viernes, 9 de mayo de 2014

El Ensayo y la Filosofía Latinoamericana. Construcciones poéticas de un pensamiento crítico y emancipador.

Un viaje muy particular
El relato testimonial como ontología de la resistencia[1]

Las dictaduras del sur han montado, como se sabe
una maquinaria del silencio. Se proponen enmascarar
realidades, borrar memorias, vaciar conciencias.
Desde el punto de vista de este proyecto de castración
colectiva, las dictaduras tienen razón cuando envían
a la hoguera libros y periódicos que huelen a azufre y
cuando condenan a sus autores al exilio, la prisión o la fosa.
Hay literaturas incompatibles con la pedagogía militar
de la amnesia y la mentira.
Eduardo Galeano, El exilio: entre la nostalgia y la creación.

El Golpe de Estado del día 11 de septiembre de 1973 vino a redefinir el desarrollo social, político, económico y cultural de forma brutal y sistemática en Chile, marcando un antes y después en la historia de nuestro país y de nuestra América. Construyó un imaginario social que aún subsiste en la sociedad chilena y en sus instituciones, lo cual ha permitido que se conserven como oficial una serie de elementos instalados desde el discurso ideológico totalitario de la Dictadura cívico-militar, situando inmediatamente como No-oficial a las diversas voces testimoniales que revelaron lo que se estaba haciendo y que era ocultado y negado por el discurso dominante. Esto trajo como consecuencia que en Chile aún sigamos hablando de actos reparatorios en la medida de lo posible, teniendo además una defensa corporativa y oficial de parte de la derecha que formó el núcleo civil dentro de la Dictadura y que incluso hoy defiende a quienes considera como los libertadores de Chile[2]. A esto, debemos agregar que recién a 40 años de ocurrido el Golpe de Estado y a 25 años del triunfo del No podamos observar de forma más abierta y pública algunos relatos, testimonios y documentales que retratan lo vivido por los partidarios de la Unidad Popular luego de ese fatídico día, lo cual nos lleva a interrogarnos sobre el sentido que tiene el relato testimonial y la posición que adquiere dentro del proceso de recuperación de la memoria histórica, así como también las imágenes que construye con su discurso.
De esta manera, intentaremos ir evidenciando algunas barreras limitantes de este otro discurso, que fue considerado y tratado como marginal, poco veraz por no decir ficticio, resentido, negativo, subjetivo y, en instancias más radicales, como falso, y desde ahí analizar la imagen que se ha reconstruido y legado sobre el periodo. Estas condiciones han producido que la mayoría de los cuestionamientos abiertos y heredados sobre lo ocurrido solo hayan recibido tibias y parciales respuestas, generadas principalmente por perspectivas y reflexiones salidas desde el debate político contingente y la acción judicial, no así desde un trabajo profundo y sistemático sobre nuestra condición humana y nuestra realidad latinoamericana en la academia chilena, lo cual se está convirtiendo, hoy en día, en una necesidad que emerge en trabajos particulares y dispersos que en su mayoría no trascienden el espacio de origen por trabas en la difusión y la casi nula incorporación a los procesos formativos y de generación de planes y programas curriculares de educación. Pues, en términos simples, podemos afirmar que la enseñanza de las humanidades en Chile se ha resumido a datos, fechas, nombres “heroicos” y manuales.
A pesar de esto, tenemos a nuestra disposición múltiples manifestaciones surgidas desde el sujeto concreto, de carne y hueso como lo llama Arturo Andrés Roig (2009), quien ha sentido la necesidad de expresar y dejar huella de sus circunstancias, realidades y experiencias vividas en dicho periodo, como un testimonio que revela lo que se ocultaba, lo no-dicho, lo silenciado, en resumidas cuentas, lo negado por el discurso dominante y totalitario del periodo, el que hoy se expresa en frases como: “no hay que revivir el pasado” o “solo los resentidos hablan de esto”. Así, el relato testimonial se transforma en un acto que podemos reconocer y denominar, sin temor a equivocarnos, como una contrahistoria.
En este marco general abordamos el texto Un viaje muy particular (2006) del filósofo chileno Sergio Vuskovic Rojo, quien durante su detención en el buque escuela “Esmeralda” y posterior envío a isla Dawson en calidad de “prisionero de guerra” sufre la vejación y la tortura por haber formado parte, con su militancia en el Partido Comunista de Chile, del gobierno de la Unidad Popular (UP) que presidía Salvador Allende desde su elección en 1970. Este testimonio publicado por primera vez en Italia en 1986 y luego en la Revista Araucaria de Chile N°42 en Madrid el año 1988, vino a complementar lo relatado en Dawson del año 1980, cuya primera edición fue también publicada en italiano. Según las palabras del propio autor, este texto fue escrito en inglés en momentos de reflexión íntima en las barracas de reclusión en los campos de concentración de Chonchi y Ritoque con posterioridad a los testimonios que reunió en el libro Dawson, en donde además recoge las experiencias de otros prisioneros como Orlando Letelier, Clodomiro Almeyda, Benjamín Teplisky, Enrique Kirberg o Luis Corvalán, entre otros. Así, la obra Un viaje muy particular es un texto que se nos presenta como un relato testimonial de la tortura, tal y como ésta fue vivida por el autor en el buque escuela de la Armada de Chile entre los días 11 y 19 de setiembre de 1973.
Este testimonio nos permite profundizar en las formas de resistencia que adquiere la subjetividad del autor y los modos con que el sujeto se enfrenta a un proceso que pretende la propia anulación y aniquilación de su conciencia, siendo la misma supervivencia a estos estados la que junto con permitir la escritura, convierte a esta reflexión en un texto que muestra el cauce de sobrevivencia y rescate de su propia imagen, desde una memoria que es íntima, fisiológica y por sobre todo consciente. Se abre en el texto un gesto de actitud filosófica, de documento histórico y de discurso rebelde, pero también de refugio como vía de expresión de una subjetividad que no pretende doblegarse ni darse por vencida, haciendo de este relato una expresión ontológica de resistencia y de imagen de una contrahistoria.

