Del Libro: Narradores y Anarquistas.
Tuve
una juventud difícil; fui aprendiz de esto
y
estotro; estuve preso varias veces
(me
acusaron en cierta ocasión de haberle echado
ácido
a unas puertas); leí muchos libros anarquistas.
Siempre
he sido un tipo disconforme.
M. Rojas
La vida de Manuel Rojas posee una
marca indiscutida en su literatura. La experiencia retratada con la mirada
subjetiva del sufriente se traspasa al lector, mediante el diálogo, la anécdota
o la reflexión de las acciones. Hijo de padres chilenos y nacido en Buenos
Aires el 8 de enero de 1896, llegará a Santiago a la edad de cuatro años. La
pobreza lo acompañó durante toda su niñez y no lo abandonará hasta muy pasada
la adolescencia, cuando el camino recorrido fue el suficiente para que se
dedicase casi en exclusividad a la literatura. No obstante, debió sortear los más variados oficios en las
distintas ciudades de Chile y Argentina que transitó, muchas veces como esos
aventureros de los libros de Emilio Salgari que leyó en su adolescencia. Todo
esto fue puesto y articulado en la escena de sus textos. “Mis novelas son todas
realistas. En tres de ellas – Hijo de
ladrón, Sombras contra el muro y
Mejor que el vino- narro mis experiencias humanas.”[1] Dirá un maduro autor en
1966.
“El poeta José Domingo Gómez Rojas
le instó a escribir. Y Manuel lápiz en mano, permanecía horas dando forma al
primer verso. Agotada la posibilidad de mejorarlo, en otra hoja lo reproducía y
comenzaba el segundo. Mientras había fumado por cuatro.”[2] Esta descripción que hizo
su amigo José Santos González Vera y publicado al final de las Obras Completas (1961) de Rojas nos
revela detalles importantes de la vida de nuestro escritor: La estrecha
relación y, por tanto, conocimiento de parte de González Vera sobre Rojas; La
importancia que tiene en la vida de ambos el joven poeta mártir de las
revueltas estudiantiles de 1920, pues ambos reconocen en el chumingo sus inicios literarios; La poca
capacidad para la poesía, pues a pesar de que el grupo Los Diez (1918) publicó un soneto de Rojas titulado Gusano en una antología, este
abandonaría el oficio de vate[3]; Y, por último, la
tenacidad en la escritura que tenía el narrador del cuento El delincuente.
De
las enseñanzas y consejos del joven poeta santiaguino, el escritor ácrata dirá
años más tarde: “Gómez Rojas tenía la manía o la virtud de aconsejar a sus
amigos que se dedicaran a trabajos de orden artístico, tuvieran o no tuvieran
disposiciones para ello o deseos de hacerlo. Poco después, al publicar su
primer libro, Rebeldías Líricas, me
dedicó uno de sus poemas, tratándome de “bohemio argentino”.
Estimulado
por él empecé a escribir poesías y produje las peores que se hayan escrito en
el hemisferio sur.”[4]
Sus primeros pasos literarios se
verán acompañado de los primeros artículos periodísticos e ideológicos que
comienza a publicar en la prensa anarquista en Argentina y en Chile, en La Protesta y La Batalla, respectivamente.[5] Sin embargo, sobre sus
textos y trabajo político es poca la información existente. Salvo las relaciones
que se pueden establecer a partir de los Centros Sociales y Culturales ácratas
que describe en sus textos, las narraciones de sus compañeros y lo señalado en
alguna entrevista, pues es casi nula la historiografía disponible al respecto.
