Un
viaje muy particular
El
relato testimonial como ontología de la resistencia[1]
Las
dictaduras del sur han montado, como se sabe
una
maquinaria del silencio. Se proponen enmascarar
realidades,
borrar memorias, vaciar conciencias.
Desde
el punto de vista de este proyecto de castración
colectiva,
las dictaduras tienen razón cuando envían
a
la hoguera libros y periódicos que huelen a azufre y
cuando
condenan a sus autores al exilio, la prisión o la fosa.
Hay literaturas incompatibles con la pedagogía
militar
de la amnesia y la mentira.
Eduardo Galeano, El exilio: entre la nostalgia y la creación.
El Golpe de Estado del día 11 de septiembre de 1973 vino a redefinir el
desarrollo social, político, económico y cultural de forma brutal y sistemática
en Chile, marcando un antes y después en la historia de nuestro país y de
nuestra América. Construyó un imaginario social que aún subsiste en la sociedad
chilena y en sus instituciones, lo cual ha permitido que se conserven como
oficial una serie de elementos instalados desde el discurso ideológico
totalitario de la Dictadura cívico-militar, situando inmediatamente como
No-oficial a las diversas voces testimoniales que revelaron lo que se estaba
haciendo y que era ocultado y negado por el discurso dominante. Esto trajo como
consecuencia que en Chile aún sigamos hablando de actos reparatorios en la
medida de lo posible, teniendo además una defensa corporativa y oficial de
parte de la derecha que formó el núcleo civil dentro de la Dictadura y que
incluso hoy defiende a quienes considera como los libertadores de Chile[2]. A
esto, debemos agregar que recién a 40 años de ocurrido el Golpe de Estado y a
25 años del triunfo del No podamos observar de forma más abierta y pública
algunos relatos, testimonios y documentales que retratan lo vivido por los
partidarios de la Unidad Popular luego de ese fatídico día, lo cual nos lleva a
interrogarnos sobre el sentido que tiene el relato testimonial y la posición
que adquiere dentro del proceso de recuperación de la memoria histórica, así como
también las imágenes que construye con su discurso.
De esta manera, intentaremos ir evidenciando algunas barreras limitantes
de este otro discurso, que fue
considerado y tratado como marginal, poco veraz por no decir ficticio,
resentido, negativo, subjetivo y, en instancias más radicales, como falso, y
desde ahí analizar la imagen que se ha reconstruido y legado sobre el periodo.
Estas condiciones han producido que la mayoría de los cuestionamientos abiertos
y heredados sobre lo ocurrido solo hayan recibido tibias y parciales
respuestas, generadas principalmente por perspectivas y reflexiones salidas
desde el debate político contingente y la acción judicial, no así desde un
trabajo profundo y sistemático sobre nuestra condición humana y nuestra realidad
latinoamericana en la academia chilena, lo cual se está convirtiendo, hoy en
día, en una necesidad que emerge en trabajos particulares y dispersos que en su
mayoría no trascienden el espacio de origen por trabas en la difusión y la casi
nula incorporación a los procesos formativos y de generación de planes y
programas curriculares de educación. Pues, en términos simples, podemos afirmar
que la enseñanza de las humanidades en Chile se ha resumido a datos, fechas,
nombres “heroicos” y manuales.
A pesar de esto, tenemos a nuestra disposición múltiples manifestaciones
surgidas desde el sujeto concreto, de
carne y hueso como lo llama Arturo Andrés Roig (2009), quien ha sentido la
necesidad de expresar y dejar huella de sus circunstancias, realidades y
experiencias vividas en dicho periodo, como un testimonio que revela lo que se
ocultaba, lo no-dicho, lo silenciado, en resumidas cuentas, lo negado por el
discurso dominante y totalitario del periodo, el que hoy se expresa en frases
como: “no hay que revivir el pasado” o “solo los resentidos hablan de esto”.
Así, el relato testimonial se transforma en un acto que podemos reconocer y
denominar, sin temor a equivocarnos, como una contrahistoria.
