, zoológica, astronómica. Nuestra novela también debe ser metafísica, a pesar de los que dicen que escribir sobre esos temas es escribir a la manera alemana o francesa. Claro, la angustia del futuro no se da a orillas del Mapocho.”[7]

            El llamado es hacer una literatura libre, reflexiva, relevante y trascendente. Una literatura total. Roberto Bolaño, el escritor más afamado de las letras nacionales por estos tiempos, tendrá en común varios aspectos con el “derrotero anarquista” de Wacquez, pues ambos comparten el desarraigo, son escritores no en el exilio sino del exilio. Una expulsión que es auto producida en rechazo a lo establecido. Una ruptura con la identidad nacional que es crítica, pero que también es un acto político[8]. Comparten también la subversión de la forma, donde Wacquez discute el lugar del sujeto en la oración como centramiento de una subjetividad difusa. “Nuestra lengua tiene una sintaxis rigurosa. Primero aparece el sujeto, luego su acción y enseguida las circunstancias determinantes. Transformar ese orden pude ser un arte, un artificio o una desafortunada transgresión producto de la inhabilidad para darse a entender.”[9]

“La palabra siempre ha tenido más peso que “lo real”. Para mí importa más la vida dicha que la vivida. La novela es autobiografía en dos sentidos. Primero porque alude a la biografía de su autor y luego por ella misma se transforma en biografía, en experiencia literaria vivida, irreversible como todo conocimiento. Lo importante es que esa emoción, el único terreno de la escritura, y la biografía pueden repetir las emociones de los demás y que se inscriba así en una carne social.”[10]
           
            El refugio político y estético de Wacquez fue la literatura y en ella experimentó lo que muchas veces la sociedad, particularmente la exigencia moral de esta, no le permitía. La literatura fue su campo político de disputa moral y fue también una forma de vivir.


Contra la coerción social de la cultura

            En el año 1970 Mauricio Wacquez publica en La Habana el texto Cultura como seguridad, el que fue reeditado en Santiago al año siguiente por el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile, lugar donde el autor hacía clases. Este escrito, que contiene una fuerte base filosófica marxista en el análisis histórico social que desarrolla, termina por convertirse hacia el final del texto en una proyección libertaria del arte.
Al inicio de la reflexión expresa la concepción de la cultura dada por Sartre en su texto Cuestiones de método. Marxismo y existencialismo, desde donde Wacquez señalará: “Nos interesan las grandes líneas de la Cultura, los modo que puede revestir cuando se halla frente a nosotros. La idea central está contenida en dos frases de Jean Paul Sartre: “Jamás se encontrará más de una (filosofía, cultura) viviente”, “Una filosofía (una cultura) se constituye para dar expresión al movimiento general de la sociedad; y mientras vive, ella es la que sirve de medio cultural a los contemporáneos”.”[11] Desde acá va poco a poco avanzando hacia el pensamiento crítico de la Escuela de Frankfort y su síntesis con el psicoanálisis freudiano. Así, desde esta perspectiva hará una crítica a los condicionamientos culturales de la burguesía dominante. Para ello identifica el rasgo preponderante en cada sociedad histórica de Occidente hasta lograr, a partir del análisis filosófico y económico de Marx[12], llegar a la actualidad del capitalismo bajo la lógica de que la sociedad alimenta un ideal religioso, basado en la confianza en una vida eterna, y el ideal científico que supone una “facilitación de la vida presente por un manejo de la naturaleza.”[13]  Ambos ideales serían la base que sustenta el principio de seguridad que posee la cultura. De ahí, entonces, “Cultura y seguridad serán pues en adelante, términos sinónimos; no como correspondientes sino como explicativos de un ánimo, de un deseo de vida.”[14] La cultura así se vuelve protectora de la vida humana contra la naturaleza inhóspita para nosotros, pero como consecuencia exige seguir la norma, la que construye un “hastío y sofocación” de l que nadie puede culpar a otro no querer esa vida.
Así dentro de todo este análisis sobre la cultura como seguridad hablará de las posibilidades de cambio y transformación donde, y esto es lo relevante para nosotros, se referirá al arte y el rol del artista, develando su mirada libertaria.
En este sentido tenemos como primer elemento la subjetividad del autor en la construcción de la obra, diciendo:

