El jueves 14 de mayo del 2015 quedó grabado en la historia triste
del movimiento social chileno y en particular en la de los estudiantes que
desde finales del siglo pasado vienen manifestándose contra el modelo mercantil
de la educación. Día negro que se empata con otros tantos donde la
intolerancia, la demencia delictual y la coerción social, que avala la
sobrevalorización de lo privado por sobre lo público, han sido el justificativo
perfecto para poner la muerte como opción y el asesinato como la posibilidad
real y efectiva de ser el resultado en una discusión. Y así han pasado los años, 42 desde el
Golpe y 26 desde el fin nominal de la dictadura cívico-militar que encabezó
Augusto Pinochet. Contexto terrible para una acción injustificada. Pero que nos
muestra que del pasado reciente poco y nada hemos aprendido.
Anoche, mientras cientos de personas nos agolpábamos en los
alrededores del lugar donde la muerte comenzó a hacer lo suyo, un grupo de
personas, amigos y compañeros de militancia comunista comenzaban a entonar en
honor de Diego Guzmán “La Internacional”, mientras las banderas rojas se movían
al ritmo del canto y el viento como en tantas otras lamentables ocasiones. A
continuación harían lo propio los jóvenes amigos de Exequiel Borbarán, pero su
canto sería distinto y expresaría con claridad el sentimiento que invadía la
plaza, la impotencia. La frase que comenzó como un murmullo adquirió la
claridad rítmica al momento que cobraba fuerza y vigor, solo contenía tres
palabras “Puta la weá”. El cantar se sintió como un reclamo, como una pregunta
sin respuesta, pero también y tristemente como un resultado sin vuelta atrás.
La muerte no tiene mediaciones, no es relativa y tampoco está justificada.
Lástima que un número importante de personas no lo entiende. Ya sean los
propios dirigentes estudiantiles, que sin apersonarse en la ciudad puerto para
hacer muestra de su sensibilidad y responsabilidad dirigente en la convocatoria
y reclamo que situó a los jóvenes estudiantes ahí, como igualmente la comunidad
educativa nacional, que al día siguiente hizo clases normales como si nada
hubiera ocurrido, son quienes tienen la primera responsabilidad en la acción,
pues pareciera que en su concepción de la vida las muertes de dos estudiantes
no fueran suficiente para un tiempo de reflexión y recogimiento. Esto, a mi
entender, es lo más complicado porque sigue operando la lógica del interés
privado por sobre la vida humana. Era mejor producir o mejor dicho, hacer
clases, que detener la máquina para pensar, dialogar y sentir el valor que
posee la vida ante todo. Fue un proceder mezquino, pero sobre todo insensible.
Me pregunto qué sujetos formamos en las universidades, cuál es la
condición humana que valoramos, dónde dejamos el humanismo que caracterizó y
debe seguir caracterizando a la educación. Cuándo nos pondremos a nosotros
mismos como valiosos, pues podría haber sido cualquiera que se encontrara tan
solo cerca del lugar. Frente a un biblioteca pública, en una plaza donde juegan
los niños, en una calle ocupada por el reclamo pacífico. O acaso fueron muy
pocas las víctimas o es porqué no se comparte la movilización social, que aquello
que ahí sucede no repercute en las demás comunidades educativas. El Gobierno
también fue indolente, pues si defiende el ideal democrático, cuya expresión
diaria es el derecho a disentir y manifestarse, debería haber declarado duelo
nacional y haber tomado por iniciativa propia la cancelación de todas las
actividades educativas.
Hoy estamos viviendo un momento complejo como país, donde cada día
se cierran las posiciones impidiendo el legítimo diálogo, más allá de las
diferencias, propias y necesarias en las democracias. Unos aprovechan la
provocación para ocultar sus delitos tributarios y ensalzar solapadamente los
ideales con que defienden su propiedad privada, a fin de cuentas son dueños de
más espacios que el propio Estado y sino ya hemos sido testigos de cómo actúan
para poner las cosas a su favor.
La crisis institucional se agrava porque es justamente la perdida
de toda sensibilidad a las dolencias humanas, expresada en una idea del poder
como una posición inclemente y despótica, la que provoca el rechazo de ministros
y parlamentarios, en donde seguimos siendo testigos mudos de conflictos sin
resolver como el de los ex prisioneros políticos que hoy están en huelga de
hambre o el hecho de aprobar una ley que ayuda a las personas con enfermedades
crónicas a cubrir sus gastos médicos, Ley Ricarte Soto, para que sea efectiva a
partir del 2020. Despropósitos que nos hablan de un carácter inhumano, fuera de
toda lógica con que se piensa Chile y los chilenos. Lógica que opera igual en
situaciones de catástrofe natural, aunque se vean pequeños grados de celeridad.
Chile hoy está de luto por dos jóvenes, pero también está en deuda
con los chilenos y los pueblos originarios, espero que esta deuda no se
posponga con una comisión ni una reforma, espero que esta deuda comencemos a
saldarla con la exigencia social. Las voces estudiantiles de Diego y Exequiel
seguir sonando en la sociedad con más fuerza, porque valoramos la vida por
sobre todo, para que su muerte no sea en vano y simplemente un dato más que se
suma a las millares de muertes que tiene la historia del movimiento social
chileno.
Valparaíso
15 de mayo 2015