Sobre el sentido del relato testimonial

Las detenciones producidas por el Golpe de Estado y las consecuencias conocidas de ellas evidencian los propósitos claros de una estrategia diseñada para aniquilar las ideas políticas que poseía la Unidad Popular, lo que en palabras del propio dictador Augusto Pinochet consistió en “extirpar el cáncer marxista”. Declaraciones que fueron acompañadas de titulares de prensa que respaldaban las posiciones violentistas del régimen militar, cuya incitación se conocía desde antes de asumir el gobierno Salvador Allende. Hoy todos conocemos las responsabilidades del principal medio de prensa escrito en Chile, El Mercurio, en todo el proceso de incitación, gestación, respaldo y defensa de la Dictadura. No obstante, y a pesar del rol que han jugado los medios de prensa como “soportes ideológicos de los sistemas hegemónicos de pensamiento” (Moraes, 2007), pudieron emerger, fundamentalmente fuera del país producto de la censura durante la dictadura, discursos de sobrevivientes que como denuncia comienzan a relatar lo sucedido y experimentado por ellos, en una poética del testimonio como la concibe Hayden White (2010), pues en ella cuentan, más allá de cualquier dato positivista, los padecimientos, “lo que se sentía” durante la reclusión y la tortura.
De este modo, el relato testimonial chileno se convirtió en una expresión literaria, en un decir desde afuera y, por qué no decirlo, también desde abajo. Es un lenguaje discursivo no reconocido por la autoridad ni por los historiadores, por lo que es marginado de cualquier tipo de reconocimiento como documento oficial. Ante esto, el testimonio comienza a ser tratado como una expresión literaria que pretende dar cuenta de la realidad, algo que ha estado presente en toda la narrativa latinoamericana, llegando incluso a discusiones teóricas respecto a si éste es o no un género literario (Epple, 1994; Morales, 2001).
Inserta en esta discusión literaria de la imaginación discursiva,  tenemos que se ha ido develándo el referente ético-político de dichos textos, lo cual se ha expresado en escritos desde la colonia. El género testimonial, entonces, tiene como soporte básico un hecho socio-histórico y la consecuente expresión discursiva que éste provoca, lo que en el caso de los testimonios  de prisión y tortura vivida en Chile está desarrollado por sujetos que se vieron enfrentados en forma directa a  los aparatos de poder de la Dictadura. De este modo, el relato testimonial es un discurso mediante el cual se demuestra  el compromiso del emisor con el enunciado, haciendo una proyección hacia el mundo desde su propia subjetividad.
En este sentido, el relato testimonial tiene, por una parte, la característica de referencialidad e intertextualidad, porque remite a hechos reales y trata de demostrar su veracidad y, por otra parte, el establecimiento de otra versión o contrahistoria dada por el referente, que en este caso es el prisionero-narrador. Visto así, el testimonio se vuelve una expresión literaria, porque en la re-creación del momento del que se fue víctima, hay una evocación imaginativa que produce una ficcionalidad consciente o inconsciente, donde el autor utiliza un lenguaje que perfectamente forma parte de una poética.