“el arte, que reúne dentro de sí temas harto escasos, nos muestra la vida repetida hasta la náusea, bajo diferentes formas; es el testimonio de diferentes hombres, de lugares diferentes, cuya variedad y riqueza no sabrían contener el cerebro de los robots con que soñaba Watson. El hecho de elegir un tema, comenzarlo de cierta manera, ponerle un determinado fin, denuncia la intervención indispensable de un artista que no quiere “conocer todo la realidad” como en su conjunto lo pretende la ciencia, sino mostrar un momento de ella, organizarlo alrededor de un tema, de unos personajes, de un tiempo que pasa. Todo esto quiere decir que la realidad de la obra de arte es la realidad del autor.”[15]

            La figura del autor y su importancia para la obra, cobraba fuerza en el arte libertario, pues la pretensión de ser voz directa de un potencial creador, que Wacquez también señala dentro del texto, de todo ser humano configuran una base ácrata en su concepción del arte y, por su oficio, de la literatura.  Añadiendo:

“Pero el arte refleja la vida entera. Contiene las cosas y la vida de los hombres, de todos los hombres, que rodean al artista, sus equivocaciones, sus contradicciones. El arte es una actividad porque es el reflejo de una actividad: la de vivir. Y es social, eminentemente social, porque esa vida es política, concierne a todo el núcleo humanos. No hay arte asocial.”[16]

            Como vemos el arte además cumple su rol político, como expresión de la realidad social, que como bien lo entiende Wacquez es política. No obstante, pondrá límites a la actividad artística, pues comprende que sus obras ayudan pero no son en sí mismas la revolución.

“El artista, tomo todo ente político, tiene un papel en la sociedad. Tratemos de definir cuidadosamente este papel. La parte de lucidez que le toca vivir no le da derecho ni a privilegios ni a consideraciones diferentes a las de todo trabajador. Siendo su actividad diferente a la de un obrero textil, las condiciones de su trabajo deben ser diferentes. El artista hace arte, no factura tela. Su papel es importante, de gran importancia: testimonia sobre la vida de los hombres, remueve los conformismos y compromisos fáciles de la sociedad, es de primerísima importancia en un proceso revolucionarios. Mas, el artista no hace la revolución. In facto, la revolución la hace el revolucionario (dirigente político). Aunque ambos se identifiquen en cuanto a la visión del mundo, sus actividades específicas son diametralmente diferentes”[17] Para más adelante decir que “es necesario otorgarle al artista la libertad necesaria para realizar su obra.”[18]

El escritor de la transgresión moral como acto rebelde, como expresión libertaria de la vida y como honestidad natural a la hipocresía imaginaria de una seguridad que termina siendo coercitiva, hablará de temas que la sociedad no quiere asumir sino más bien silenciar. Iniciamos este ensayo sobre este “anarquista marginal” con una interpelación al tipo de literatura que se escribía en la dictadura, una literatura falsa, llena de invenciones y embellecimientos que no tenían sentido para la realidad sufriente del país, llamando a una rebelión, a una escritura libre sin ordenamientos por medio de idealismos estéticos de críticos añejos. Llama a la desobediencia porque sabe que esa es la mejor arma contra los cánones morales de una sociedad “penetrada por la antidemocracia”.
Mauricio Wacquez nos muestra en su literatura la rebeldía de la transgresión, el anarquismo individualista de su hedonismo, el escéptico, el escritor fugitivo, el espurio pero sobre todo el hombre consciente de las representaciones sexuales del poder y las viabilidades de su subversión.




[1] Wacquez, M. (1997) Los más terribles sueños imposibles, En VV.AA. (1997). ¿Qué hacía yo el 11 de septiembre de 1973?. Lom: Santiago p. 46
[2]  Editorial Planeta: Santiago.
[3]  Artículo de prensa publicado por Memoria Chilena. [En Línea] Disponible en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83246.html
[4] Editorial Bruguera: Barcelona.
[5] Editorial Universitaria: Santiago.
[6] Artículo de prensa publicado por Memoria Chilena. [En Línea] Disponible en
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83248.html
[7] Ibidem
[8] Se puede hacer toda una reflexión a propósito del sentido que tiene el exilio para el sujeto en la política, pero como no es tema de este trabajo lo dejamos al pendiente. No obstante, debemos señalar que para la concepción moderna del Estado-Nación el ser un extranjero posee una serie de condiciones asociadas en desmedro de la condición ciudadana del individuo, al menos en lo que respecta a la participación política, cuestión que se remonta a la antigüedad clásica. Aunque hay excepciones.
[9] Crítica sobre la novela Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848). Disponible en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83248.html

