Hoy quiero partir diciendo un
cliché como excusa: “No es fácil someterse al escrutinio público con un libro”.
Sin embargo considero que es una
actividad que todo académico debe estar dispuesto a sortear, para bien o para
mal. Pues la participación que cada uno de nosotros cobra en la discusión de
las ideas y conocimientos tiene la necesidad, por no decir el deber, de alimentarse
de lo que quienes compartimos aulas en las universidades pensamos y generamos
con otros. Y es que la sentencia inicial me permite hacer un ingreso a la
discusión que intento plasmar de manera tentativa e inicial con este texto: la
relación entre estética y política en la literatura. Trabajo que pareciera
mantenerme ligado solo de manera indirecta a una de mis preocupaciones
investigativas principales: el pensamiento y la cultura latinoamericana.
Y en cierto modo es así, pero
sólo para permitirme un reingreso o mejor dicho lograr una nueva apertura del debate
con las teorías que, siguiendo a Nelson Osorio, consideran como epifenómenos
europeos los sucesos literarios y del pensamiento que ocurren en Nuestra
América, como la llamó José Martí. Y es que en la academia chilena o mejor
dicho en nuestras universidades se sigue concibiendo el conocimiento en un
sentido colonial, donde se considera a las ideas de Occidente como universales
y hasta absolutas, cayendo en un rotundo error tanto en las humanidades como en
las ciencias físico-naturales, pues como ya sido demostrado en el propio
desarrollo histórico de la producción de los conocimientos, estos están en
estrecha relación con las circunstancias y condiciones materiales con las que
se cuenta para su producción.
En este sentido, intento articular
la estética y política en las literaturas de América Latina, particularmente en
las del Cono Sur, y en el caso de hoy en las chilenas, una discusión posible de
advertir en un tiempo muy anterior al referido por las teorías “eurocéntricas”
de autores ingleses como Terry Eagleton, Raymond Williams, alemanes como Walter
Benjamin y Teodoro Adorno o de franceses como Jaen Paul Sartre, Alain Badiou y Jacques Ranciére, pues para el caso chileno ya
en el Martín Rivas tenemos una preocupación política que se expresa con una
estética que rebasa el criollismo, en donde se puede apreciar una espacialidad
territorial que propicia la imagen de la ciudad modernizada por el capitalismo
industrial y el extraccionismo de materias primas un siglo antes de que la ciencia
económica nos lo develara por medio de la teoría de la dependencia en los años
40 del siglo pasado con un autor poco reconocido en nuestro país, me refiero a
Raúl Prebisch. De modo que, Blest Gana plasma en la idea del centro y la
periferia la relación política y económica entre los distintos estamentos
sociales. Así por ejemplo, tenemos que los Encina, ricos, poderosos e
influyentes viven en el centro, mientras que los Molina, pobres, esforzados y
oprimidos lo hacen en la periferia colindante con el Mapocho, siendo el río una
figura central en los múltiples relatos situados en Santiago. Río amargo lo
llamó Neruda o Sena con sauces como lo identificara Lemebel, para quién el
Mapocho:
“En verano parece una inocente hebra de
barro que cruza la capital, un flujo de nieves enturbiadas por el chocolate
amargo que en invierno se desborda, desconociendo límites, como una culebra
desbocada que arrasa en su turbulencia las casas de ricos y pobres levantadas
en sus orillas. Porque este río, símbolo de Santiago, se descuelga desde la
cordillera hasta el mar, cortando el flaco mapa de Chile en dos mitades, y en
su recorrido nervioso, atraviesa todas las clases sociales que conforman la
urbe. Desde las alturas de El Arrayán, donde los hippies con plata instalaron
su tribu ecológica y mariguanera, sus casitas de playa, con piscina y amplia
terraza para mirar el río en pose de yoga o meditación trascendental. La
comunidad naturalista, donde las señoras hippies con guaguas rubias a poto
pelado, hacen quesos de soya y recetas macrobióticas escuchando música New Age.
Tan inspiradas por la precordillera de lomas y quebradas, y el rumor del
Mapocho que se lleva en la corriente sus olores dulces de sándalo, incienso y
pachulí hasta mezclarlos, más abajo, con la caca negra de los pobres. (Lemebel,
1998: 56)
Con todo esto, puedo aseverar que
la crítica literaria, impresionista y bastante adicta a las teorías exógenas,
mantiene una deuda con nuestras letras latinoamericanas y más particularmente
con las chilenas, tanto en el plano interpretativo como historiográfico. Pero
para ser justo reconozco el esfuerzo sistemático de académicos e investigadores
que hoy vuelven a abrir la discusión literaria, aún cuando piense que en su
mayoría siguen las modas intelectuales antes que la creatividad reflexiva, para
permitirnos un propósito no puramente intelectual sino de construcción de
sentido sobre nosotros mismos. Acometer un gesto que restituya lo que el
filósofo mendozino Arturo Andrés Roig llamara el “a priori antropológico” que consiste en “ponernos a nosotros mismos
como valiosos” y al que yo agregaría fuera por medio de sus obras, en este caso
las literarias.
