“Educar no es el acto de consumir ideas,
sino de crearlas y recrearlas”
Paulo Freire
La educación en América Latina ha sido desde la invasión
hispano-lusitana un tema de conflicto, no solo por las formas que adquirió
durante la Colonia y posteriormente a los procesos independentistas, sino
también en los contenidos que se vertían en ella. Pues en ambos periodos e
incluso hoy la forma y el contenido educativo son la expresión de un proyecto
ideológico determinado por el sistema socio-cultural y político-económico que
sustenta todo el modelo educativo.
De ahí, entonces, que no es ajeno el que nuestra educación sea discutida
con grados de normalidad, siempre, lo que otros han realizado y dicho, desde lo
formal hasta en el contenido, sin considerar los factores particulares y
locales en donde se produce el proceso que llamamos enseñanza-aprendizaje. Esta
situación en la que se ha venido desarrollando la educación contiene en sí la
mayor responsabilidad de los retrasos educativos, de la imposibilidad de
mejorar sus resultados y por sobre todo de tener en la educación un sólido
proyecto que responda al desarrollo integral del ser humano y no a intereses
particulares de cada periodo histórico de la sociedad. En otras palabras, hacer
de la educación un agente dependiente de las circunstancias políticas y
productivas pone en crisis constante el proceso mismo que ella pretende
desarrollar.
En este sentido, ambas condiciones heredadas de la educación, que entre
medio ha tenido en disputa múltiples ideas acerca de lo que debiera ser,
representan los mayores vestigios coloniales en América Latina, pues desde la
Conquista se tiene la idea que la racionalidad, y esto lo digo desde mi propia
disciplina; la filosofía, reside en suelo europeo. Pues la famosa sentencia de
Hegel de que América es un pueblo sin historia aún resuena en los espacios
disciplinares curiosamente más en nuestras tierras que en la propia Europa. Sin
embargo, aquella frase, desproporcionada para cualquier momento incluso a la
llegada de Colón, se impuso como un determinante del saber y sus prácticas,
pues la educación fue concebida como un desarrollo de la racionalidad humana,
donde el arte ocupa un lugar marginal. Lo que visto en la situación actual y la
dependencia desde la cual hoy se proyecta la educación está sumando a las
humanidades.
En este marco general de desarrollo de la educación, insertamos nuestra
tesis señalada en el título de esta conferencia, pues el arte en la educación
viene a producir una ruptura epistemológica en la práctica pedagógica, porque
su incorporación al proceso mismo de la enseñanza-aprendizaje tiene como
condición implícita el reconocimiento de las subjetividades de los sujetos que
componen el grupo y no como demandan los procesos de racionalismos puramente
formales y repetitivos de anulación y ocultamiento de los sujetos. Lo que
demanda el exitismo de los resultados, cuya máxima que se refleja en ello es
que no importa el sujeto sino lo que se le exige, en este caso lo que debe ser
y saber.
Desde ahí entonces, la incorporación como un elemento consubstancial de
la práctica pedagógica que proporciona el arte significa un quiebre con esos
procesos, particularmente con los monodisciplinares y de ciencias
físico-naturales, puesto que el aprendiz deja de ser una caja receptora de
contenidos y pasa a ser actor constructivo del proceso. Pero, ustedes podrían
decirme que eso es justamente lo que se buscaba con la reforma “española” que
se implementó y que fue un gran fracaso en nuestro país, sin embargo lo que yo
estoy considerando no es lo declarativo sino lo que efectivamente sucede en la
práctica pedagógica y lo que condiciona más allá de tal o cual postulado dicha
práctica. En efecto, son tantas las condicionantes de logro, de avance de
contenidos, de aprendizajes esperados, de horas de trabajo docente en aula, de
horas destinadas a cada área del conocimiento, del nulo trabajo
interdisciplinar de los profesores, en otras causas, que poco o casi nada se
podría avanzar en esta dirección para alcanzar un desarrollo global e integral
del proceso educativo bajo esta premisa constructivista. Entonces como
resultado obtuvimos un cambio puramente nominal a las prácticas pedagógicas
decimonónicas que aún subsisten en los colegios, los que para mí son hoy por
hoy una institución desbordada.
La ruptura
¿Dónde se encuentra el conocimiento? ¿Desde dónde afianzamos los
conocimientos que transmitimos? ¿La educación debe responder a los puros
requerimientos particulares de cada sociedad histórica o tal vez a una
formación integral del sujeto más allá de los requerimientos productivos de tal
o cual periodo? ¿De qué manera el arte contribuiría a mejorar la educación?
