Abert Camus en su texto
El hombre rebelde (1951) comienza el
primer capítulo preguntándose y respondiendo: “¿Qué es un hombre rebelde? Un
hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que
dice que sí desde su primer movimiento.” (2003:17). Roberto Bolaño (1993-2003),
el escritor chileno radicado en España y que escribía situado en México (entre
otros temas), es hoy por hoy, a diez años de su muerte, el referente principal
de las letras hispanoamericanas actuales. El poeta maldito, por no decir marginal, que no había surgido en los
centros letrados y académicos, sino desde
un barrio común, sorteando la aventura de la vida con empleos precarios
y laureles fugases en pueblos desconocidos para los intelectuales
universalistas y a los que ningún escritor “importante” o “reconocido” se
presentaría ni como jurado, había elegido la literatura como su campo de batalla,
como el espacio político para su rebeldía. Hombre agrio en sus comentarios pero
fino e inteligente en su escritura, se ha vuelto un mito literario al cual
todos adoramos, no sé si por efecto de sus discurso persuasivo o por la propia
búsqueda de validación, pero hablar de Bolaño hoy es signo de intelectual
contemporáneo. Pero lo cierto, es que mi acercamiento a Bolaño fue por medio de
un amigo, estudiante de literatura en Valparaíso, con quien compartí un lugar
de trabajo como vendedor en una reconocida cadena de librerías (esas donde se
venden libros).
Recuerdo claramente que
en uno de los tantos ingresos atrasados, por la amanecida con amigos la noche
anterior, fuimos relegados a ordenar los libros desordenados en las estanterías
del segundo piso del local. Ahí, entre diccionarios y libros de arte, surgió la
presentación de un desconocido escritor chileno que el seudo-underground intelectual
porteño andaba comentando y leyendo como una creciente moda, y que yo como buen
vendedor y estudiante de filosofía debía conocer. Roberto Bolaño era su nombre
y Los detectives salvajes (1998) fue
la novela. La verdad es que me aburrió de la página 200 a la 300. No encontré
mucho allí que me cautivara, sin embargo me resistí y lo completé. No obstante,
mi compañero bolañista me insistía en que debía seguir leyendo sus textos, por
lo que me pasó de las estanterías La
pista de Hielo (1993), Amuleto
(1999) y La literatura nazi en América
(1996) “para que te armes un panorama”; me dijo. Le hice caso y me fui
adentrando en su obra.
Al poco tiempo, terminé
mis estudios de filosofía e ingresé a un post-grado en literatura, ocasión que
no podía rechazar para escribir sobre él. Bolaño
y la anarquía estructural de la novela (2009) y pronto a publicarse en una
revista académica en EE.UU. La tesis fue Bolaño anarquista. Algo raro y
novedoso para quienes acostumbran a leer sobre él en textos que hablan de su
genialidad literaria, su periodo
infrarrealista o de su personalidad como amigo, amante o lector. Todas
cuestiones interesantes pero poco profundas. Aburrido de las actuales teorías
literarias post-modernas y de abordar los estudios americanos como epifenómenos de la cultura euroccidental
hice otro cruce, su mirada como autor. ¿Por qué Bolaño es importante para la
narrativa? ¿Dónde reside su punto de inflexión con los demás escritores? Y ahí volví a releer alguno de sus textos y
entrevistas, donde en todas encontré que él libraba su propia batalla contra lo
establecido, contra la autoridad, con el ejercicio dominante de lo canónico, no
para ser un canon sino para valorar lo otro, eso que está en los espacios que
el rondó por mucho tiempo, los espacios marginales. Pero no pudo mantener la
pureza de sus ideas y sucumbió a las exigencias editoriales de quienes se
enriquecen con la genialidad de otros, incluidos familiares y amigos, que han
construido la marca Bolaño, no por sus ideas literarias sino por su mitificación
personal. Sin embargo, Bolaño era anarquista y sabía de su derrota. El dice:
“La verdad es que para mí, y quiero ser muy sincero,
la idea de la revolución ya estaba devaluada cuando yo tenía 20 años. A esa
edad yo era trotskista y lo que veía en la Unión Soviética era una
contrarrevolución. Nunca tuve la sensación de estar apoyado por la dirección de
la historia. Al contrario me sentía aplastado. Creo que eso se nota en los
personajes de Los Detectives salvajes” (Braithwaite,
2006:51).
Su política anti-autoritaria fue expresada en muchos pasajes de sus
escritos, extremados en la concepción de la forma, Bolaño descría de las
estructuras pre-establecidas llegando a decir que:
“Los
temas siempre son los mismos, desde la Biblia y desde Homero. Según Borges, no
son más de cinco. En las estructuras, por el contrario, las variantes son
infinitas. Podemos construir obras de mil maneras diferentes y aun así
estaríamos sólo en el principio. Por descontado, no creo que la literatura esté
agotada. Eso no va a suceder jamás, al menos mientras los seres humanos puedan
hablar. La literatura se alimenta de la oralidad, del habla de la tribu, de la
jerga de la tribu. Las voces entrecruzadas y superpuestas que se pueden oír en
un autobús, por ejemplo, probablemente contengan más energía que la mayor parte
de los poemas que hoy se escriben en Santiago.” (Braithwaite, 2006:51).
Cuestión que la teoría
literaria no puede abordar por su marcado positivismo y estructuralismo aún
presentes, posiciones desde las cuales buscan establecer los patrones a seguir
para universalizar principios y construir autoridad y canon. De ahí que la
figura que tenga a la vista sea la señalada por Camus, porque sin querer la
rebelión de Bolaño lo llevó a los sitiales del rey que él mismo criticó.