[10] Donoso, C. (1981). Cazador prófugo. Entrevista. [En Línea] Disponible en
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83255.html
[11] Wacquez, M. (2004). Hallazgos y desarraigos. Ediciones UDP: Santiago p.300
[12] “Marx destruyó una filosofía y construyó otra. El mundo de las Sociedades de Filosofía se siente atacado por el pensamiento de Marx puesto que éste da una imagen del hombre tan real, tan convincente, que permite destruir –sin armas, sin recursos, sin Vietnam- la poderosa maquinaria filosófica. Marx ataca la filosofía en su flanco más fuerte: el económico, que como sabemos, es el flanco moral de la Filosofía.” Wacquez, M. (2004). Hallazgos y desarraigos. Ediciones UDP: Santiago p.304
[13] Ibid. p. 307
[14] Ibidem,
[15] Ibid. p. 328
[16] Ibidem
[17] p. 329
[18] Ibidem.

jueves, 1 de octubre de 2015

Presentación de Narradores y Anarquistas


Presentación del libro "Narradores y Anarquistas" (Escaparate, 2014) en la Universidad Andrés Bello sede Viña del Mar, por la revista literaria Estación de la Palabra www.estaciondelapalabra.cl

viernes, 15 de mayo de 2015

Diego y Exequiel. Dos vidas que si nos importan

El jueves 14 de mayo del 2015 quedó grabado en la historia triste del movimiento social chileno y en particular en la de los estudiantes que desde finales del siglo pasado vienen manifestándose contra el modelo mercantil de la educación. Día negro que se empata con otros tantos donde la intolerancia, la demencia delictual y la coerción social, que avala la sobrevalorización de lo privado por sobre lo público, han sido el justificativo perfecto para poner la muerte como opción y el asesinato como la posibilidad real y efectiva de ser el resultado en una discusión.  Y así han pasado los años, 42 desde el Golpe y 26 desde el fin nominal de la dictadura cívico-militar que encabezó Augusto Pinochet. Contexto terrible para una acción injustificada. Pero que nos muestra que del pasado reciente poco y nada hemos aprendido.
Anoche, mientras cientos de personas nos agolpábamos en los alrededores del lugar donde la muerte comenzó a hacer lo suyo, un grupo de personas, amigos y compañeros de militancia comunista comenzaban a entonar en honor de Diego Guzmán “La Internacional”, mientras las banderas rojas se movían al ritmo del canto y el viento como en tantas otras lamentables ocasiones. A continuación harían lo propio los jóvenes amigos de Exequiel Borbarán, pero su canto sería distinto y expresaría con claridad el sentimiento que invadía la plaza, la impotencia. La frase que comenzó como un murmullo adquirió la claridad rítmica al momento que cobraba fuerza y vigor, solo contenía tres palabras “Puta la weá”. El cantar se sintió como un reclamo, como una pregunta sin respuesta, pero también y tristemente como un resultado sin vuelta atrás. La muerte no tiene mediaciones, no es relativa y tampoco está justificada. Lástima que un número importante de personas no lo entiende. Ya sean los propios dirigentes estudiantiles, que sin apersonarse en la ciudad puerto para hacer muestra de su sensibilidad y responsabilidad dirigente en la convocatoria y reclamo que situó a los jóvenes estudiantes ahí, como igualmente la comunidad educativa nacional, que al día siguiente hizo clases normales como si nada hubiera ocurrido, son quienes tienen la primera responsabilidad en la acción, pues pareciera que en su concepción de la vida las muertes de dos estudiantes no fueran suficiente para un tiempo de reflexión y recogimiento. Esto, a mi entender, es lo más complicado porque sigue operando la lógica del interés privado por sobre la vida humana. Era mejor producir o mejor dicho, hacer clases, que detener la máquina para pensar, dialogar y sentir el valor que posee la vida ante todo. Fue un proceder mezquino, pero sobre todo insensible.