En este marco general abordamos el texto Un viaje muy particular (2006) del filósofo chileno Sergio Vuskovic
Rojo, quien durante su detención en el buque escuela “Esmeralda” y posterior
envío a isla Dawson en calidad de “prisionero de guerra” sufre la vejación y la
tortura por haber formado parte, con su militancia en el Partido Comunista de
Chile, del gobierno de la Unidad Popular (UP) que presidía Salvador Allende
desde su elección en 1970. Este testimonio publicado por primera vez en Italia
en 1986 y luego en la Revista Araucaria de Chile N°42 en Madrid el año 1988,
vino a complementar lo relatado en Dawson
del año 1980, cuya primera edición fue también publicada en italiano. Según las
palabras del propio autor, este texto fue escrito en inglés en momentos de
reflexión íntima en las barracas de reclusión en los campos de concentración de
Chonchi y Ritoque con posterioridad a los testimonios que reunió en el libro Dawson, en donde además recoge las
experiencias de otros prisioneros como Orlando Letelier, Clodomiro Almeyda,
Benjamín Teplisky, Enrique Kirberg o Luis Corvalán, entre otros. Así, la obra Un viaje muy particular es un texto que
se nos presenta como un relato testimonial de la tortura, tal y como ésta fue
vivida por el autor en el buque escuela de la Armada de Chile entre los días 11
y 19 de setiembre de 1973.
Este testimonio nos permite profundizar en las formas de resistencia que
adquiere la subjetividad del autor y los modos con que el sujeto se enfrenta a
un proceso que pretende la propia anulación y aniquilación de su conciencia,
siendo la misma supervivencia a estos estados la que junto con permitir la
escritura, convierte a esta reflexión en un texto que muestra el cauce de
sobrevivencia y rescate de su propia imagen, desde una memoria que es íntima,
fisiológica y por sobre todo consciente. Se abre en el texto un gesto de
actitud filosófica, de documento histórico y de discurso rebelde, pero también
de refugio como vía de expresión de una subjetividad que no pretende doblegarse
ni darse por vencida, haciendo de este relato una expresión ontológica de
resistencia y de imagen de una contrahistoria.
Sobre el sentido del relato testimonial
Las detenciones producidas por el Golpe de Estado y las consecuencias
conocidas de ellas evidencian los propósitos claros de una estrategia diseñada
para aniquilar las ideas políticas que poseía la Unidad Popular, lo que en
palabras del propio dictador Augusto Pinochet consistió en “extirpar el cáncer marxista”. Declaraciones que
fueron acompañadas de titulares de prensa que respaldaban las posiciones
violentistas del régimen militar, cuya incitación se conocía desde antes de
asumir el gobierno Salvador Allende. Hoy todos conocemos las responsabilidades
del principal medio de prensa escrito en Chile, El Mercurio, en todo el proceso
de incitación, gestación, respaldo y defensa de la Dictadura. No obstante, y a
pesar del rol que han jugado los medios de prensa como “soportes ideológicos de
los sistemas hegemónicos de pensamiento” (Moraes, 2007), pudieron emerger,
fundamentalmente fuera del país producto de la censura durante la dictadura,
discursos de sobrevivientes que como denuncia comienzan a relatar lo sucedido y
experimentado por ellos, en una poética del testimonio como la concibe Hayden
White (2010), pues en ella cuentan, más allá de cualquier dato positivista, los
padecimientos, “lo que se sentía” durante la reclusión y la tortura.
De este modo, el relato
testimonial chileno se convirtió en una expresión literaria, en un decir desde
afuera y, por qué no decirlo, también desde abajo. Es un lenguaje discursivo no
reconocido por la autoridad ni por los historiadores, por lo que es marginado
de cualquier tipo de reconocimiento como documento oficial. Ante esto, el
testimonio comienza a ser tratado como una expresión literaria que pretende dar
cuenta de la realidad, algo que ha estado presente en toda la narrativa
latinoamericana, llegando incluso a discusiones teóricas respecto a si éste es
o no un género literario (Epple, 1994; Morales, 2001).