El discurso testimonial -en oposición al relato ficcional- es casi siempre plasmado como relato, como una imagen narrativizada. Por ende, debe presentar necesariamente alguien que narre, pero en él no se da la típica diferenciación literaria entre autor (real) y narrador (ficticio). En este caso -y este es un rasgo distintivo del discurso testimonial reconocido por la mayoría de sus estudiosos - quien narra es el autor real del enunciado (v.gr.: Hernán Valdés y Rolando Carrasco). Este es, a la vez, el yo real, sujeto de la enunciación (un escritor de izquierda en Tejas Verdes y el director de la radio C.U.T.CH. en Prigué). Luego, el autor y narrador del discurso testimonial, no son entes diferenciados, sino una sola persona real y concreta cuya narración es real.” (Flores, 2000).

Desde aquí entonces, tenemos que el relato expresado como testimonio no queda solo recluido a un acto de “recordar mnemónico” como lo denomina Ricoeur (2000), sino también a sentidos aún más amplios como la denuncia, la resistencia, la historia y un cuestionamiento directo a las formas de construcción de la sociedad, todo lo cual nos permite considerar el relato testimonial como un contradiscurso que se opone a los principales dichos hegemónicos que construyen los imaginarios sociales.

Un viaje muy particular

Un viaje muy particular posee tres ediciones una en italiano y dos en español. El haber podido acceder a la primera edición del texto en español como a la última nos permitió conocer algunas respuestas a las inquietudes surgidas en el autor al recordar frases en otro idioma mientras era torturado, así como también se pudo obtener otros antecedentes adjuntados al testimonio inicial, pues el autor realiza un comentario y adjunta un fragmento de la transcripción de las declaraciones dadas a la Organización de Estados Americanos (OEA) el 31 de octubre de 1974 (OEA/Ser.L/V/II.34/doc.21), donde declara:

Me dejaron en calzoncillos con las manos esposadas a la espalda, me ataron a un poste y me aplicaron corriente por todo el cuerpo, especialmente en los testículos, pecho y espalda. Fuera de esto, los oficiales que me interrogaban me golpearon cincuenta veces con sus puños en dichas partes. Como resultado de este trato, mi cuerpo quedó de un color violáceo y amoratado, lo que fue verificado por la Cruz Roja Internacional cuando ellos visitaron Dawson. (2006:69).

Este estado en el que Sergio Vuskovic, junto a otros seis detenidos y torturados llegan a isla Dawson, es descrito por Aniceto Rodríguez, otro prisionero político en la isla, en el libro Entre el miedo y la esperanza. Historia social de Chile, del siguiente modo:

“Dos semanas más tarde llegó un grupo de Valparaíso, integrado por el diputado Andrés Sepúlveda, el Alcalde Sergio Vuskovic, los regidores Ariel Tacchi, Maximiliano Marholtz, Luis Vega y el Administrador General de Aduanas Leopoldo Zuljevic. A todos ellos les correspondía la letra “V”, inicial de Valparaíso, y los llamaron los “vela”. Venían en pésimas condiciones físicas, golpeados y torturados de tal forma, que algunos apenas se mantenían en pie. Habían sido sometidos a “hábiles interrogatorios”, léase torturas degradantes.”(1995:423).