Mientras que sobre su obra literaria encontramos textos críticos desde Ángel
Rama a jóvenes estudiantes, quienes en tesis de pre y post grado analizan los
relatos sobre el mayor exponente literario de las filas ácratas chilenas. No
obstante, en muchos de estos trabajos su militancia política parece ser solo
considerado como un ornamento en sus escritos y no como la articuladora de su
literatura. El mayor trabajo sobre su anarquismo literario es el texto de Darío
Cortés La narrativa anarquista de Manuel
Rojas (1986), donde el autor ejecuta a partir de la propia visión del
anarquismo que deduce de Rojas un análisis sobre sus cuentos y novelas. Uno de
los pocos ejemplares disponibles en Chile se encuentra en la Biblioteca
Nacional, pues el texto no se ha editado en el país. Ahí señala: “En resumen,
la filosofía anarquista de Manuel Rojas está basada en un concepto de “cuestión
social”, en la que se incorpora una connotación histórica definida. Rojas
escoge para sus escritos temas preferidos por los autores anarquistas (la delincuencia,
el hambre, la libertad, la desigualdad social, los atropellos policiales, la
dignidad del individuo, la corrupción del sistema, etc.), para subrayar el
hondo contraste entre la clase dirigente y los marginados o “miserables” de la
sociedad. Entre otros ideales que tiene un impacto directo en su narrativa, se
pueden mencionar: los motivos de la libertad y de respeto humano que derivan
del socialismo de Bakunin; la temática de los bajos fondos de Gorki; la
presentación de la miseria como promotora de crímenes y vicios proveniente del
pensamiento de Jean Grave; los temas de solidaridad y camaradería tal como
aparecen en Malatesta y Bakunin; o la de cuestionar a la autoridad que le
impide el desarrollo de la libertad, motivos recurrentes en la literatura de
Kropotkin”[6].
Esta síntesis general del ideario
ácrata rojiano no solo es certera, sino que entra a dialogar con la propia
concepción que desarrolla Manuel Rojas sobre la literatura y la política, pues
el mismo Rojas en más de una ocasión señalará que el político y el escritor,
“si son verdaderamente escritor el uno y político el otro, son incompatibles”.[7] Esta apreciación señalada
en el ensayo Lance sobre el escritor y la
política publicado en el libro De la
poesía a la revolución en 1938 viene a tratar uno de los temas que más
complejos le parecen: la adscripción política partidista de un escritor, donde
tal vez el caso más paradigmático que tenga presente es el de Máximo Gorki y su
nombramiento como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos en 1934 hasta
su muerte en 1936 y/o el caso de la militancia de Pablo Neruda en el Partido
Comunista de Chile. Señalamos el sentido de un diálogo entre la idea formulada
del anarquismo literario en Rojas y sus propias ideas sobre la relación entre
literatura y política, puesto que se advierte un cierto distanciamiento al no
tratar de atribuirle a la literatura una acción propiamente política o al menos
de manera directa, aunque no duda en hacer explícitas en sus propios textos las
actividades políticas que desarrollaba. Esto nos permite ver una coincidencia e
influencia entre él y González Vera, este último de activa militancia y fácil
de rastrear, ya que como indica Enrique Espinoza, pues incluso “fue comisionado
por la Agrupación Anarquista de Santiago para reunir antecedentes acerca del
movimiento libertario en el país”[8], entre otras actividades
militantes que desarrolló, ya que ambos no solo pertenecen sino que describen
una misma realidad social y política.
De este modo, tenemos al menos
cuatro elementos relevantes que se pueden reconocer en el trabajo literario de
Manuel Rojas y su estética anarquista: 1) El rescate de la vida cotidiana y de
defensa de los desvalidos, pues siempre hay una justificación sobre la acción
del delincuente; 2) Expresa un sentido ético-político en las acciones de sus
personajes; 3) Desarrolla una construcción simbólica en el texto de fuerte
raigambre popular, llevándolo incluso a innovar en la estructura de sus
narraciones; y 4) El relato constante de su autobiografía política, pues en la
tetralogía de Hijo de Ladrón vemos
muchas de sus acciones como libertario. Estos elementos que él va a ir
desarrollando en su narrativa constituyen, a nuestro entender, la base de su
literatura y el carácter estético de la misma.
Una disputa
estético-política de formación
Manuel Rojas se hizo redactor del
periódico La Batalla (1912-1916) a
muy corta edad. Sus contribuciones no tardaron en generar polémica, donde una
de ellas sería recordada siempre por el escritor ácrata:
“En Chile,
una división de los grupos obreros de tendencia extremista me enfrentó con las
letras de molde: el grupo a que pertenecía decidió sacar un periódico en el que
figuré como redactor. Al mismo tiempo, un diario anarquista de Buenos Aires, La Protesta, me nombró su corresponsal.