Inserta en esta
discusión literaria de la imaginación discursiva, tenemos que se ha ido develándo el referente
ético-político de dichos textos, lo cual se ha expresado en escritos desde la
colonia. El género testimonial, entonces,
tiene como soporte básico un hecho socio-histórico y la consecuente expresión
discursiva que éste provoca, lo que en el caso de los testimonios de prisión y tortura vivida en Chile está desarrollado
por sujetos que se vieron enfrentados en forma directa a los aparatos de poder de la Dictadura. De
este modo, el relato testimonial es un discurso mediante el cual se demuestra el compromiso del emisor con el enunciado,
haciendo una proyección hacia el mundo desde su propia subjetividad.
En
este sentido, el relato testimonial tiene, por una parte, la característica de
referencialidad e intertextualidad, porque remite a hechos reales y trata de
demostrar su veracidad y, por otra parte, el establecimiento de otra versión o contrahistoria dada por el referente, que en este caso es el
prisionero-narrador. Visto así, el testimonio se vuelve una expresión
literaria, porque en la re-creación del momento del que se fue víctima, hay una
evocación imaginativa que produce una ficcionalidad consciente o inconsciente,
donde el autor utiliza un lenguaje que perfectamente forma parte de una
poética.
El discurso testimonial -en oposición al relato
ficcional- es casi siempre plasmado como relato, como una imagen narrativizada.
Por ende, debe presentar necesariamente alguien que narre, pero en él no se da
la típica diferenciación literaria entre autor (real) y narrador (ficticio). En
este caso -y este es un rasgo distintivo del discurso testimonial reconocido
por la mayoría de sus estudiosos - quien narra es el autor real del enunciado
(v.gr.: Hernán Valdés y Rolando Carrasco). Este es, a la vez, el yo real,
sujeto de la enunciación (un escritor de izquierda en Tejas Verdes y el
director de la radio C.U.T.CH. en Prigué). Luego, el autor y narrador del
discurso testimonial, no son entes diferenciados, sino una sola persona real y concreta
cuya narración es real.” (Flores, 2000).
Desde
aquí entonces, tenemos que el relato expresado como testimonio no queda solo
recluido a un acto de “recordar mnemónico” como lo denomina Ricoeur (2000),
sino también a sentidos aún más amplios como la denuncia, la resistencia, la
historia y un cuestionamiento directo a las formas de construcción de la
sociedad, todo lo cual nos permite considerar el relato testimonial como un contradiscurso que se opone a los
principales dichos hegemónicos que construyen los imaginarios sociales.
Un viaje muy particular
Un viaje muy particular posee tres ediciones una en italiano y dos en español. El
haber podido acceder a la primera edición del texto en español como a la última
nos permitió conocer algunas respuestas a las inquietudes surgidas en el autor
al recordar frases en otro idioma mientras era torturado, así como también se
pudo obtener otros antecedentes adjuntados al testimonio inicial, pues el autor
realiza un comentario y adjunta un fragmento de la transcripción de las
declaraciones dadas a la Organización de Estados Americanos (OEA) el 31 de
octubre de 1974 (OEA/Ser.L/V/II.34/doc.21), donde declara:
Me dejaron en calzoncillos con las manos
esposadas a la espalda, me ataron a un poste y me aplicaron corriente por todo
el cuerpo, especialmente en los testículos, pecho y espalda. Fuera de esto, los
oficiales que me interrogaban me golpearon cincuenta veces con sus puños en
dichas partes. Como resultado de este trato, mi cuerpo quedó de un color
violáceo y amoratado, lo que fue verificado por la Cruz Roja Internacional cuando
ellos visitaron Dawson. (2006:69).