A esto hemos querido incorporar otras versiones que relatan la forma de la detención de que fue víctima junto a otros personeros de gobierno en Valparaíso, pues fueron inmediatamente derivados al buque escuela “Esmeralda”. Así lo cuenta María Eliana Comené a la nación en el 2005 y reproducido en el libro Los crímenes que estremecieron a Chile:

Cuando llegaba un nuevo detenido, los marino gritaban “guardia abajo” y tiraban a la gente por las escaleras verticales del buque. Quedaban muy mal, todos golpeados en esa entrada a la habitación. (2013: 43).

En tanto, Vuskovic en su relato testimonial se sitúa como prisionero-narrador contándonos desde su resistencia interna al intento de destrucción de su subjetividad mediante el castigo. Esta resistencia viene desde la profundidad subjetiva, es resistencia en la memoria, pero también es rebelarse, faltando a la obediencia demandada por medio del dolor infligido.

Sigo gritanto porque el otro continúa con los electrodos en mi espalda. Es como si recibiera un mandato superior, desde lo más profundo de mí, de gritar más fuerte.
“Sigue con la corriente en la espalda. Es donde más le duele”
En el singular punto de conciencia en que me he transformado se prende como en un semáforo, una luz amarilla: “picaron el anzuelo”, siento decir en mi interior, porque en realidad de verdad, la electricidad en mi espalda no me producía ningún gran mal. Me invade una tranquilidad. Sigo gritando, porque debo hacerlo. (Vuskovic, 2006:17)

Esta re-creación de los momentos de la tortura es una vuelta hacia sí mismo, un discurrir de la imaginación en la que traspasa al lector el sentimiento de su estado de desobediencia al dolor, mediante la magnificación de éste, con ello nos pone frente al torturador imaginando la evocación al pasado, su propio pasado. La imagen que nos revela su representación no es puramente sufriente, sino también dan cuenta de un escape.

La intensificación de aquel cono de luz interior me permite verlo, en una silla oscilante, casi como una mecedora y golpeando sus puños en la mecedora.
Y la pulsación interior del hermano oscuro da las claves indicativas que se van abriendo hacia la conciencia que vela, despierta; es la abuela Olimpia que me visita, haciéndome repetir “El violín de Yanko” y allá, en la Mincha quechua-aimará, de la provincia de Coquimbo, me enseñaba a repetir, de niño un poema, en una extraña lengua, de la cual sólo una frase permanece: “ni pampanitiaca ni chontoca. (2006: 14-15).

Así, el autor nos inicia con el momento en que su mente abandona el cuerpo para resistir el dolor y evocar respuestas a interrogantes que surgen como un escudo de protección de su subjetividad, una reflexión que está muy marcada por su experiencia y condición de profesor de filosofía, como en más de una ocasión lo indicara el autor.

La ontología de la resistencia

La post-modernidad surgida como crítica de la modernidad occidental, tiene diversos cuestionamientos que tienen como centro el relativismo. Sin embargo, el desarrollo de una teoría post-moderna se puede establecer desde la crítica metafísica de Nietzsche hasta la problemática del sujeto, estudiada y señalada por los franceses encabezados por Michel Foucault. No obstante, en América Latina no ha podido ingresar la concepción de que ésta es una época post-moderna, ya que las categorías desarrolladas por distintos pensadores, entre los que se cuentan Habermas y Lyotard, establecen elementos que están sólo dentro de marcos occidentales, los que difieren de la realidad mestiza latinoamericana. Sin embargo, desde el punto de vista del desarrollo de la historia de las ideas, podemos establecer ciertas nociones generales que nos sitúan en un momento de crítica a la modernidad y más específicamente del Estado-Nación moderno.
Los hechos sociales que marcan está “nueva era” no tuvieron las repercusiones debidas y la caída de los regímenes socialistas de Europa Oriental y del capitalismo liberal no dan cuenta de una nueva forma des-ideologizada de las sociedades producto de un rebelarse a la autoridad, sino sólo un estado de persuasión de los sujetos al modelo actual. Este efecto es posible observar con mayor detalle en el fenómeno de la globalización, donde ya no se intenta destruir mediante la eliminación de los sujetos una cultura, sino que se hace mediante la persuasión y el establecimiento de nuevos patrones culturales dominantes, muestra de ello es lo que sucede en gran parte del territorio americano con sus pueblos indígenas.
Los elementos que proporciona la crítica a la modernidad y al positivismo racionalista desde las subjetividades son posibles de utilizar dentro del desarrollo del análisis y comprensión del pensamiento latinoamericano, haciendo la aclaración de que se consideran como categorías conceptuales  y, por lo tanto, de formalidad, y no de substancialidad, es decir, de contenido. Esto es porque su origen difiere del que posee la resistencia producida en el pensamiento latinoamericano, del que el relato testimonial chileno forma parte constituyente: la historia. En este sentido, vemos cómo las definiciones de Pormodernidad se revelan como un anti-historicismo epistémico heredero del estructuralismo y eliminando la configuraición histórica del sujeto: lo dejan sin pasado. No obstante, en el pensamiento de Arturo A. Roig se advierte una noción crítica al formalismo y a las subjetividades del estructuralismo. De este modo señala:

