¿Hasta
cuándo respetamos la irresponsabilidad?
El
único principio metodológico posible
en la
actualidad es la desobediencia,
porque
es desobediencia a lo irresponsable.
M. Wacquez
Llegar a la literatura de Wacquez es un
placer y un pena. Placer por lo armoniosa, distinta e interesante que es su
escritura y pena porque es de esos escritores que se les conoce tarde, en la
adultez o en la búsqueda experimental que significa leer a los no-conocidos
autores de nuestra narrativa. En su auto-exilio lo encontró el Golpe de Estado
cívico-militar chileno, y como el mismo lo relata pensó en sus cercanos y en los partidarios de Allende y militantes
de la UP. Sin embargo nuestro escritor no se sentía parte del régimen y más
bien ejercía una posición crítica y cuestionadora del proceso. Se declaró
anarquista.
“Aunque yo no
pertenecía al régimen de la Unidad Popular y mi acción era más bien teórica
–bueno, enseñaba filosofía-. Siempre me sentí chapoteando dentro de un
anarquismo marginal que, ahora lo sé, me ponía en contra de todos, salvo quizás
de algunos profesores y alumnos del Departamento de Filosofía. Es decir, mi
papel era ínfimo y denostado por mis colegas de la Unidad Popular y por la
derecha.”[1]
Wacquez, el escritor colchahüino que
nació en 1939 y nos abandonó el 2000, previo a la presentación de la primera
obra de una trilogía autobiográfica que tituló Epifanía de una sombra[2],
dista mucho de ser cercano al anarquismo de González Vera y Manuel Rojas, pues
el escritor “espurio”, como se definió en una entrevista, representa otra
condición del ser ácrata: la individualidad. Su posición es más radical y sin
la militancia de los anteriores. Situado muchas veces como miembro de la
generación del ´60 y cercano temporal del mal llamado “Boom” latinoamericano,
tomará distancia de la realidad americana y chilena como base identitaria de su
obra y se situará en una libertad transgresora de la moral social. Su
homosexualidad jugará un rol significativo en esto, pero también su formación
filosófica y estética. El reconocimiento de haber leído a Bakunin cuando era
profesor, nos hace pensar que también leyó a Stirner, pues en 1987 en una entrevista
dada al diario La época y publicada
el 2 de junio de ese año, dirá: “Mi universo narrativo es de total libertad y
también las coordenadas morales en que se mueve. El problema moral es una
elección primigenia y no puede explicarse desde ninguna moral social, sino
desde su propia naturaleza.”[3]
La posición social aventajada que
tuvo el escritor de Colchahua, nacido en una familia aristocrática extranjera y
venida a menos, como la describe en su última novela, no fue un impedimento
para desarrollar una agudeza crítica sobre la realidad y la literatura, en
ocasiones apelando a una función metafísica como rectora de la armonía que
debía producirse y en otras a una completa desestructuración gramatical. En una
relectura constante de los cínicos antiguos en su trabajo filosófico usará la
ironía para develar esa cara oculta por la hipocresía. Había que buscar la
constitución del sujeto. El sujeto del
y en el lenguaje.
Descendiente de franceses colonos,
de Argelia su abuelo y de Chile su padre, vivirá en una zona favorable para la
actividad de su familia: la vitivinícola. Sus primeros textos aparecen en la
década del ´60 del siglo XX y algunos de ellos primeramente en Francia, donde
se doctoró en Filosofía. Su condición ácrata se verá reflejada en su definición
a-pátrida, pues el mismo dirá en alguna ocasión que la literatura es “un oficio
para fugitivos.”
En su novela Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848)[4]
de 1981 expondrá de forma más definida la apertura que inicia de su pensamiento
a-moral en el libro de cuentos de 1971, titulado Excesos[5],
pues en la novela nos entrega una explicación subjetiva sobre la transgresión
humana. Podríamos decir incluso que se atreve a explorar como tema el
cuestionamiento al control del cuerpo como expresión del poder y de la
política, tema muy considerado hoy por los estudios producidos a partir de la
obra del filósofo francés Michel Foucualt sobre la biopolítica. Lo cual antecede con mucho a la tendencia actual sobre
sexo, sujeto, política y cultura.
Una
crítica a la novela chilena
Sus viajes diversos, sus contactos
de editor y traductor y sus vínculos con el canon literario chileno, que parece
prefería tenerlo de soporte editorial más que de colega de oficio, lo traerá a
dar una clase-opinión como joven representante de la generación de los ´60 al curso del Proceso Crítico a la Novela en
el Instituto Cultural de las Condes, donde leerá un breve artículo titulado Hablemos de nosotros,[6] en el cual señala:
“Reflejar la
vida entera es el único objetivo de la novela. Y ya es bastante. Por eso hablar
del destino de la novela es una forma de hablar del destino de nuestra vida.