Este estado en el que Sergio Vuskovic, junto a otros seis detenidos y
torturados llegan a isla Dawson, es descrito por Aniceto Rodríguez, otro
prisionero político en la isla, en el libro Entre
el miedo y la esperanza. Historia social de Chile, del siguiente modo:
“Dos semanas más tarde llegó un grupo de
Valparaíso, integrado por el diputado Andrés Sepúlveda, el Alcalde Sergio
Vuskovic, los regidores Ariel Tacchi, Maximiliano Marholtz, Luis Vega y el
Administrador General de Aduanas Leopoldo Zuljevic. A todos ellos les
correspondía la letra “V”, inicial de Valparaíso, y los llamaron los “vela”.
Venían en pésimas condiciones físicas, golpeados y torturados de tal forma, que
algunos apenas se mantenían en pie. Habían sido sometidos a “hábiles
interrogatorios”, léase torturas degradantes.”(1995:423).
A esto hemos querido incorporar otras versiones que relatan la forma de
la detención de que fue víctima junto a otros personeros de gobierno en
Valparaíso, pues fueron inmediatamente derivados al buque escuela “Esmeralda”.
Así lo cuenta María Eliana Comené a la nación en el 2005 y reproducido en el
libro Los crímenes que estremecieron a
Chile:
Cuando llegaba un nuevo detenido, los marino
gritaban “guardia abajo” y tiraban a la gente por las escaleras verticales del
buque. Quedaban muy mal, todos golpeados en esa entrada a la habitación. (2013:
43).
En tanto, Vuskovic en su relato testimonial se sitúa como
prisionero-narrador contándonos desde su resistencia interna al intento de
destrucción de su subjetividad mediante el castigo. Esta resistencia viene
desde la profundidad subjetiva, es resistencia en la memoria, pero también es
rebelarse, faltando a la obediencia demandada por medio del dolor infligido.
Sigo gritanto porque el otro continúa con los
electrodos en mi espalda. Es como si recibiera un mandato superior, desde lo
más profundo de mí, de gritar más fuerte.
“Sigue con la corriente en la espalda. Es donde más le duele”
En el singular punto de conciencia en que me he
transformado se prende como en un semáforo, una luz amarilla: “picaron el
anzuelo”, siento decir en mi interior, porque en realidad de verdad, la
electricidad en mi espalda no me producía ningún gran mal. Me invade una
tranquilidad. Sigo gritando, porque debo hacerlo. (Vuskovic, 2006:17)
Esta re-creación de los momentos de la tortura es una vuelta hacia sí
mismo, un discurrir de la imaginación en la que traspasa al lector el
sentimiento de su estado de desobediencia al dolor, mediante la magnificación
de éste, con ello nos pone frente al torturador imaginando la evocación al
pasado, su propio pasado. La imagen que nos revela su representación no es puramente
sufriente, sino también dan cuenta de un escape.
La intensificación de aquel cono de luz interior
me permite verlo, en una silla oscilante, casi como una mecedora y golpeando
sus puños en la mecedora.
Y la pulsación
interior del hermano oscuro da las claves indicativas que se van abriendo hacia
la conciencia que vela, despierta; es la abuela Olimpia que me visita,
haciéndome repetir “El violín de Yanko” y allá, en la Mincha quechua-aimará, de
la provincia de Coquimbo, me enseñaba a repetir, de niño un poema, en una
extraña lengua, de la cual sólo una frase permanece: “ni pampanitiaca ni
chontoca. (2006: 14-15).
Así, el autor nos inicia con el momento en que su mente abandona el
cuerpo para resistir el dolor y evocar respuestas a interrogantes que surgen
como un escudo de protección de su subjetividad, una reflexión que está muy
marcada por su experiencia y condición de profesor de filosofía, como en más de
una ocasión lo indicara el autor.
La ontología de la
resistencia
La post-modernidad
surgida como crítica de la modernidad occidental, tiene diversos
cuestionamientos que tienen como centro el relativismo. Sin embargo, el
desarrollo de una teoría post-moderna se puede establecer desde la crítica
metafísica de Nietzsche hasta la problemática del sujeto, estudiada y señalada
por los franceses encabezados por Michel Foucault. No obstante, en América
Latina no ha podido ingresar la concepción de que ésta es una época
post-moderna, ya que las categorías desarrolladas por distintos pensadores,
entre los que se cuentan Habermas y Lyotard, establecen elementos que están
sólo dentro de marcos occidentales, los que difieren de la realidad mestiza latinoamericana.