Los estructuralistas mencionados avanzaron más allá de lo que hemos denominado “descentramiento del sujeto” y concluyeron en lo que podríamos caracterizar como un “desplazamiento de la subjetividad” hacia grandes estructuras avasalladoras, exclusivas dadoras de sentido. En contra del trascendentalismo kantiano, hemos entendido que no se puede cumplir la “función sujeto”, sin sujeto empírico, y en contra las ideologías estructuralistas afirmamos que las formas de subjetividad atribuidas a las estructuras en cuanto depositarias de la “función sujeto”, tan sólo lo son por analogía con aquel.
Pero ¿a qué apunta la expresión de “empírico” con la que calificamos al sujeto que cumple, a nuestro juicio, primariamente la “función sujeto”? Pues, a señalar y subrayar la capacidad de una determinada experiencia axiológica primaria que es acto constitutivo de la subjetividad y que es, como lo hemos dicho en otras partes, radicalmente histórica, social y contingente.[3]

Bajo esta última perspectiva, denominada latinoamericanista, vemos la ontología de la resistencia en el texto Un viaje muy particular, ya que la situación bajo la cual surge, en términos socio-históricos, el relato testimonial chileno viene a ser muy distinto de lo vivido en los regímenes totalitarios de Europa, ya que estos son el resultado de una adhesión social a dichas ideologías, mientras que el régimen autoritario de la Dictadura chilena surge como un imposición de una minoría por sobre un régimen legalmente constituido. Por lo tanto, los fines de la resistencia obedecen a otros patrones y bajo otros contextos, aquí no es posible advertir los estudios sobre el fascismo y las masas, ya que en Chile no se vieron manifestaciones masivas a favor de la dictadura, aún cuando los ciudadanos no se rebelaron hasta una década más tarde.
El lenguaje ontológico de la resistencia a la destrucción de la subjetividad, por medio del castigo y el dolor, es producto de lo que Roig señala como lo empírico del sujeto, es decir, su historia, su sociedad y su contingencia, Vuskovic habla de sí mismo con una finalidad, habla su historia materializada, es su pasado el que lo hace salir de ese momento, a fin de cubrirse del ataque del torturador que pretende arrebatarle su condición humana. Así, él se sitúa en esa confrontación al dolor, con un lenguaje sencillo, pero no menos profundo con el que se  referiere a su resistencia.

Durante toda la experiencia siempre estuve consciente, centrado en mí mismo, con una actitud de “awereness”, de clarividencia y de conciente interioridad; registrando, grabando todo lo que  sucedía, sin agregar ni censurar nada sobre la
vida personal y sobre lo que está sucediendo a mi alrededor; pero alerta sobre un solo punto, un aspecto decisivo que requería esencial y expresa vigilancia.[4]

        El mismo Vuskovic en el “Comentario” al texto, publicado en conjunto el año 2006 en Valparaíso, señala que:

Al escribir ahora este comentario veo claro que esta experiencia me impuso la exigencia de formular una visión de todo el aparato cultural que llevaba en mí – no porque hubiese entrado en crisis, sino por una demanda de profundidad – de sus límites y de la necesidad de sobrepasar estas fronteras hacia un país escondido que la poesía moderna trataba de dar a conocer más allá de la ideología cultural del creador.[5]