Una buena novela es siempre física, psicológica, metafísica, sociológica,
política, botánica, zoológica, astronómica. Nuestra novela también debe ser
metafísica, a pesar de los que dicen que escribir sobre esos temas es escribir
a la manera alemana o francesa. Claro, la angustia del futuro no se da a orillas
del Mapocho.”[7]
El llamado es hacer una literatura
libre, reflexiva, relevante y trascendente. Una literatura total. Roberto
Bolaño, el escritor más afamado de las letras nacionales por estos tiempos,
tendrá en común varios aspectos con el “derrotero anarquista” de Wacquez, pues
ambos comparten el desarraigo, son escritores no en el exilio sino del exilio.
Una expulsión que es auto producida en rechazo a lo establecido. Una ruptura
con la identidad nacional que es crítica, pero que también es un acto político[8]. Comparten también la
subversión de la forma, donde Wacquez discute el lugar del sujeto en la oración
como centramiento de una subjetividad difusa. “Nuestra lengua tiene una
sintaxis rigurosa. Primero aparece el sujeto, luego su acción y enseguida las
circunstancias determinantes. Transformar ese orden pude ser un arte, un
artificio o una desafortunada transgresión producto de la inhabilidad para
darse a entender.”[9]
“La palabra
siempre ha tenido más peso que “lo real”. Para mí importa más la vida dicha que
la vivida. La novela es autobiografía en dos sentidos. Primero porque alude a
la biografía de su autor y luego por ella misma se transforma en biografía, en
experiencia literaria vivida, irreversible como todo conocimiento. Lo
importante es que esa emoción, el único terreno de la escritura, y la biografía
pueden repetir las emociones de los demás y que se inscriba así en una carne
social.”[10]
El refugio político y estético de
Wacquez fue la literatura y en ella experimentó lo que muchas veces la sociedad,
particularmente la exigencia moral de esta, no le permitía. La literatura fue
su campo político de disputa moral y fue también una forma de vivir.
Contra la coerción social de la cultura
En el año 1970 Mauricio Wacquez
publica en La Habana el texto Cultura
como seguridad, el que fue reeditado en Santiago al año siguiente por el
Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile, lugar donde el autor
hacía clases. Este escrito, que contiene una fuerte base filosófica marxista en
el análisis histórico social que desarrolla, termina por convertirse hacia el
final del texto en una proyección libertaria del arte.
Al
inicio de la reflexión expresa la concepción de la cultura dada por Sartre en
su texto Cuestiones de método. Marxismo y
existencialismo, desde donde Wacquez señalará: “Nos interesan las grandes
líneas de la Cultura, los modo que puede revestir cuando se halla frente a
nosotros. La idea central está contenida en dos frases de Jean Paul Sartre:
“Jamás se encontrará más de una (filosofía, cultura) viviente”, “Una filosofía
(una cultura) se constituye para dar expresión al movimiento general de la
sociedad; y mientras vive, ella es la que sirve de medio cultural a los
contemporáneos”.”[11] Desde acá va poco a poco
avanzando hacia el pensamiento crítico de la Escuela de Frankfort y su síntesis con el psicoanálisis freudiano.
Así, desde esta perspectiva hará una crítica a los condicionamientos culturales
de la burguesía dominante. Para ello identifica el rasgo preponderante en cada
sociedad histórica de Occidente hasta lograr, a partir del análisis filosófico
y económico de Marx[12], llegar a la actualidad
del capitalismo bajo la lógica de que la sociedad alimenta un ideal religioso,
basado en la confianza en una vida eterna, y el ideal científico que supone una
“facilitación de la vida presente por un manejo de la naturaleza.”[13] Ambos ideales serían la base
que sustenta el principio de seguridad que posee la cultura. De ahí, entonces,
“Cultura y seguridad serán pues en adelante, términos sinónimos; no como
correspondientes sino como explicativos de un ánimo, de un deseo de vida.”[14] La cultura así se vuelve
protectora de la vida humana contra la naturaleza inhóspita para nosotros, pero
como consecuencia exige seguir la norma, la que construye un “hastío y
sofocación” de l que nadie puede culpar a otro no querer esa vida.
Así
dentro de todo este análisis sobre la cultura como seguridad hablará de las
posibilidades de cambio y transformación donde, y esto es lo relevante para
nosotros, se referirá al arte y el rol del artista, develando su mirada
libertaria.
En
este sentido tenemos como primer elemento la subjetividad del autor en la
construcción de la obra, diciendo:
“el arte, que
reúne dentro de sí temas harto escasos, nos muestra la vida repetida hasta la
náusea, bajo diferentes formas; es el testimonio de diferentes hombres, de
lugares diferentes, cuya variedad y riqueza no sabrían contener el cerebro de
los robots con que soñaba Watson. El hecho de elegir un tema, comenzarlo de
cierta manera, ponerle un determinado fin, denuncia la intervención
indispensable de un artista que no quiere “conocer todo la realidad” como en su
conjunto lo pretende la ciencia, sino mostrar un momento de ella, organizarlo
alrededor de un tema, de unos personajes, de un tiempo que pasa. Todo esto
quiere decir que la realidad de la obra de arte es la realidad del autor.”[15]
La figura del autor y su importancia
para la obra, cobraba fuerza en el arte libertario, pues la pretensión de ser
voz directa de un potencial creador, que Wacquez también señala dentro del
texto, de todo ser humano configuran una base ácrata en su concepción del arte
y, por su oficio, de la literatura.