Sin embargo, desde el punto de vista del desarrollo de la historia de las
ideas, podemos establecer ciertas nociones generales que nos sitúan en un
momento de crítica a la modernidad y más específicamente del Estado-Nación
moderno.
Los hechos sociales que
marcan está “nueva era” no tuvieron las repercusiones debidas y la caída de los
regímenes socialistas de Europa Oriental y del capitalismo liberal no dan
cuenta de una nueva forma des-ideologizada de las sociedades producto de un
rebelarse a la autoridad, sino sólo un estado de persuasión de los sujetos al
modelo actual. Este efecto es posible observar con mayor detalle en el fenómeno
de la globalización, donde ya no se intenta destruir mediante la eliminación de
los sujetos una cultura, sino que se hace mediante la persuasión y el
establecimiento de nuevos patrones culturales dominantes, muestra de ello es lo
que sucede en gran parte del territorio americano con sus pueblos indígenas.
Los elementos
que proporciona la crítica a la modernidad y al positivismo racionalista desde
las subjetividades son posibles de utilizar dentro del desarrollo del análisis
y comprensión del pensamiento latinoamericano, haciendo la aclaración de que se
consideran como categorías conceptuales
y, por lo tanto, de formalidad, y no de substancialidad, es decir, de
contenido. Esto es porque su origen difiere del que posee la resistencia
producida en el pensamiento latinoamericano, del que el relato testimonial chileno
forma parte constituyente: la historia. En este sentido, vemos cómo las
definiciones de Pormodernidad se revelan como un anti-historicismo epistémico
heredero del estructuralismo y eliminando la configuraición histórica del
sujeto: lo dejan sin pasado. No obstante, en el pensamiento de Arturo A. Roig
se advierte una noción crítica al formalismo y a las subjetividades del
estructuralismo. De este modo señala:
Los estructuralistas mencionados avanzaron más
allá de lo que hemos denominado “descentramiento del sujeto” y concluyeron en
lo que podríamos caracterizar como un “desplazamiento de la subjetividad” hacia
grandes estructuras avasalladoras, exclusivas dadoras de sentido. En contra del
trascendentalismo kantiano, hemos entendido que no se puede cumplir la “función
sujeto”, sin sujeto empírico, y en
contra las ideologías estructuralistas afirmamos que las formas de subjetividad
atribuidas a las estructuras en cuanto depositarias de la “función sujeto”, tan
sólo lo son por analogía con aquel.
Pero ¿a qué apunta la expresión de “empírico”
con la que calificamos al sujeto que cumple, a nuestro juicio, primariamente la
“función sujeto”? Pues, a señalar y subrayar la capacidad de una determinada
experiencia axiológica primaria que es acto constitutivo de la subjetividad y
que es, como lo hemos dicho en otras partes, radicalmente histórica, social y
contingente.[3]
Bajo
esta última perspectiva, denominada latinoamericanista, vemos la ontología de
la resistencia en el texto Un viaje muy
particular, ya que la situación bajo la cual surge, en términos
socio-históricos, el relato testimonial chileno viene a ser muy distinto de lo
vivido en los regímenes totalitarios de Europa, ya que estos son el resultado
de una adhesión social a dichas ideologías, mientras que el régimen autoritario
de la Dictadura chilena surge como un imposición de una minoría por sobre un
régimen legalmente constituido. Por lo tanto, los fines de la resistencia
obedecen a otros patrones y bajo otros contextos, aquí no es posible advertir
los estudios sobre el fascismo y las masas, ya que en Chile no se vieron
manifestaciones masivas a favor de la dictadura, aún cuando los ciudadanos no
se rebelaron hasta una década más tarde.
