Ha pasado medio siglo y el trauma social del Golpe sigue vigente como línea divisoria y moral del discurso político. Chile, una vez más, hacía luz y vanguardia al elegir democráticamente un proceso de cambio social y de respuesta a las necesidades de una sociedad pobre y campesina. El pueblo, usando su soberanía democrática, dio el triunfo a un proyecto de país liderado por una izquierda marxista y revolucionaria. Esto molestó a la élite económica y política del país, que comenzó en el momento mismo de las elecciones a difamar a la Unidad Popular.
La historia ya conocía de un proceso similar. Se conoce como la República Española, que terminó con una guerra civil y un general al mando; Francisco Franco. Los sentidos de dicho acontecimiento forman parte de la historia oculta sobre el fascismo en el Mundo, donde un sector de la Iglesia Católica y una monarquía restituida han ayudado a sus silencios. Sin embargo, el trauma aún persiste y las muertes nos recuerdan que hay sectores dispuestos a todo para defender sus privilegios.
En nuestro país, el modelo imitado y planificado no sólo fue originado por la Armada y grupos económicos interesados, sino también apoyados y financiados por Estados Unidos, gobernado por uno de sus presidentes más desprestigiado, Richard Nixon. Así organizaron desde el asesinato del General René Schneider, antes de la asunción de Allende, hasta los distintos boicots al gobierno, donde los camioneros financiados por la C.I.A. desabastecieron distintas regiones del país.
Y así la élite económica y la derecha política que los representaba en minoría en el parlamento, orquestaban el fracaso del Gobierno de la Unidad Popular para justificar, como lo hacen hoy en día, el Golpe de Estado. Por eso a la derecha le gusta hablar de los “hechos” que originan el Golpe de Estado, pero no hablan de su participación y la traición que hicieron al país cuando vendieron y entregaron información sensible de la política interna a un país extranjero.
La derecha junto a las Fuerzas Armadas y los Estados Unidos hicieron el Golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. Bombardearon La Moneda, detuvieron a las y los dirigentes políticos del gobierno, a los y las militantes, comenzando ese mismo día las torturas, las muertes y las desapariciones. No es un mito, no fueron hechos aislados y tampoco una fantasía como lo hacía ver la prensa y el periodismo de la época que hacía eco de la política del silencio y la negación.
¿Dónde están?, ¿qué les hicieron?, ¿por qué los tenían que torturar, violar, matar, desaparecer?, ¿qué justifica todo eso hasta hoy? Si tuvieras un hijo o hija, un padre, una madre, un hermano o hermana, un abuelo o abuela a quien el estado sacó desde su casa para someterlo a cualquiera de estos hechos descritos, entenderías el dolor que significa perder a un ser querido por el sólo hecho de tener un pensamiento político distinto y querer que la riqueza no sea producto de la explotación de unos sobre otros como sigue siendo hoy en día.
A 50 años del Golpe aún no sabemos el paradero de más de 1100 detenidos desaparecidos. No hay condena de los crímenes de los que fueron víctimas, pero peor aún, una verdad que esclarezca las razones por las cuales fueron aniquilados. Y esa verdad es la que la derecha política y económica no quiere dialogar, porque les significa reconocer que apoyaron el exterminio de personas que tenían ideas contrarias a las de ellos.
No van a firmar una declaración conjunta con la izquierda, ni van a pedir verdad y justicia, sino que seguirán buscando justificar sus actos porque no fueron simples cómplices pasivos, fueron y son promotores de un discurso de odio. Lo vemos en sus declaraciones, en sus entrevistas y en sus comentarios. No respetan el dolor, porque no respetan a las personas que piensan distinto, ni a las ideas diferentes.
Cada mes de septiembre volvemos a hablar del Golpe porque como todo trauma sigue latente el dolor, la búsqueda y el no reconocimiento de la verdad de los hechos. Así, la memoria emerge como discurso de resistencia, como expresión de vida y sobrevivencia, como valor histórico y moral de quienes sólo buscaron construir un país más justo dentro de la vía democrática.