No recuerdo qué correspondencia envié, pero sí recuerdo que tuve la mala
ocurrencia de escribir y de publicar en mi periódico, La Batalla, que dirigía el carpintero catalán Moisés Pascual, un
artículo que titulé Qué es el arte,
que me valió la más encarnizada y larga de las discusiones que haya debido
sostener en mi vida. En ese malhadado artículo, yo, militante anarquista,
cometí la herejía de propugnar la teoría del arte por el arte. Un anarquista
español, Teófilo Dúctil Pastor y Amado, conocido con el sobrenombre de Fiolín,
deformación de Filín, diminutivo familiar español de Teófilo, pintor de
carruajes, periodista y escritor después, me persiguió durante meses para
discutir las ideas que expresaba en aquel engendro. Jamás me he arrepentido de
haber escrito algo, excepto esa vez, en que el anarquista asturiano me dejó
reducido a escombros.”[9]
Este texto publicado en 1960 en el libro de
crítica literaria El árbol siempre verde
corresponde al artículo Algo sobre mi
experiencia literaria. Escrito autobiográfico en el que nuestro autor
recuerda una comentada discusión formativa sobre la concepción anarquista del
arte. La recopilación de artículos, incluido el de Teófilo Dúctil, la organizó
recientemente el presidente de la Fundación Manuel Rojas, Jorge Guerra en el
libro Un joven en La Batalla (2012).
Ahí se puede apreciar la primera parte del texto de Rojas, pues la segunda se
encuentra perdida.[10] La idea de arte que trajo
problemas a Rojas se aprecia en esta
síntesis personal: “Creo que tan solo en el Arte libre, porque ante todo el
Arte debe ser bello, y en eso creo con Taine que Arte debe reconcentrar la
belleza que desparrama la Naturaleza, y para ser bello, antes que todo, debe
ser libre, porque lo que carece de libertad carece de belleza ideal.”[11] Evidentemente Rojas tenía
un problema conceptual entre la libertad y la belleza propugnado por las
corrientes idealistas europeas y la libertad social y política del pensamiento
anarquista. Dúctil le dirá que su intención no es atacar el artículo “sino
protestar por el concepto del arte que tiene el autor.”[12] Para más adelante
señalar: “Bueno, ¿qué es el arte? No sé qué decir. Pero el autor dice que el
verdadero arte es místico.” Y remata diciendo:
“No
encontraremos en los lagos ninfas ni sátiros, pero en el exótico átomo que
circula, ya en la cima de una montaña, ya en la honda cima de un abismo, hay la
historia más bella que concebirse pueda.
En la gota
límpida de una castada cuyo cuerpo se refleja el iris también hay belleza; ora toma
parte en potentes fuerzas hidráulicas, ora inofensivamente se posa en el borde
de una hoja y más tarde cae hecha vapor sobre las inaccesibles montañas. Las
artes de Doré, Dante, Poé quedarán como bellas fantasías hijas de las
religiones.
Moleschott, Reclus
y Büchner hicieron el arte nuevo, experimentaron la belleza, la hicieron real.
Mientras que el arte espiritual tiene sus últimos profetas en los que atávica
atraen en sí, los residuos místicos.”[13]
No obstante, esta disputa formativa
entre Rojas y Filín, como retrata al
ácrata español en Sombras contra el muro,
está inserta en un momento importante del anarquismo hispanoamericano, pues
esto sucede en el periodo en que comienzan a marcarse las diferencias
intra-ideológicas entre los distintos grupos. El resurgimiento del anarquismo
en los años siguientes de la conmemoración del Centenario en Chile generará una
disputa respetuosa pero no por ello menos sectarista entre los grupos, llevando
sus diferencias del salón asambleísta a la prensa. “En tal contexto la polémica
interna que sostienen los anarquistas, se agudiza produciéndose alineamientos
que dan origen a una gran variedad de tendencias, las que se diferencian por
matices y énfasis que ponen ya sea en la defensa de las formas tradicionales o
en la necesidad de centralizar la organización y conducción del movimiento
anarquista.”[14]
Rojas deja en evidencia esta ruptura y su posición cuando señalaba que, “el
grupo al que pertenecía decidió sacar un periódico en el que figuré como
redactor.”[15]
La Batalla era el órgano del grupo
compuesto por el catalán y director del órgano de prensa Moisés Pascual Prat,
Manuel Rojas (Tremalk Naik, Manuel F.