Con estas y otras preguntas pretendo interrogarnos e interpelarnos sobre
nuestro quehacer como profesores. El rol que cumplimos en el aula y el lugar
desde dónde nos posicionamos. Efectivamente en la educación no hay lugares
metafísicos donde nos interrelacionamos con nuestros estudiantes, el lugar es
físico y las manifestaciones que ocurren en dicha interacción debemos comenzar
a reflexionarlas como parte de nuestra práctica, pues en esas expresiones hay
muchas señales que expresan sentidos diferentes y válidos dentro del proceso y
que por diversos factores no son recogidos ni reconocidos por nosotros. Debemos
pensar que efectivamente hay un choque simbólico entre nosotros y los estudiantes,
donde el rol, muchas veces mal entendido, del profesor son tiranías que ponen o
tienen a la disciplina como el fundamento primordial del proceso y al profesor
como un verdadero guardián del saber que es entregado solo cuando se cumplen
las condiciones ideales de silencio y rectitud en la sala de clases. Ahí, no
hay una construcción común de sentido sino muy por el contrario una imposición
que tiene como base una pedagogía del terror, pues tiene como principio la
represión y el amedrentamiento del estudiante. A pesar que suene esto a otro
siglo, aún hoy persiste este tipo de docencia e incluso me atrevería a decir
que subsiste también en las aulas universitarias.
Por otra parte, tenemos también una educación dialogante, que se funda a
partir de una empatía común del profesor y sus estudiantes, la cual obtiene muy
buenos resultados, sin embargo tiene como requisito que ambos compartan ciertas
condiciones y capitales culturales para que no se produzca un cuadro de
oposición entre un ser y un deber ser.
Y en tercer lugar, situaré la pedagogía constructiva y de valoración del
sujeto. Concebida a partir de múltiples concepciones particularmente las
aportadas desde la filosofía latinoamericana así como también las pedagogías
discutidas en estos horizontes, considero que la expresión del sujeto es
primordial para producir un diálogo pedagógico, para lograr un desarrollo
armónico de los sujetos, para la concientización de su propia condición y su
propio ser, y para producir un conocer y un conocernos, siendo aquí el arte un
provocador y el dinamizador de todo el proceso, pues en él se permite el
desarrollo de una libertad y creatividad en que se expresa una idea del mundo,
y a través de ella un capital simbólico que no necesita ser anulado sino que
incorporado al proceso educativo.
Esta ruptura epistemológica está justamente en el lugar del
descentramiento de la figura del profesor y su quehacer, pues los saberes
definidos en los manuales hoy han sido relegados a las particularidades de sus
condiciones dejando atrás las concepciones de verdades universales y
establecidas desde lugares ocultos y desconocidos. De validaciones que no pasan
de ser creencias y valores personales impuestos a sujetos que junto con
nosotros han sido negados y desconocidos por aquello mismo a lo que le
atribuimos LA razón o LA verdad.
La construcción de un
saber común
La práctica pedagógica necesita ser validada y reconocida en su sentido
fundamental, no puramente económico sino en el dialogante, reflexivo y
constructivo de su quehacer. Esto cuando uno lo conversa con colegas jóvenes o
lo discute en las clases en la universidad pasa normalmente como una exigencia
de aburrimiento absoluto, porque la valoración socio-cultural del diálogo y la
reflexión son en sentido negativo y no positivo, pero además porque no hemos
sido capaces de asociar esas actividades a los desarrollos sensoriales, al
trabajo de los sentidos. La captación de todo fenómeno no pasa por una
racionalidad pura, sino por su relación directa, experiencial y por tanto sensorial.
Hacer de ello construcciones y representaciones es parte de la labor pedagógica
pero no al modo en que yo quiero que sea representado sino al modo como los
estudiantes se lo representan. Ahí está el sentido de la libertad creadora, del
diálogo, del respeto de visiones, en fin, de una vida también más democrática.
La construcción de un saber común estriba entonces en el compartir
cotidiano, en la búsqueda de expresiones, en la libertad para que ello sea
posible, en el desarrollo de una consciencia crítica y propositiva, pero
también y sobre todo de los valores humanos que como especie y como parte de la
naturaleza debemos preservar.
Para finalizar quisiera decir que el arte desde siempre ha sido
expresión de formas de sentir, de formas de comunicar, de formas creativas, de
actos de liberación. Yo me siento tremendamente honrado de poder compartir con
ustedes esta apreciación general del arte en la educación en que se busca el
reconocimiento de los sujetos negados y el establecimiento declarado del lugar
desde dónde se sitúa el profesor para el desarrollo de su práctica.
Muchas Gracias.
*Conferencia pronunciada en el Seminario Arte y Educación. Re-aprender y Re-enseñar a través del Arte. Universidad Andrés Bello Sede Viña del Mar Noviembre 2013