Sujeto y objeto o mejor dicho, el
autor y su texto. Punto inicial con el que abrí la selección de escritores para
“Narradores y Anarquistas”, recorrido
que hice por cinco autores que se declararon y declaran como anarquistas. Para
el caso de José Santos González Vera y Manuel Rojas no había gran dificultad,
pues sus narraciones y militancia activa no solo es rastreable con los
periódicos y revistas anarquistas sino también en múltiples libros de historia
que abordan el movimiento ácrata. Ambos poseedores del Premio Nacional de
Literatura, y en el caso de Rojas con una alta cantidad de estudios sobre su
obra, no se necesita profundizar mucho para encontrarse con textos que abordan
su anarquismo literario, poniéndonos el desafío de profundizar en sus
narraciones sin repetir lo dicho con anterioridad. Mientras que para el caso de
González Vera, inseparable amigo de Manuel Rojas, la tarea estaba puesta en
evidenciar el carácter anarquista de sus relatos.
De prosa simple, mínima y gran
ironía, fue entre ambos el más militante en los grupos anarquistas y el que por
vez primera hace de ellos el tema de sus escritos, dedicando varios relatos a su
experiencia militante, destacándose el texto “Los anarquistas” publicado en la
revista Babel. De los tres que siguen,
Mauricio Wacquez, Roberto Bolaño y Cristóbal Gaete, único autor vivo pero
también el más joven de todos, y quien hoy nos acompaña como invitado de honor,
representan un estado de las letras anarquistas diferente de los dos autores
galardonados con el Premio Nacional, primero por no poseer una militancia
activa en grupos ácratas sino más bien una identidad ideológica con ellos y
segundo, derivado de lo primero, no hacer de la actividad militante una
temática substancial de sus escritos. Aunque esta aseveración solo la puedo
sostener con Wacquez y Bolaño, pues Gaete aún tiene mucho por escribir.
El anarquismo marginal y la
marginalización por el autoexilio son el lugar común donde ubico a Maricio
Wacquez y Roberto Bolaño, chilenos a-pátridas que desarrollaron sus carreras
fuera de Chile. Son los autores que expresan su anti-autoritarismo o acracia en
una constante disputa con la institucionalidad literaria, tal como la reclamará
Gaete en su novela “Valpore”. La
temática del oprimido, el homosexual, el sufriente, el delincuente, la
prostituta, la actividad prohibida o la figura del lumpen situados como
personajes heroicos que ejercen lo ilegal como acto revolucionario y de
rebeldía al poder estatal y del capital son la expresión más clara que
evidencia la tesis del libro.
De este modo, abrir el debate sobre los sentidos de la
literatura y realizar una crítica a los estudios anteriores, es una manera de
actualizar los modos de abordar lo literario e incorporar lo marginado. Pues se
ha hecho siempre resonancia de métodos que no se actualizan salvo por los
mismos quienes los propusieron. Se escribe mucho de lo mismo y desde lo mismo
en Chile, por eso creo que esto obedece a un vestigio en la academia de la
supresión de los debates en la dictadura cívico-militar y también a un
conservadurismo ideológico que se instaló producto de la misma. Para muchos
este libro será sinónimo de una valoración ideológica, pero no es más que una
ejemplificación de uno entre los múltiples modos de leer las voces narrativas
chilenas, pues podríamos haber tomados a los narradores marxistas y/o
comunistas, como también a los liberales o conservadores, que los hay y están
con fuerza en las letras nacionales. Elegimos estos como una vía de ingreso
pero nunca como un trabajo acabado.
Visto así,
la literatura no se acabará aunque cambien los formatos y se acorten las
expresiones limitando la cantidad de caracteres en los medios masivos de la
internet, y aunque la fugacidad del tiempo y la necesidad de producir dinero,
exigida por la sociedad capitalista, deje poco espacio libre para expresar la
creatividad. Porque el ser humano tiene la necesidad imperiosa de comunicarse y
expresar aquello que lo hace reflexionar y ser día a día. El ser humano
mientras tenga inquietud de sí tenderá hacia la utopía, no se puede decir el
fin de las esencias, como si el de los sistemas, porque mientras haya hegemonía
y los sujetos tengan conciencia habrá siempre contra-hegemonías, en donde el
discurso literario se vuelve estético como resultado de su práctica y se vuelve
político en su decir, haciendo indisoluble forma y contenido.
Antes de finalizar no puedo dejar
de dar los agradecimientos a Jorge Cáceres, Eddie Morales Piña y Pablo Hurtado
por darse el tiempo y la tarea de leer y presentar mi libro. Así como también
dar las gracias al escritor Cristóbal Gaete por su presencia hoy aquí.
Tampoco puedo dejar fuera a mis
colegas, amigos, alumnos y exalumnos que hoy me acompañan, pues esta
presentación tiene un sabor especial: es el primero de mis tres libros que se
lanzan en la Universidad en la que doy clases a diario.
También debo ser justo en decir
que este texto en el formato final se debe por una parte a la posibilidad que
me brindó el Consejo Nacional de la Cultura con un fondo de Creación del 2013 y
al trabajo editorial de Miguel Soto con Escaparate Ediciones.
Y por último, no puedo dejar de dar a las gracias a
mi familia.
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