Me pregunto qué sujetos formamos en las universidades, cuál es la condición humana que valoramos, dónde dejamos el humanismo que caracterizó y debe seguir caracterizando a la educación. Cuándo nos pondremos a nosotros mismos como valiosos, pues podría haber sido cualquiera que se encontrara tan solo cerca del lugar. Frente a un biblioteca pública, en una plaza donde juegan los niños, en una calle ocupada por el reclamo pacífico. O acaso fueron muy pocas las víctimas o es porqué no se comparte la movilización social, que aquello que ahí sucede no repercute en las demás comunidades educativas. El Gobierno también fue indolente, pues si defiende el ideal democrático, cuya expresión diaria es el derecho a disentir y manifestarse, debería haber declarado duelo nacional y haber tomado por iniciativa propia la cancelación de todas las actividades educativas.
Hoy estamos viviendo un momento complejo como país, donde cada día se cierran las posiciones impidiendo el legítimo diálogo, más allá de las diferencias, propias y necesarias en las democracias. Unos aprovechan la provocación para ocultar sus delitos tributarios y ensalzar solapadamente los ideales con que defienden su propiedad privada, a fin de cuentas son dueños de más espacios que el propio Estado y sino ya hemos sido testigos de cómo actúan para poner las cosas a su favor.
La crisis institucional se agrava porque es justamente la perdida de toda sensibilidad a las dolencias humanas, expresada en una idea del poder como una posición inclemente y despótica, la que provoca el rechazo de ministros y parlamentarios, en donde seguimos siendo testigos mudos de conflictos sin resolver como el de los ex prisioneros políticos que hoy están en huelga de hambre o el hecho de aprobar una ley que ayuda a las personas con enfermedades crónicas a cubrir sus gastos médicos, Ley Ricarte Soto, para que sea efectiva a partir del 2020. Despropósitos que nos hablan de un carácter inhumano, fuera de toda lógica con que se piensa Chile y los chilenos. Lógica que opera igual en situaciones de catástrofe natural, aunque se vean pequeños grados de celeridad.
Chile hoy está de luto por dos jóvenes, pero también está en deuda con los chilenos y los pueblos originarios, espero que esta deuda no se posponga con una comisión ni una reforma, espero que esta deuda comencemos a saldarla con la exigencia social. Las voces estudiantiles de Diego y Exequiel seguir sonando en la sociedad con más fuerza, porque valoramos la vida por sobre todo, para que su muerte no sea en vano y simplemente un dato más que se suma a las millares de muertes que tiene la historia del movimiento social chileno.


Valparaíso 15 de mayo 2015

martes, 14 de abril de 2015

Conferencia de presentación de "Narradores y Anarquistas. Estética y política en la narrativa chilena del siglo XX"

