jueves, 30 de mayo de 2013

Bolaño, un hombre rebelde.


Abert Camus en su texto El hombre rebelde (1951) comienza el primer capítulo preguntándose y respondiendo: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento.” (2003:17). Roberto Bolaño (1993-2003), el escritor chileno radicado en España y que escribía situado en México (entre otros temas), es hoy por hoy, a diez años de su muerte, el referente principal de las letras hispanoamericanas actuales. El poeta maldito, por no decir marginal, que no había surgido en los centros letrados y académicos, sino desde  un barrio común, sorteando la aventura de la vida con empleos precarios y laureles fugases en pueblos desconocidos para los intelectuales universalistas y a los que ningún escritor “importante” o “reconocido” se presentaría ni como jurado, había elegido la literatura como su campo de batalla, como el espacio político para su rebeldía. Hombre agrio en sus comentarios pero fino e inteligente en su escritura, se ha vuelto un mito literario al cual todos adoramos, no sé si por efecto de sus discurso persuasivo o por la propia búsqueda de validación, pero hablar de Bolaño hoy es signo de intelectual contemporáneo. Pero lo cierto, es que mi acercamiento a Bolaño fue por medio de un amigo, estudiante de literatura en Valparaíso, con quien compartí un lugar de trabajo como vendedor en una reconocida cadena de librerías (esas donde se venden libros).
Recuerdo claramente que en uno de los tantos ingresos atrasados, por la amanecida con amigos la noche anterior, fuimos relegados a ordenar los libros desordenados en las estanterías del segundo piso del local. Ahí, entre diccionarios y libros de arte, surgió la presentación de un desconocido escritor chileno que el seudo-underground intelectual porteño andaba comentando y leyendo como una creciente moda, y que yo como buen vendedor y estudiante de filosofía debía conocer. Roberto Bolaño era su nombre y Los detectives salvajes (1998) fue la novela. La verdad es que me aburrió de la página 200 a la 300. No encontré mucho allí que me cautivara, sin embargo me resistí y lo completé. No obstante, mi compañero bolañista me insistía en que debía seguir leyendo sus textos, por lo que me pasó de las estanterías La pista de Hielo (1993), Amuleto (1999) y La literatura nazi en América (1996) “para que te armes un panorama”; me dijo. Le hice caso y me fui adentrando en su obra.
Al poco tiempo, terminé mis estudios de filosofía e ingresé a un post-grado en literatura, ocasión que no podía rechazar para escribir sobre él. Bolaño y la anarquía estructural de la novela (2009) y pronto a publicarse en una revista académica en EE.UU. La tesis fue Bolaño anarquista. Algo raro y novedoso para quienes acostumbran a leer sobre él en textos que hablan de su genialidad literaria,  su periodo infrarrealista o de su personalidad como amigo, amante o lector. Todas cuestiones interesantes pero poco profundas. Aburrido de las actuales teorías literarias post-modernas y de abordar los estudios americanos como epifenómenos de la cultura euroccidental hice otro cruce, su mirada como autor. ¿Por qué Bolaño es importante para la narrativa? ¿Dónde reside su punto de inflexión con los demás escritores?  Y ahí volví a releer alguno de sus textos y entrevistas, donde en todas encontré que él libraba su propia batalla contra lo establecido, contra la autoridad, con el ejercicio dominante de lo canónico, no para ser un canon sino para valorar lo otro, eso que está en los espacios que el rondó por mucho tiempo, los espacios marginales. Pero no pudo mantener la pureza de sus ideas y sucumbió a las exigencias editoriales de quienes se enriquecen con la genialidad de otros, incluidos familiares y amigos, que han construido la marca Bolaño, no por sus ideas literarias sino por su mitificación personal. Sin embargo, Bolaño era anarquista y sabía de su derrota. El dice:
“La verdad es que para mí, y quiero ser muy sincero, la idea de la revolución ya estaba devaluada cuando yo tenía 20 años. A esa edad yo era trotskista y lo que veía en la Unión Soviética era una contrarrevolución. Nunca tuve la sensación de estar apoyado por la dirección de la historia. Al contrario me sentía aplastado. Creo que eso se nota en los personajes de Los Detectives salvajes” (Braithwaite, 2006:51).

Su política anti-autoritaria fue expresada en muchos pasajes de sus escritos, extremados en la concepción de la forma, Bolaño descría de las estructuras pre-establecidas llegando a decir que:
“Los temas siempre son los mismos, desde la Biblia y desde Homero. Según Borges, no son más de cinco. En las estructuras, por el contrario, las variantes son infinitas. Podemos construir obras de mil maneras diferentes y aun así estaríamos sólo en el principio. Por descontado, no creo que la literatura esté agotada. Eso no va a suceder jamás, al menos mientras los seres humanos puedan hablar. La literatura se alimenta de la oralidad, del habla de la tribu, de la jerga de la tribu. Las voces entrecruzadas y superpuestas que se pueden oír en un autobús, por ejemplo, probablemente contengan más energía que la mayor parte de los poemas que hoy se escriben en Santiago.” (Braithwaite, 2006:51).

Cuestión que la teoría literaria no puede abordar por su marcado positivismo y estructuralismo aún presentes, posiciones desde las cuales buscan establecer los patrones a seguir para universalizar principios y construir autoridad y canon. De ahí que la figura que tenga a la vista sea la señalada por Camus, porque sin querer la rebelión de Bolaño lo llevó a los sitiales del rey que él mismo criticó.

1 comentario:

  1. Excelente! La lucha de Bolaño contra el poder en todas sus formas es justamente lo que más me interesa de su escritura. Y es verdad, su canonización posterior crea cortocircuitos. Apreciaría mucho poder leer la tesis. Saludos!

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