A modo de cierre

El texto de Sergio Vuskuvic Rojo es una vuelta a nuestra historia, a nuestro pasado, a los cimientos de un presente nada alentador en un país donde se aprendió a poner la basura/lo otro bajo la alfombra. Es un texto que no solo revela la capacidad literaria de su autor, quien cubre con metáforas un discurso difícil, pues tiene el cuidado de no traspasarle al lector su experiencia de dolor, sino más bien llevarle un mensaje de optimismo, al contarnos de las formas de su resistencia.
Su relato es una expresión de resistencia en una búsqueda de la subjetividad por liberarse del momento mismo de la tortura corporal, no en una meditación sino en una condición consciente.
“El cuestionamiento tiene una doble dimensión: política y epistémica. En términos políticos, se denuncia una historiografía tradicional porque, en su exclusiva atención a prespectivas de las élites políticas o, alternativamente por interesarse en el develamiento de los procesos históricos de gran escala que subyacen en las interacciones humanas eliminando cualquier perspectiva subjetiva, se ha “olvidado” de “otros” actores, de “otras” agencias, “otras” voces.” (Tozzi, 2009:169)
El relato testimonial, en este sentido, viene a desarrollar un lenguaje propio que evidencia lo que el discurso oficial ocultaba, disfrazaba y negaba a la población. Recuperar sus sentidos es un acto político por los que no están, por los que resistieron, por los que luchan.



[1] El presente escrito fue presentado en octubre de 2013 en la Universidad Diego Portales en el marco del congreso Guerra y Paz.
[2] Un ejemplo claro a este respecto es la cantidad de símbolos y conmemoraciones durante la Dictadura sobre el 11 de septiembre, cuyo casos más representativos están dados por el auto-nombramiento como Capitán General del Ejército de Chile por parte de Augusto Pinochet Ugarte mismo cargo que ocupara Bernardo O´Higgins Riquelme como Libertador de Chile, además de la acuñación de monedas de diez pesos cuya imagen es un símbolo de la libertad y cuya fecha grabada es el 11 de septiembre de 1973. Ver imagen
[3] Roig, Arturo Andrés Filosofía latinoamericana y ejercicio de la subjetividad en Cuadernos del pensamiento latinoamericano Nº 8 año 2000. Facultad de Humanidades Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, p30.
[4] Vuskovic, S. Op. Cit. pp 12-13
[5] Vuskovic, S. Op. Cit. p 24

miércoles, 12 de marzo de 2014

Gaete y la narrativa lumpen. La resurrección de la poética anarquista

Gaete y la narrativa lumpen. La resurrección de la poética anarquista
(Este texto forma parte del libro "Narradores y Anarquistas. Estética y política en la narrativa chilena del siglo XX. Concepción: Escaparate 2015).

Desde que empieza a dar sus primeros
pasos en la vida, el niño proletario
sufre las consecuencias de pertenecer
a la clase explotada.
O. Lamborghini