Rojas y MR), José Santos González Vera, José Domingo Gómez Rojas y un alto
número de ácratas extranjeros, entre los que se cuentan a: Inocencio
Pellegrini, José L. Pica, José Clota, entre otros.[16]
Este resurgimiento de los
movimientos anarquistas, luego del retroceso social que tienen posterior a la
matanza en la Escuela Santa María de
Iquique, se verá fuertemente respaldado por el órgano del que Manuel Rojas
formaba parte, pues “[d]urante 1913 el nuevo flujo del movimiento obrero que
venía anunciándose desde el año anterior, volvió a infundir optimismo en las
filas anarquistas. Desde Santiago el periódico La Batalla estimulaba la resurrección de la corriente libertaria en
Valparaíso.”[17]
Este hecho resulta importante para la historia social y sindical, pues será al
alero de los órganos difusores anarquistas que se levantarán nuevamente
organizaciones sindicales con una fuerte presencia ácrata, llegando incluso a
conformar una Federación Obrera Regional de Chile con sede en Valparaíso,[18] donde el grupo que compone La Batalla jugó un rol no solo desde lo
escrito, sino también dentro de la protesta social.
La arenga social es radical en el
órgano libertario, pues al momento del encarcelamiento de Efraín Plaza Olmedo[19] en 1912 La Batalla hizo un llamado a que el
pueblo tomara las armas, y donde el propio Manuel Rojas hará una defensa de la acción directa realizada por el malogrado
ácrata.
“Cayó. Pero
su caída equivalió a su triunfo. Gritó en contra de las injusticias sociales y
su grito repercutió en los horizontes oscuros de los desiertos áridos del
salitre. Su estremado amor por los de abajo prevaleció y su odio por los de arriba
esplotó rabioso por la negra boca del revolver. Fue un vengador, y la venganza
más que venganza es equidad.”[20]
Con todo, vemos que Rojas se
desarrollará en un ambiente de marginación, de dificultades, de defensa de sus
ideales, pero sobre todo de lucha social, donde aprendiendo entre viejos
anarquistas y jóvenes poetas se armará de las ideas que disparará en su
escritura.
La
literatura como una estética de la subjetividad
“Muchas veces
he pensado que los escritores de por acá (me refiero a toda Hispanoamérica)
hemos pasado de la simple narración oral a la narración escrita, sin
transición, sin sufrir el proceso de la individualización, es decir, sin dar a
la obra literaria el sello de una íntima personalidad, sin poner en ella lo que
en nosotros puede haber de verdaderamente creador en el sentido literario.
Miles de cuentos, cientos de novelas se fabrican ente nosotros, así, como para
los amigos, y aparecen escritas en tal forma que quitándoles las tres o cuatro
descripciones del paisaje que tienen, descripciones que se ponen para dar a la
narración un carácter literario (?), quitándole eso, digo, se podría contar de
viva voz y sin echar de menos al autor. Falta el autor, podría decirse, falta
el artista, ya que lo que se puede contar oralmente no tiene autor ni creador.
No hay ahí, en esas obras, un esfuerzo del pensamiento por crear algo que
represente, de manera objetiva, lo subjetivo del creador; no hay deseo o el
ímpetu de volcar en la obra literaria lo que en nosotros no es solamente y
exteriormente literario, es decir, lo que no solo se refiere a la simple forma
escrita: el deseo de permanencia a través del tiempo, la voluntad de dar a la
obra literaria nuestra plasticidad interna, si es que tenemos alguna.”[21]
La concepción del autor en la literatura
ha sido desplazada en los estudios literarios desde el desarrollo de la
estética de la recepción. No obstante, la figura del autor sigue siendo
relevante en las letras por la representatividad que posee su voz en el
imaginario social. La voz ácrata de Rojas es en este sentido innegable, no solo
en el contenido de sus textos, sino también en las formas de concebir la
articulación narrativa, que en la tetralogía de Hijo de ladrón posee una completa desestructuración cronológica.
