Gaete y la
narrativa lumpen. La resurrección de la poética anarquista
(Este texto forma parte del libro "Narradores y Anarquistas. Estética y política en la narrativa chilena del siglo XX. Concepción: Escaparate 2015).
Desde que empieza a dar sus primeros
pasos en la vida, el niño proletario
sufre las consecuencias de pertenecer
a la clase explotada.
O.
Lamborghini
Cristóbal Gaete
(1983), periodista y joven escritor de Valparaíso, tiene ya varias
publicaciones y un par de libros en los que se manifiesta su actitud literaria.
Con un compromiso asumido en su narrativa, se convierte en el escritor de la
marginalidad de inicios del siglo XXI, cuya obra más importante hasta este
momento es Valpore[1],
junto a una serie de trabajos de rescate de la obra del poeta porteño
Carlos Pezoa Veliz.
Esta novela lumpen, como
él mismo la ha denominado, se inscribe dentro de las múltiples corrientes
literarias marginales. García Canclini ya había puesto atención en el rol de
las instituciones artísticas que promueven y desarrollan la literatura y el
arte, y la función político-ideológica que ellas tenían,[2]
como aparatos ideológicos suplementarios de la labor coercitiva del Estado.
Pero el avance y el acceso a los medios tecnológicos y de reproducción han
permitido que frente al dominio cultural de las grandes corporaciones e
industrias que manejan el “mercado”, la que incluso ha sido apoyada por la
crítica –como lo denunciaba Mauricio Wacquez-, emerjan múltiples iniciativas
que tratan de hacer resistencia a ese dominio hegemónico dentro de la cultura.
Sin embargo, y a pesar de la creatividad, las dificultades convierten a muchas
de estas intenciones en batallas pasajeras que se diluyen al poco andar. Dentro
de ellas, muchos son los jóvenes autores que hacen con sus obras una acción directa de rebelión y
anti-sistema en las que el arte, compañero fiel de todas las subversiones, vehiculiza otras formas de
pensamiento y representación del mundo. La crítica se hace arte y la obra es la
acción.
La narrativa lumpen de
Gaete hace justicia a los sectores ocultados por la nueva distribución del
espacio citadino, que ya en 1847 con la modificación de París procuraba el
ocultamiento de la pobreza, otorgando a lo marginal su sentido espacial del afuera, cuyo caso para el puerto de
Valparaíso son las alturas de los cerros, como bien lo describe Patricio
Aeschlimann en su libro Valparaíso de la
cintura hacia arriba[3]
del año 2011.
La planificación de la zona comercial y bancaria de
la ciudad-puerto han dado el sentido a que dicho espacio se conozca
popularmente como el plan, donde las
casas próximas a las zonas económicas son las antiguas casonas inglesas del siglo
XIX, cuyos moradores fueron los principales explotadores del salitre, para que
en las zonas más altas de los cerros se vean casas amontonadas en las
quebradas, cuyos caminos de difícil acceso, hacen correr grandes riesgos a sus
habitantes cada invierno por la lluvia y cada verano por el fuego, y oculten
con reflejos coloridos las latas revestidas como muros protectores de las
inclemencias climáticas.
“La calle nos llamaba. Podíamos seguir consumiendo con unas bolsas de
pegamento escondidas en la punta de las mangas. Nos llevábamos las manos a la
boca cada tanto, respondiendo lentamente a los estímulos de la ciudad, a la
micro que nos llevaría al plan o al infierno en su descenso de montaña rusa por
los estrechos caminos del cerro.”[4]
La
descripción de la vida propia de las zonas prohibidas, es ocultada por la
autoridad citadina a los turistas, en donde la delincuencia[5],
la drogadicción y el crimen son hechos cotidianos para sus habitantes. Mientras
la inversión privada ocupa los otros espacios, los patrimoniales, para atraer
al turista-consumidor de imágenes coloridas sin olor, sin sonido, sin tacto. El
descenso de los cerros es una función subversiva contra el orden social
neoliberal: el clasismo.
La obra de Gaete es expresión de una realidad humana
que existe pero que se oculta para no ser apresada por la autoridad defensora
de la normatividad conductual y que no acepta, tampoco, la búsqueda de la
satisfacción de los placeres sórdidos del instinto humano, y que al igual que
en la obra de Wacquez se rebela como transgresor contra el dominio racional de
esa norma social devenida de un ideal científico y religioso. Gaete actualiza
en la literatura la posición ideológica de un anarquismo individual que busca
diferentes formas de hacer frente al dominio hegemónico por parte de una
minoría. Así, el escritor quillotano que adopta el puerto por residencia, nos
narra la historia de tres jóvenes que hacen de su vida marginal una expresión
existencial de rebeldía total hacia la vida y sus normas morales y sociales
impositivas, un desarraigo cultural que los conduce al límite, dejándoles como
alternativas la muerte o a la aceptación social.