            Cristóbal Gaete (1983), periodista y joven escritor de Valparaíso, tiene ya varias publicaciones y un par de libros en los que se manifiesta su actitud literaria. Con un compromiso asumido en su narrativa, se convierte en el escritor de la marginalidad de inicios del siglo XXI, cuya obra más importante hasta este momento es Valpore[1], junto a una serie de trabajos de rescate de la obra del poeta porteño Carlos Pezoa Veliz. 
            Esta novela lumpen, como él mismo la ha denominado, se inscribe dentro de las múltiples corrientes literarias marginales. García Canclini ya había puesto atención en el rol de las instituciones artísticas que promueven y desarrollan la literatura y el arte, y la función político-ideológica que ellas tenían,[2] como aparatos ideológicos suplementarios de la labor coercitiva del Estado. Pero el avance y el acceso a los medios tecnológicos y de reproducción han permitido que frente al dominio cultural de las grandes corporaciones e industrias que manejan el “mercado”, la que incluso ha sido apoyada por la crítica –como lo denunciaba Mauricio Wacquez-, emerjan múltiples iniciativas que tratan de hacer resistencia a ese dominio hegemónico dentro de la cultura. Sin embargo, y a pesar de la creatividad, las dificultades convierten a muchas de estas intenciones en batallas pasajeras que se diluyen al poco andar. Dentro de ellas, muchos son los jóvenes autores que hacen con sus obras una acción directa de rebelión y anti-sistema en las que el arte, compañero fiel de todas las subversiones, vehiculiza otras formas de pensamiento y representación del mundo. La crítica se hace arte y la obra es la acción.
            La narrativa lumpen de Gaete hace justicia a los sectores ocultados por la nueva distribución del espacio citadino, que ya en 1847 con la modificación de París procuraba el ocultamiento de la pobreza, otorgando a lo marginal su sentido espacial del afuera, cuyo caso para el puerto de Valparaíso son las alturas de los cerros, como bien lo describe Patricio Aeschlimann en su libro Valparaíso de la cintura hacia arriba[3] del año 2011.
La planificación de la zona comercial y bancaria de la ciudad-puerto han dado el sentido a que dicho espacio se conozca popularmente como el plan, donde las casas próximas a las zonas económicas son las antiguas casonas inglesas del siglo XIX, cuyos moradores fueron los principales explotadores del salitre, para que en las zonas más altas de los cerros se vean casas amontonadas en las quebradas, cuyos caminos de difícil acceso, hacen correr grandes riesgos a sus habitantes cada invierno por la lluvia y cada verano por el fuego, y oculten con reflejos coloridos las latas revestidas como muros protectores de las inclemencias climáticas.

“La calle nos llamaba. Podíamos seguir consumiendo con unas bolsas de pegamento escondidas en la punta de las mangas. Nos llevábamos las manos a la boca cada tanto, respondiendo lentamente a los estímulos de la ciudad, a la micro que nos llevaría al plan o al infierno en su descenso de montaña rusa por los estrechos caminos del cerro.”[4]

            La descripción de la vida propia de las zonas prohibidas, es ocultada por la autoridad citadina a los turistas, en donde la delincuencia[5], la drogadicción y el crimen son hechos cotidianos para sus habitantes. Mientras la inversión privada ocupa los otros espacios, los patrimoniales, para atraer al turista-consumidor de imágenes coloridas sin olor, sin sonido, sin tacto. El descenso de los cerros es una función subversiva contra el orden social neoliberal: el clasismo.
La obra de Gaete es expresión de una realidad humana que existe pero que se oculta para no ser apresada por la autoridad defensora de la normatividad conductual y que no acepta, tampoco, la búsqueda de la satisfacción de los placeres sórdidos del instinto humano, y que al igual que en la obra de Wacquez se rebela como transgresor contra el dominio racional de esa norma social devenida de un ideal científico y religioso. Gaete actualiza en la literatura la posición ideológica de un anarquismo individual que busca diferentes formas de hacer frente al dominio hegemónico por parte de una minoría. Así, el escritor quillotano que adopta el puerto por residencia, nos narra la historia de tres jóvenes que hacen de su vida marginal una expresión existencial de rebeldía total hacia la vida y sus normas morales y sociales impositivas, un desarraigo cultural que los conduce al límite, dejándoles como alternativas la muerte o a la aceptación social.
            Estos personajes son la evidencia de la injusticia del sistema social, político y económico, en que el delincuente y el micro-traficante son la parte más débil de la lucha por la sobrevivencia. “En el medio lumpen se lleva a cabo la más primitiva y brutal lucha por la existencia. Deben vivir y para vivir hacen lo que sea necesario.”[6] Hay que comer, diría el protagonista en más de una ocasión.
            Prostitución, violación, crimen, drogadicción, tráfico, bailes, fiestas, alcohol son todos elementos que hacen de esta obra su expresión, pero la pregunta una vez leída toda la sordidez que está implícita en las acciones de los personajes, es por qué es posible todo esto y qué hace que ocurra. No son hechos aislados, sino partes de una realidad que está ahí afuera, en este mismo instante aconteciendo en algún rincón de los cerros de Valparaíso u otra ciudad. Es una interpelación al lector sobre el ser humano y su desarrollo. ¿En qué nos hemos convertido? 
            En esta última interrogante, es en donde surge la resurrección de la poética anarquista y su sentido social, con nuevas formas de un contenido más explícito, más evidente, más terrible, pero cuya función es producir un remezón en la conciencia.
El lumpen, no es provocado por la búsqueda de un ideal, sino que está enclavado en la sociedad como una consecuencia de su desarrollo, es el daño colateral de ésta. “[E]l lumpen no es producto de sí mismo, no ha elegido ser lumpen: el lumpen es un producto de la sociedad, de la organización de la sociedad.”[7]
Lo caótico para el anarquismo individual no está asociado a un sentido negativo, sino a la libertad plena. Así, en este relato caótico y marginal se busca sacar del sueño neoliberal la posibilidad de ir a comprar con tarjetas de créditos al mall, de comer salmón con camarones en finos restoranes o subir hasta las casitas que representan el esplendor de un siglo en el que para ser construidas se había necesitado que obreros jamás recibieran un sueldo; nunca fueran atendidos por un médico; no tuvieran un techo digno donde cobijarse del frío pampino; y fueran acribillados cuando reclamaron por los derechos más básicos de todo ser humano. Hoy son parte de un patrimonio que más que embellecer, nubla con sus colores una realidad triste, cruel y espantosa, en que la injusticia cargó hacia los menos la balanza de una riqueza producida por los otros. Tal vez, lo más rescatable de la ciudad de Valparaíso es la estatua de la plaza de la justicia, donde esa balanza está guardada en la mano, desarmada como símbolo de una justicia que no trabaja.