Pero esta incorporación de la mirada
del autor al texto no es casual, pues forma parte de un ideario político, es la
participación del autor como el articulador de la experiencia del sujeto, en
este caso, del sujeto libertario. De ahí que no sea equivocado indicar que el concepto
de arte, en el joven Manuel Rojas, haya sido producto de un desconocimiento y
una mala asociación entre formas de pensamiento, la que luego de la discusión
con Dúctil se ve desechada y enrolada en la vertiente del arte revolucionario,
aún cuando Rojas no propugne nuevamente un decálogo o manifiesto en que
explique ¿qué es el arte? Sin embargo, si hará análisis desde su experiencia
literaria sobre el escritor y su relación con la política, al menos la política
institucional, como también de una concepción general de la literatura nacional
en sus libros Los costumbristas chilenos (1957)
e Historia breve de la literatura chilena
(1965). No obstante, en un texto breve ubicado casi al final del libro De la poesía a la revolución (1938),
Rojas tiene un artículo titulado La
creación en el trabajo donde señalará “La creación no es una cualidad
circunscrita a determinados hombres. Todo ser humano la contiene en sí en más o
menos cantidad. Puede haber, y la hay sin duda alguna calidad y categoría en la
creación; pero no es esto lo que nos interesa. Lo que no interesa es la
creación en sí, la capacidad y el deseo que todo ser humano tiene en ese
sentido.”[22]
Declaración explícita del ideario estético ácrata, donde todos somos artistas,
pero además representa dos condiciones una, y en esto coincidimos plenamente
con Grinor Rojo[23],
es la de que posee una perspectiva completamente antialienada de la creación
artística, y la otra es la relatividad subjetiva que atribuye a cada cual en la
creación artística con base en un principio libertario.
Pero esta estética de Rojas que no
solo se emparenta con el ideario estético anarquista, sino también lo hace
poseedor de un carácter personal en que revela la lucha por dar forma a la
creación, la cual está vista en la perspectiva creativa del trabajo obrero,
viene a conformar en el texto una estética de la subjetividad donde el elemento
central es el autobiográfico. Los personajes, de hecho, son una rica fuente de
información histórica de los primeros anarquistas chilenos y sus vínculos con
ácratas venidos al país, su actos, reuniones y protestas, donde el diálogo y la
reflexión de su alter ego Aniceto
Hevia conforman un todo compacto.
La obra rojiana es irreductible a
cánones puramente literarios, pues ni criollista, ni naturalista, ni
floklorista, ni perteneciente a la generación del ´38, ni tampoco parte de la
novela de aprendizaje o bildungsroman,
pues sus textos son todo eso y más, algo
más. La subjetividad como elemento
diferenciador y marcado, al igual que en González Vera, proporcionan una óptica
de la realidad filtrada por su ideología, ideas que son acción y expresión de
una condición social. De ahí que, más que situar el anarquismo rojiano, como lo
denomina Cortés, en el periodo histórico de la llamada “cuestión social” de los
años veinte del siglo pasado, su obra y el componente anárquico en ella misma
es producto de su concepción política, donde sin decirlo abiertamente la
literatura era otro flanco de lucha, incluso contra los otros escritores. Al
respecto dirá:
“De todo esto
saco en consecuencia que el escritor no es un hombre de poder y que no puede ni
debe participar en él. Más aun: casi sería preferible que no formara en las
filas de ningún partido político. No le es necesario, como escritor. Hay una
línea moral eterna que con ligeras oscilaciones viene, en la civilización
occidental, desde Jesucristo hasta nosotros, pasando por el campo magnético de
innumerables cabezas pensativas y dolorosas. Esa línea debe defender el
escritor. El la conoce y la siente. Hay ciertos valores, ciertos principios,
ciertos sentimientos, que no tienen dentro del Estado, en la actualidad,
defensores libres, es decir, desinteresados. Esos valores, esos principios,
esos sentimientos, están contemplados en la mayor parte de los programas
políticos; pero, también en la mayor parte, son solo teoría, el reclamo, en una
palabra, lo que se llama la plataforma. Esa plataforma, una vez el grupo en el
poder, muertos o pervertidos los líderes que crearon el partido, es olvidada
casi por completo y en muchas ocasiones negada virtualmente y en el hecho. El
escritor no debe olvidarla, y dentro o fuera en contra de sus simpatías
políticas, aun en contra de su propio partido.”[24]
El reclamo de Rojas contra los
escritores militantes y la defensa de unos valores universales que debe
defender el escritor, como guardián de las ideas más nobles contra cualquier
perversión del poder que representa el Estado. Su prédica es notoriamente
anarquista, con la desconfianza sobre el Estado, anti-autoritaria,
anti-partidista y por sobre todo contra la utilización político partidista de
la intelectualidad y de los artistas.
Visto así la estética de la
subjetividad está implícita en toda la obra del escritor ácrata, la que creemos
no se ha logrado aún dimensionar en plenitud, pues sus textos no son solo una
expresión literaria, son también un documento contra-histórico por la
revelación de hechos que la historia oficial no cuenta, sino más bien calla y
silencia.