El
lenguaje ontológico de la resistencia a la destrucción de la subjetividad, por
medio del castigo y el dolor, es producto de lo que Roig señala como lo empírico del sujeto, es decir, su
historia, su sociedad y su contingencia, Vuskovic habla de sí mismo con una
finalidad, habla su historia materializada, es su pasado el que lo hace salir
de ese momento, a fin de cubrirse del ataque del torturador que pretende
arrebatarle su condición humana. Así, él se sitúa en esa confrontación al
dolor, con un lenguaje sencillo, pero no menos profundo con el que se referiere a su resistencia.
Durante toda la experiencia siempre estuve
consciente, centrado en mí mismo, con una actitud de “awereness”, de
clarividencia y de conciente interioridad; registrando, grabando todo lo
que sucedía, sin agregar ni censurar
nada sobre la
vida personal y sobre lo que está sucediendo a
mi alrededor; pero alerta sobre un solo punto, un aspecto decisivo que requería
esencial y expresa vigilancia.[4]
El
mismo Vuskovic en el “Comentario” al texto, publicado en conjunto el año 2006
en Valparaíso, señala que:
Al escribir ahora este
comentario veo claro que esta experiencia me impuso la exigencia de formular
una visión de todo el aparato cultural que llevaba en mí – no porque hubiese
entrado en crisis, sino por una demanda de profundidad – de sus límites y de la
necesidad de sobrepasar estas fronteras hacia un país escondido que la poesía
moderna trataba de dar a conocer más allá de la ideología cultural del creador.[5]
A modo de cierre
El texto de Sergio Vuskuvic Rojo es una vuelta a
nuestra historia, a nuestro pasado, a los cimientos de un presente nada
alentador en un país donde se aprendió a poner la basura/lo otro bajo la alfombra. Es un texto que
no solo revela la capacidad literaria de su autor, quien cubre con metáforas un
discurso difícil, pues tiene el cuidado de no traspasarle al lector su
experiencia de dolor, sino más bien llevarle un mensaje de optimismo, al
contarnos de las formas de su resistencia.
Su relato es una
expresión de resistencia en una búsqueda de la subjetividad por liberarse del
momento mismo de la tortura corporal, no en una meditación sino en una
condición consciente.
“El cuestionamiento tiene una doble dimensión: política y
epistémica. En términos políticos, se denuncia una historiografía tradicional
porque, en su exclusiva atención a prespectivas de las élites políticas o, alternativamente por interesarse en el
develamiento de los procesos históricos de gran escala que subyacen en las
interacciones humanas eliminando cualquier perspectiva subjetiva, se ha
“olvidado” de “otros” actores, de “otras” agencias, “otras” voces.” (Tozzi,
2009:169)
El relato testimonial, en este sentido, viene a desarrollar un lenguaje
propio que evidencia lo que el discurso oficial ocultaba, disfrazaba y negaba a
la población. Recuperar sus sentidos es un acto político por los que no están,
por los que resistieron, por los que luchan.
[1] El presente escrito
fue presentado en octubre de 2013 en la Universidad Diego Portales en el marco
del congreso Guerra y Paz.
[2] Un ejemplo claro a este respecto es la cantidad de símbolos y conmemoraciones
durante la Dictadura sobre el 11 de septiembre, cuyo casos más representativos
están dados por el auto-nombramiento como Capitán General del Ejército de Chile
por parte de Augusto Pinochet Ugarte mismo cargo que ocupara Bernardo O´Higgins
Riquelme como Libertador de Chile, además de la acuñación de monedas de diez
pesos cuya imagen es un símbolo de la libertad y cuya fecha grabada es el 11 de
septiembre de 1973. Ver imagen
[3] Roig, Arturo Andrés Filosofía
latinoamericana y ejercicio de la subjetividad en Cuadernos del pensamiento
latinoamericano Nº 8 año 2000. Facultad de Humanidades Universidad de Playa
Ancha, Valparaíso, p30.
[4] Vuskovic, S. Op. Cit. pp
12-13
[5] Vuskovic, S. Op. Cit. p 24
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