Hoy quiero partir diciendo un cliché como excusa: “No es fácil someterse al escrutinio público con un libro”.  
Sin embargo considero que es una actividad que todo académico debe estar dispuesto a sortear, para bien o para mal. Pues la participación que cada uno de nosotros cobra en la discusión de las ideas y conocimientos tiene la necesidad, por no decir el deber, de alimentarse de lo que quienes compartimos aulas en las universidades pensamos y generamos con otros. Y es que la sentencia inicial me permite hacer un ingreso a la discusión que intento plasmar de manera tentativa e inicial con este texto: la relación entre estética y política en la literatura. Trabajo que pareciera mantenerme ligado solo de manera indirecta a una de mis preocupaciones investigativas principales: el pensamiento y la cultura latinoamericana.
Y en cierto modo es así, pero sólo para permitirme un reingreso o mejor dicho lograr una nueva apertura del debate con las teorías que, siguiendo a Nelson Osorio, consideran como epifenómenos europeos los sucesos literarios y del pensamiento que ocurren en Nuestra América, como la llamó José Martí. Y es que en la academia chilena o mejor dicho en nuestras universidades se sigue concibiendo el conocimiento en un sentido colonial, donde se considera a las ideas de Occidente como universales y hasta absolutas, cayendo en un rotundo error tanto en las humanidades como en las ciencias físico-naturales, pues como ya sido demostrado en el propio desarrollo histórico de la producción de los conocimientos, estos están en estrecha relación con las circunstancias y condiciones materiales con las que se cuenta para su producción.
En este sentido, intento articular la estética y política en las literaturas de América Latina, particularmente en las del Cono Sur, y en el caso de hoy en las chilenas, una discusión posible de advertir en un tiempo muy anterior al referido por las teorías “eurocéntricas” de autores ingleses como Terry Eagleton, Raymond Williams, alemanes como Walter Benjamin y Teodoro Adorno o de franceses como Jaen Paul Sartre, Alain Badiou y  Jacques Ranciére, pues para el caso chileno ya en el Martín Rivas tenemos una preocupación política que se expresa con una estética que rebasa el criollismo, en donde se puede apreciar una espacialidad territorial que propicia la imagen de la ciudad modernizada por el capitalismo industrial y el extraccionismo de materias primas un siglo antes de que la ciencia económica nos lo develara por medio de la teoría de la dependencia en los años 40 del siglo pasado con un autor poco reconocido en nuestro país, me refiero a Raúl Prebisch. De modo que, Blest Gana plasma en la idea del centro y la periferia la relación política y económica entre los distintos estamentos sociales. Así por ejemplo, tenemos que los Encina, ricos, poderosos e influyentes viven en el centro, mientras que los Molina, pobres, esforzados y oprimidos lo hacen en la periferia colindante con el Mapocho, siendo el río una figura central en los múltiples relatos situados en Santiago. Río amargo lo llamó Neruda o Sena con sauces como lo identificara Lemebel, para quién el Mapocho:
“En verano parece una inocente hebra de barro que cruza la capital, un flujo de nieves enturbiadas por el chocolate amargo que en invierno se desborda, desconociendo límites, como una culebra desbocada que arrasa en su turbulencia las casas de ricos y pobres levantadas en sus orillas. Porque este río, símbolo de Santiago, se descuelga desde la cordillera hasta el mar, cortando el flaco mapa de Chile en dos mitades, y en su recorrido nervioso, atraviesa todas las clases sociales que conforman la urbe. Desde las alturas de El Arrayán, donde los hippies con plata instalaron su tribu ecológica y mariguanera, sus casitas de playa, con piscina y amplia terraza para mirar el río en pose de yoga o meditación trascendental. La comunidad naturalista, donde las señoras hippies con guaguas rubias a poto pelado, hacen quesos de soya y recetas macrobióticas escuchando música New Age. Tan inspiradas por la precordillera de lomas y quebradas, y el rumor del Mapocho que se lleva en la corriente sus olores dulces de sándalo, incienso y pachulí hasta mezclarlos, más abajo, con la caca negra de los pobres. (Lemebel, 1998:  56)
  