“Los mostros están solos en las calles de lo que fue Valparaíso, imposible esconderse entre la gente como lo harían en una sociedad normal, formando redes invisibles. Obligados a mirarse la cara a cada momento, no se soportan; se golpean sin mayor razón, lo que genera un espectáculo muy espontáneo, very tipical, para los turistas gringos y europeos que han aumentado considerablemente con la administración  del Pulpo. Es la bonanza del turismo la que justifica que nadie se moleste por Valpore, que más que una ciudad patrimonial, es un estado neofascista.”[8]

Gaete, un anarquista literario por convicción y trabajo, inicia su vida escritural con obras cuyo centro es el rescate histórico de la marginalidad social que roza con el estudio antropológico en algunos casos. Su texto sobre el Mercado Cardonal o la iniciativa del proyecto escritural de los ambulantes, llamado Monedas Callejeras, consiste en rescatar la prosa popular en el relato de la experiencia cotidiana, algo que está completamente fundamentado por el ethos anarquista desde siempre. Acá son las voces actuantes de sus propios protagonistas los que arman con su subjetividad el relato.
            De este modo, desde la revisión de autores del margen, podemos afirmar que la literatura no se acabará aunque cambien los formatos, aunque acorten las expresiones limitando la cantidad de caracteres y aunque la fugacidad del tiempo deje poco espacio libre, porque el ser humano tiene la necesidad imperiosa de comunicarse y expresar aquello que lo hace reflexionar y ser día a día. El ser humano mientras tenga inquietud de sí tenderá hacia la utopía, no se puede decir el fin de las esencias, como si el de los sistemas, porque mientras haya hegemonía y los sujetos tengan conciencia habrá siempre contra-hegemonías y revolución.










[1] Gaete, Cristóbal Valpore 2009 Ed. Emergencia Narrativa Valparaíso
[2] Vease García Canclini, N. Op. Cit.
[3] Ril Editores: Santiago.
[4] Gaete, C. Op. Cit p. 9
[5] Para el anarquismo “El delito es el producto de una organización social que con vicios como la desigualdad y la propiedad, violenta la naturaleza humana. La sociedad crea malhechores, los lleva al crimen, y luego los castiga despiadadamente. Así, pues, cualquier defensa que ellos hagan de un acto delictivo se convierte en un ataque a una sociedad basada en un sistema de privilegios y en la propiedad.” Lituak, L. (1981).  Crimen y Castigo: temática y estética del delincuente y la justicia en la obra literaria del anarquismo español (1880-1913) ). En Revista Internacional de Sociología Madrid Segunda época XXXIX enero-marzo.
[6] Rojas, M. (1997). Páginas Escogidas. Editorial Universitaria: Santiago p. 266
[7] Ibidem.
[8] Ibidem p.71