La acción
libertaria y la literatura
La acción directa libertaria ha sido
desde comienzos del siglo XX un debate ideológico en el anarquismo y también en
la sociedad. Sabemos por el propio Manuel Rojas que su grupo la respaldaba,
incluso el mismo llamó a Efraín Plaza Olmedo como el “justiciero”. Asimismo,
como él confesaba: “estuve preso varias veces”[25], porque la acción
libertaria se producía como ruptura al orden establecido, el orden de la
subyugación.
Cuentos
y novelas revelan el carácter de un autor que está siempre al pendiente de lo
que sucede alrededor, pero que es partícipe de los hechos. Hasta ahora no hay
registros historiográficos directos que corroboren la participación de Rojas en
diversas acciones libertarias de Santiago y Valparaíso, principalmente, pero si
hay elementos suficientes que permiten deducirla, sin precisar la acción
concreta, salvo por la realización de un cotejo entre sus relatos y los hechos
recogidos por la historiografía, puesto que dos nombres de organizaciones a las
que perteneció Rojas, y también su compañero González Vera, cuyo número de
integrantes no era alto como para poder restarse de la organización y
participación de las convocatorias, están siempre presentes: El Centro de
Estudios Sociales “Francisco Ferrer y La
Batalla.
Este momento “juvenil” o si,
también, se quiere de formación[26] del ideario ácrata de
Rojas marcará su actividad literaria, pues la participación de nuestro autor en
diversas iniciativas culturales y políticas como en la revista Claridad en los años ´20 y luego en Babel en los ´30, por nombrar las que
más trascendieron, vienen a ser la culminación de su aprendizaje más teórico,
donde la figura del ácrata español Teófilo Dúctil jugó un rol importante, así
como también la de José Domingo Gómez Rojas. Sus artículos de prensa y su libro
de ensayos De la poesía a la revolución son
una muestra de ello, así como sus premiados cuentos.
La mirada que fija sobre la
literatura es un mirar político, en tanto que, por ejemplo en el caso del libro
De la poesía a la revolución, reclama
la defensa de un valor humano y moral que el capitalismo industrial ha
corrompido. La marginalidad retratada en su literatura da muestra de ello,
donde el delincuente es visto como un sufriente, un desvalido. Esta idea está
presente a lo largo de toda la producción literaria anarquista hispanoamericana
del siglo XX, no solo en sus primeros años, encontrándose registros al respecto
en España y Argentina, pero además como uno de los principales elementos estéticos
ácratas en la literatura. El principal mérito de Rojas a nuestro entender
radica en el establecimiento indiscutible de una estética anarquista, pues ahí
logró sintetizar sus ideales en una expresión simbólica que sobrepasa la
formalidad del lenguaje, pues en él crea y recrea la sociedad, las emociones y
los propios ideales que posee sobre ella. En una descripción auto-inferida
sobre el ideario libertario dirá:
“Aniceto
tiene del anarquismo un idea casi poética: es un ideal, algo que uno quisiera
que sucediese o existiera, un mundo en que todo fuese de todos, en que no
existiese propiedad privada de la tierra ni de los bienes; por eso lo primero
que hay que hacer cuando llegue la revolución es quemar el Registro de Bienes
Raíces; en que el amor sea libre, no limitado por leyes; sin policía, porque no
será necesaria; sin ejército, porque no habrá guerras; sin iglesias, porque el
amor entre los seres humanos habrá ya efectivamente nacido y todos seremos
unos. Algo más también, pero esto es lo esencial. Sobre cómo realizar eso no
tiene la menos idea ni se preocupa de ello; ha oído hablar de la huelga
general, la gran huelga general revolucionaria y hay que organizar sindicatos y
crear escuelas que impartan una enseñanza científica y moral, en forma tal que
el bien y el amor resulten ser el fin de toda aspiración humana; hay algo de
griego y algo de romántico en todo eso, también algo de cristiano, de amor al
prójimo, pero sin cielo, en la tierra; hay
un poderoso mundo real que está en contra, además se necesita mucho
dinero, hay que publicar periódicos, manifiestos, dar conferencias, recorrer el
país, agitar ¿y de dónde sacar la plata?, los trabajadores no pueden dar tanto
y entonces algunos se han preguntado ¿por qué no robar?, el burgués, el
industrial, el comerciante, roban al pueblo, robémosles, es cierto lo hacen de
modo legal, han legalizado su robo y explotación y si uno se lanza a robar y a
expropiar lo meterán a la cárcel y hasta lo matarán, pero es c[27]uestión de decidirse, ¿le gusta?, échele para delante,
¿no le gusta?, quédese en la casa y haga lo que pueda.”