Con todo esto, puedo aseverar que la crítica literaria, impresionista y bastante adicta a las teorías exógenas, mantiene una deuda con nuestras letras latinoamericanas y más particularmente con las chilenas, tanto en el plano interpretativo como historiográfico. Pero para ser justo reconozco el esfuerzo sistemático de académicos e investigadores que hoy vuelven a abrir la discusión literaria, aún cuando piense que en su mayoría siguen las modas intelectuales antes que la creatividad reflexiva, para permitirnos un propósito no puramente intelectual sino de construcción de sentido sobre nosotros mismos. Acometer un gesto que restituya lo que el filósofo mendozino Arturo Andrés Roig llamara el “a priori antropológico” que consiste en “ponernos a nosotros mismos como valiosos” y al que yo agregaría fuera por medio de sus obras, en este caso las literarias.
Sujeto y objeto o mejor dicho, el autor y su texto. Punto inicial con el que abrí la selección de escritores para “Narradores y Anarquistas”, recorrido que hice por cinco autores que se declararon y declaran como anarquistas. Para el caso de José Santos González Vera y Manuel Rojas no había gran dificultad, pues sus narraciones y militancia activa no solo es rastreable con los periódicos y revistas anarquistas sino también en múltiples libros de historia que abordan el movimiento ácrata. Ambos poseedores del Premio Nacional de Literatura, y en el caso de Rojas con una alta cantidad de estudios sobre su obra, no se necesita profundizar mucho para encontrarse con textos que abordan su anarquismo literario, poniéndonos el desafío de profundizar en sus narraciones sin repetir lo dicho con anterioridad. Mientras que para el caso de González Vera, inseparable amigo de Manuel Rojas, la tarea estaba puesta en evidenciar el carácter anarquista de sus relatos.
De prosa simple, mínima y gran ironía, fue entre ambos el más militante en los grupos anarquistas y el que por vez primera hace de ellos el tema de sus escritos, dedicando varios relatos a su experiencia militante, destacándose el texto “Los anarquistas” publicado en la revista Babel. De los tres que siguen, Mauricio Wacquez, Roberto Bolaño y Cristóbal Gaete, único autor vivo pero también el más joven de todos, y quien hoy nos acompaña como invitado de honor, representan un estado de las letras anarquistas diferente de los dos autores galardonados con el Premio Nacional, primero por no poseer una militancia activa en grupos ácratas sino más bien una identidad ideológica con ellos y segundo, derivado de lo primero, no hacer de la actividad militante una temática substancial de sus escritos. Aunque esta aseveración solo la puedo sostener con Wacquez y Bolaño, pues Gaete aún tiene mucho por escribir.
El anarquismo marginal y la marginalización por el autoexilio son el lugar común donde ubico a Maricio Wacquez y Roberto Bolaño, chilenos a-pátridas que desarrollaron sus carreras fuera de Chile. Son los autores que expresan su anti-autoritarismo o acracia en una constante disputa con la institucionalidad literaria, tal como la reclamará Gaete en su novela “Valpore”. La temática del oprimido, el homosexual, el sufriente, el delincuente, la prostituta, la actividad prohibida o la figura del lumpen situados como personajes heroicos que ejercen lo ilegal como acto revolucionario y de rebeldía al poder estatal y del capital son la expresión más clara que evidencia la tesis del libro.
De este modo, abrir el debate sobre los sentidos de la literatura y realizar una crítica a los estudios anteriores, es una manera de actualizar los modos de abordar lo literario e incorporar lo marginado. Pues se ha hecho siempre resonancia de métodos que no se actualizan salvo por los mismos quienes los propusieron. Se escribe mucho de lo mismo y desde lo mismo en Chile, por eso creo que esto obedece a un vestigio en la academia de la supresión de los debates en la dictadura cívico-militar y también a un conservadurismo ideológico que se instaló producto de la misma. Para muchos este libro será sinónimo de una valoración ideológica, pero no es más que una ejemplificación de uno entre los múltiples modos de leer las voces narrativas chilenas, pues podríamos haber tomados a los narradores marxistas y/o comunistas, como también a los liberales o conservadores, que los hay y están con fuerza en las letras nacionales. Elegimos estos como una vía de ingreso pero nunca como un trabajo acabado.
Visto así, la literatura no se acabará aunque cambien los formatos y se acorten las expresiones limitando la cantidad de caracteres en los medios masivos de la internet, y aunque la fugacidad del tiempo y la necesidad de producir dinero, exigida por la sociedad capitalista, deje poco espacio libre para expresar la creatividad. Porque el ser humano tiene la necesidad imperiosa de comunicarse y expresar aquello que lo hace reflexionar y ser día a día. El ser humano mientras tenga inquietud de sí tenderá hacia la utopía, no se puede decir el fin de las esencias, como si el de los sistemas, porque mientras haya hegemonía y los sujetos tengan conciencia habrá siempre contra-hegemonías, en donde el discurso literario se vuelve estético como resultado de su práctica y se vuelve político en su decir, haciendo indisoluble forma y contenido.

Antes de finalizar no puedo dejar de dar los agradecimientos a Jorge Cáceres, Eddie Morales Piña y Pablo Hurtado por darse el tiempo y la tarea de leer y presentar mi libro. Así como también dar las gracias al escritor Cristóbal Gaete por su presencia hoy aquí.
Tampoco puedo dejar fuera a mis colegas, amigos, alumnos y exalumnos que hoy me acompañan, pues esta presentación tiene un sabor especial: es el primero de mis tres libros que se lanzan en la Universidad en la que doy clases a diario.
También debo ser justo en decir que este texto en el formato final se debe por una parte a la posibilidad que me brindó el Consejo Nacional de la Cultura con un fondo de Creación del 2013 y al trabajo editorial de Miguel Soto con Escaparate Ediciones.
Y por último, no puedo dejar de dar a las gracias a mi familia.