La semana pasada fuimos testigos de la confesión, por la red social Tik Tok, de una joven estudiante de pedagogía sobre el maltrato psicológico que estaba recibiendo de parte de un grupo de estudiantes de séptimo básico en el establecimiento que realizaba su práctica profesional. Ese mismo día se conocían los desastrosos resultados del SIMCE 2022. Alguien podría pensar que no existe relación entre un hecho y otro, pero la investigación científica muestra todo lo contrario. Hay una relación directa entre bienestar y calidad educativa, pues como se viene evidenciando desde hace un par de décadas, el espacio social que representa el aula de clases posee condiciones de vulnerabilidad no solo social sino también afectiva, donde el o la docente vierte y construye su identidad profesional. En síntesis, el clima social del aula vincula resultados, autoestima y realización personal, tanto de los estudiantes como de los y las docentes.
En este sentido, a pesar del camino que se viene desarrollando desde la década del ochenta con estudios sobre el efecto de las emociones en el trabajo docente, no se ha profundizado todo lo necesario para tomar medidas reparatorias y formativas sobre el bienestar de los y las profesoras. De hecho, en el año 2003 el artículo: Teachers’ emotion and teaching: A review of the and directions for future research, de Sutton y Wheatley, señalaba que faltaba mucho por conocer y comprender acerca de la relación entre experiencia emocional docente y práctica pedagógica. Hecho que se ha venido a corregir, en parte, con las indagaciones que estos últimos años, especialmente los post pandemia, se han realizado. Y es que la salud mental y el efecto que tiene el espacio laboral en ella recién se ha convertido en un tema relevante, donde hoy y gracias a las redes sociales, recordemos el impacto que causó en su momento el grupo de Facebook “Confesiones docentes” el año 2016 donde se declararon situaciones similares por parte de profesores y profesoras en ejercicio y en un completo anonimato, se pudo conocer públicamente y con más detalle lo que viven los y las profesoras en su espacio de trabajo, sin advertir la importancia que todo ello reviste para las finalidades de la educación.
Y es que durante todos estos años la política pública educacional ha estado centrada en evaluaciones y rendiciones de cuenta, que han mejorado muy poco los resultados educativos y donde uno de los aspectos positivos a destacar ha sido la mejora de la Formación Inicial Docente, pero mediante criterios obligatorios que deben cumplir las carreras de pedagogía para acreditar su calidad. Con esto, estamos viendo una necesidad inmediata de preparar a nuestros docentes en convivencia escolar y educación socioemocional, no solo pensando en detener el abandono docente de los recién titulados, sino también con miras a mejorar los resultados educativos, pues como muestran Téllez-Martínez et al. (2021) cuando los y las docentes mejoran su bienestar, mejora el clima escolar, del mismo modo que aumenta el rendimiento escolar (Múñoz, Fernández y Jacott, 2018).
Por este motivo, la confesión y los resultados del SIMCE nos tienen que llamar a pensar y desarrollar espacios de intervención que garanticen tanto el bienestar docente, incluidos quienes realizan prácticas profesionales en ellos, como la construcción de un clima emocional que propicie aprendizajes más allá del dominio de un determinado contenido disciplinar.