Estos personajes son la
evidencia de la injusticia del sistema social, político y económico, en que el
delincuente y el micro-traficante son la parte más débil de la lucha por la
sobrevivencia. “En el medio lumpen se
lleva a cabo la más primitiva y brutal lucha por la existencia. Deben vivir y
para vivir hacen lo que sea necesario.”[6]
Hay que comer, diría el protagonista en más de una ocasión.
Prostitución, violación,
crimen, drogadicción, tráfico, bailes, fiestas, alcohol son todos elementos que
hacen de esta obra su expresión, pero la pregunta una vez leída toda la
sordidez que está implícita en las acciones de los personajes, es por qué es posible
todo esto y qué hace que ocurra. No son hechos aislados, sino partes de una
realidad que está ahí afuera, en este mismo instante aconteciendo en algún
rincón de los cerros de Valparaíso u otra ciudad. Es una interpelación al
lector sobre el ser humano y su desarrollo. ¿En qué nos hemos convertido?
En esta última
interrogante, es en donde surge la resurrección de la poética anarquista y su
sentido social, con nuevas formas de un contenido más explícito, más evidente,
más terrible, pero cuya función es producir un remezón en la conciencia.
El lumpen, no es provocado por la búsqueda de un
ideal, sino que está enclavado en la sociedad como una consecuencia de su
desarrollo, es el daño colateral de ésta. “[E]l lumpen no es producto de sí mismo, no ha elegido ser lumpen: el lumpen es un producto de la sociedad, de la organización de la
sociedad.”[7]
Lo caótico para el anarquismo individual no está
asociado a un sentido negativo, sino a la libertad plena. Así, en este relato
caótico y marginal se busca sacar del sueño neoliberal la posibilidad de ir a
comprar con tarjetas de créditos al mall, de comer salmón con camarones en
finos restoranes o subir hasta las casitas que representan el esplendor de un
siglo en el que para ser construidas se había necesitado que obreros jamás
recibieran un sueldo; nunca fueran atendidos por un médico; no tuvieran un
techo digno donde cobijarse del frío pampino; y fueran acribillados cuando
reclamaron por los derechos más básicos de todo ser humano. Hoy son parte de un
patrimonio que más que embellecer, nubla con sus colores una realidad triste,
cruel y espantosa, en que la injusticia cargó hacia los menos la balanza de una
riqueza producida por los otros. Tal vez, lo más rescatable de la ciudad de
Valparaíso es la estatua de la plaza de la justicia, donde esa balanza está
guardada en la mano, desarmada como símbolo de una justicia que no trabaja.
“Los mostros están solos en las
calles de lo que fue Valparaíso, imposible esconderse entre la gente como lo
harían en una sociedad normal, formando redes invisibles. Obligados a mirarse
la cara a cada momento, no se soportan; se golpean sin mayor razón, lo que
genera un espectáculo muy espontáneo, very
tipical, para los turistas gringos y europeos que han aumentado
considerablemente con la administración
del Pulpo. Es la bonanza del turismo la que justifica que nadie se
moleste por Valpore, que más que una ciudad patrimonial, es un estado
neofascista.”[8]
Gaete, un anarquista literario por convicción y
trabajo, inicia su vida escritural con obras cuyo centro es el rescate
histórico de la marginalidad social que roza con el estudio antropológico en
algunos casos. Su texto sobre el Mercado
Cardonal o la iniciativa del proyecto escritural de los ambulantes, llamado
Monedas Callejeras, consiste en
rescatar la prosa popular en el relato de la experiencia cotidiana, algo que
está completamente fundamentado por el ethos
anarquista desde siempre. Acá son las voces actuantes de sus propios
protagonistas los que arman con su subjetividad el relato.
De este modo, desde la
revisión de autores del margen, podemos afirmar que la literatura no se acabará
aunque cambien los formatos, aunque acorten las expresiones limitando la
cantidad de caracteres y aunque la fugacidad del tiempo deje poco espacio libre,
porque el ser humano tiene la necesidad imperiosa de comunicarse y expresar
aquello que lo hace reflexionar y ser día a día. El ser humano mientras tenga
inquietud de sí tenderá hacia la utopía, no se puede decir el fin de las
esencias, como si el de los sistemas, porque mientras haya hegemonía y los
sujetos tengan conciencia habrá siempre contra-hegemonías y revolución.
[5] Para el anarquismo “El delito es el
producto de una organización social que con vicios como la desigualdad y la
propiedad, violenta la naturaleza humana. La sociedad crea malhechores, los
lleva al crimen, y luego los castiga despiadadamente. Así, pues, cualquier
defensa que ellos hagan de un acto delictivo se convierte en un ataque a una
sociedad basada en un sistema de privilegios y en la propiedad.” Lituak, L.
(1981). Crimen y Castigo: temática y estética del delincuente y la justicia en
la obra literaria del anarquismo español (1880-1913) ). En Revista
Internacional de Sociología Madrid Segunda época XXXIX enero-marzo.