[1] Collage de entrevistas realizadas a
Manuel Rojas, reunidas en Nómez, N. y Tornés, E. (2005). Manuel Rojas. Estudios Críticos. Editorial Usach: Santiago p. 38.
Es necesario hacer notar que la cuarta obra, La oscura vida radiante, que compone la tetralogía rojiana no había
sido publicada aún.
[2] González Vera, J.S. (1961). Manuel Rojas. En Rojas, M. (1961). Obra Completas. Zig-Zag: Santiago p. 888.
Es importante señalar que este texto se encuentra disponible en González Vera,
J.S. (1967). Algunos. Editorial Nascimento:
Santiago y también en Nómez, N. y Tornés, E. (2005). Manuel Rojas. Estudios Críticos. Editorial Usach: Santiago.
[3] Si bien Manuel Rojas publicó libros
de poesías estos fueron breves llegando incluso a contener un solo poema en
uno.
[5] Un buen trabajo de recopilación de
los textos publicados en la prensa ácrata, tanto de Manuel Rojas como de
González Vera, se encuentra en: Soria, C. (comp.)(2005). Letras anarquistas. Editorial Planeta: Santiago.
[8] Espinoza, E. (1982). José Santos González Vera. Clásico del
humor. Editorial Andrés Bello: Santiago p. 92
[11] Rojas, M. (1913). Algo sobre arte. En Guerra, J. (2012). Un joven en La Batalla. Lom: Santiago p.
29
[13] Ibid. p.
58. Esta cita puede ser contrastada con lo que relata sobre el ácrata español,
el propio Rojas en Sombras contra el muro
(1973), ahí indicando que Filín
solo quería leer y escribir algún día, dice que el ácrata podía pasar con “las
narices metidas entre las páginas de Moleschott o de Reclus.” p. 49
[14] Vivanco, A. Y Miguez, E. (1987). El anarquismo y el origen del movimiento
obrero en Chile 1881-1916. Valparaíso. [En línea] Disponible en
http://www.archivochile.com/tesis/01_ths/01ths0001.pdf.
[17] Grez, S. (2007). Los anarquistas y el movimiento obrero. La alborada de “la idea” en
Chile 1893-1915. Lom: Santiago p. 251
[19] “Al atardecer del sábado 13 de julio
de 1912, en pleno centro de la capital, en la intersección de las calles
Huérfanos con Ahumada, por donde paseaban “muchos centenares de familias y
jóvenes de la aristocracia santiaguina”, el obrero anarcoindividualista Efraín
Plaza Olmedo abrió fuego al azar matando a dos jóvenes.” Grez, S. Op. Cit. p. 244
[23] Rojo, G. (2009). La ContraBildungsroman de Manuel Rojas. [En Línea] Disponible en http://www.manuelrojas.cl/wp-content/uploads/Sobreobra/PublicacionesPDF/Grinor-Rojo-Manuel-Rojas-La-Contra-Bildungsroman-De.pdf Este
es además un excelente trabajo de análisis de las obras de Rojas y sus
personajes marginales, permitiéndonos aseverar que bien puede tenerse como una
fuente complementaria a este trabajo, sin estar nosotros basándonos en lo hecho
por Rojo en su texto.
[25] Nómez, N. y Tornés, E. (2005). Manuel Rojas. Estudios Críticos.
Editorial Usach: Santiago p. 43
[26] Darío Cortés señala que en este periodo
(1922-1930) es la etapa de producción de sus cuentos, lo cual consideramos
efectivo y que coincide además con otras consideraciones de fechas al respecto,
pues también se dirá: “El primer periodo literario de Rojas como prosista, en
el cual debe incluirse Hombres del Sur (1926),
El delincuente (1929), Lanchas en la Bahía (1932), Travesía (1934) y El bonete maulino (1943).” Alegría, F. (1962). Las fronteras del realismo. Literatura chilena del siglo XX.
Zig-Zag: Santiago p. 86