Añadiendo:
“Pero el arte
refleja la vida entera. Contiene las cosas y la vida de los hombres, de todos
los hombres, que rodean al artista, sus equivocaciones, sus contradicciones. El
arte es una actividad porque es el reflejo de una actividad: la de vivir. Y es
social, eminentemente social, porque esa vida es política, concierne a todo el
núcleo humanos. No hay arte asocial.”[16]
Como vemos el arte además cumple su
rol político, como expresión de la realidad social, que como bien lo entiende
Wacquez es política. No obstante, pondrá límites a la actividad artística, pues
comprende que sus obras ayudan pero no son en sí mismas la revolución.
“El artista,
tomo todo ente político, tiene un papel en la sociedad. Tratemos de definir
cuidadosamente este papel. La parte de lucidez que le toca vivir no le da
derecho ni a privilegios ni a consideraciones diferentes a las de todo
trabajador. Siendo su actividad diferente a la de un obrero textil, las
condiciones de su trabajo deben ser diferentes. El artista hace arte, no
factura tela. Su papel es importante, de gran importancia: testimonia sobre la
vida de los hombres, remueve los conformismos y compromisos fáciles de la
sociedad, es de primerísima importancia en un proceso revolucionarios. Mas, el
artista no hace la revolución. In facto,
la revolución la hace el revolucionario (dirigente político). Aunque ambos se
identifiquen en cuanto a la visión del mundo, sus actividades específicas son
diametralmente diferentes”[17] Para más adelante decir
que “es necesario otorgarle al artista la libertad necesaria para realizar su
obra.”[18]
El
escritor de la transgresión moral como acto rebelde, como expresión libertaria
de la vida y como honestidad natural a la hipocresía imaginaria de una
seguridad que termina siendo coercitiva, hablará de temas que la sociedad no
quiere asumir sino más bien silenciar. Iniciamos este ensayo sobre este “anarquista
marginal” con una interpelación al tipo de literatura que se escribía en la
dictadura, una literatura falsa, llena de invenciones y embellecimientos que no
tenían sentido para la realidad sufriente del país, llamando a una rebelión, a
una escritura libre sin ordenamientos por medio de idealismos estéticos de
críticos añejos. Llama a la desobediencia porque sabe que esa es la mejor arma
contra los cánones morales de una sociedad “penetrada por la antidemocracia”.
Mauricio
Wacquez nos muestra en su literatura la rebeldía de la transgresión, el
anarquismo individualista de su hedonismo, el escéptico, el escritor fugitivo,
el espurio pero sobre todo el hombre consciente de las representaciones
sexuales del poder y las viabilidades de su subversión.
[1] Wacquez,
M. (1997) Los más terribles sueños
imposibles, En VV.AA. (1997). ¿Qué
hacía yo el 11 de septiembre de 1973?. Lom: Santiago p. 46
[2] Editorial Planeta: Santiago.
[3] Artículo de prensa publicado por Memoria
Chilena. [En Línea] Disponible en
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83246.html
[4] Editorial Bruguera:
Barcelona.
[5] Editorial Universitaria: Santiago.
[6] Artículo de prensa publicado por
Memoria Chilena. [En Línea] Disponible en
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83248.html
[7] Ibidem
[8] Se puede hacer toda una reflexión a
propósito del sentido que tiene el exilio para el sujeto en la política, pero
como no es tema de este trabajo lo dejamos al pendiente. No obstante, debemos
señalar que para la concepción moderna del Estado-Nación el ser un extranjero
posee una serie de condiciones asociadas en desmedro de la condición ciudadana
del individuo, al menos en lo que respecta a la participación política,
cuestión que se remonta a la antigüedad clásica. Aunque hay excepciones.
[9] Crítica sobre la novela Frente a un hombre armado (Cacerías de
1848). Disponible en http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83248.html
[10] Donoso, C. (1981). Cazador prófugo. Entrevista. [En Línea]
Disponible en
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-83255.html
[11] Wacquez, M. (2004). Hallazgos y desarraigos. Ediciones UDP:
Santiago p.300
[12] “Marx destruyó una filosofía y
construyó otra. El mundo de las Sociedades de Filosofía se siente atacado por
el pensamiento de Marx puesto que éste da una imagen del hombre tan real, tan
convincente, que permite destruir –sin armas, sin recursos, sin Vietnam- la
poderosa maquinaria filosófica. Marx ataca la filosofía en su flanco más
fuerte: el económico, que como sabemos, es el flanco moral de la Filosofía.” Wacquez, M. (2004). Hallazgos y desarraigos. Ediciones UDP: Santiago p.304
[13] Ibid.
p. 307
[14] Ibidem,
[15] Ibid.
p. 328
[16] Ibidem
[17] p. 329
[18] Ibidem.
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