La
universidad ha sido desde siempre un espacio del y para el
conocimiento, desde los inicios fundadores del saber riguroso, este espacio
tuvo problemas para su avance y desarrollo, pues continuamente ha tenido que
combatir el régimen ideológico imperante, llámese catolicismo, liberalismo,
positivismo y muchos otros ismos. Sin embargo, la realidad de América Latina ha
sido más precaria aún, ya que estos espacios han surgido al alero de ideas de
dominio, ya sea por expansión ideológica, como lo sucedido con los centros
académicos fundados en la Colonia, o para potenciar el dominio de unos pocos
que se hicieron del poder con las independencias. Es decir, en América la
universidad fue para una elite,
condición que recién parece estar poniéndose en cuestionamiento a finales del
siglo XX. No obstante, este cambio se debe a su crecimiento desmedido de
matrículas y carreras, visto más como un proceso económico que como una
planificación de desarrollo país, aún cuando por defecto esto ocurra, lo cual
nos hace suponer que la universidad en su total dimensión sigue siendo para una
elite. (Esto último se puede comparar con las universidad más importantes del
mundo y quienes son su alumnos).
Ahora
bien, dentro de este marco quisiera entrar al cuestionamiento específico respecto
de esta tesis general, es decir, las características de la universidad vista
como negocio para una mayoría y como debe ser en su sentido efectivo sólo para
una elite.
1.-
No hay generación de nuevos conocimientos. La universidad vista en el actual
modelo neoliberal se ha convertido en un centro de formación técnica calificada
para la gran mayoría de jóvenes que pertenece a ella, es decir, los estudiantes
ingresan a adquirir “competencias” que son específicas para las áreas laborales
en las que están interesados, perdiendo todo sentido integral de la formación
profesional, haciendo de la práctica académica una mera repetición de
contenidos sin poner en discusión ni promover la investigación que produzca
nuevos conocimientos o aportes críticos a los ya existentes.
1.1.- De esto se
desprende que el alumno considere que estudiar es la práctica repetitiva y
rememorativa de una lectura sugerida y acorde al ramo o curso tomado, los
cuales están circunscritos al aprendizaje técnico de la carrera, salvo los
prácticos en que se ensaya la teoría. Por A o B solo hay una repetición.
1.2- El
estudiante, entonces, es visto como un producto, pues se espera de él que
adquiera ciertas condiciones que le permitan aumentar su valor en la sociedad,
del mismo modo como una materia prima, por ejemplo, una tela que luego de un
proceso productivo se convierte en pantalón o falda. Es decir, la mirada sobre
la educación superior es puramente económica.
1.3.- El
académico en este sentido deja de ser un investigador y pasa a ser un docente,
al cual se le exige que tenga más condiciones didácticas que investigativas,
enseñándole incluso estrategias casi de entretenimiento para que su entrega de “información”
sea más lúdica y fácil de llevar a la práctica, pues al tratar al estudiante
como un cliente se le pretenden dar todas las facilidades para que consuma el
conocimiento comprado.
1.3.1.- Esto
último trae como consecuencia que el académico sea un trabajador desrregulado
que vende su fuerza de trabajo por horas, solo considerándose la docencia, sin
investigación y sin extensión, pilares de la actividad universitaria.
1.3.2.- Por su
parte, la minoría de académicos planta o con contrato pasa a desempeñar labores
administrativas, convirtiéndose en un funcionario de la institución que imparte
docencia, más no en un académico que genere nuevos conocimientos.
2.-
La universidad es un aliado de la empresa privada. Esta condición se refuerza
cada vez más en las forzosas y bien vistas alianzas entre los centros
académicos con las industrias y empresa privada, pues al ser éstos los espacios
finales de la “formación técnica profesional” los privados indican sus
necesidades para la adecuación de requisitos en la enseñanza que se imparte en
la universidad, dejando fuera de participación cualquier otra mirada que
incorpore el Estado acerca del desarrollo del país, pues en este sentido prima
un carácter económico.
2.1.- El
estudiante es enviado a prácticas profesionales a centros productivos donde no
reciben ningún tipo de remuneración por su trabajo realizado, entregándole
gratuitamente al privado sus conocimientos e incluso sus ideas de mejora, es decir,
ocurre una transferencia directa de la educación a la empresa sin que se
consolide ni evalúe el conocimiento o idea novedosa del estudiante.
2.2.- La
universidad pierde entonces su autonomía y comienza a regirse por las leyes del
mercado laboral, que es más bien, un mercado definido y condicionado por el
empresariado.
2.2.1.- La
universidad pierde cualquier dimensión de su sentido público, pues solo se
dedica a responder a los privados.
3.-
En la universidad no existe debate ni confrontación de ideas, solo hay
aplicación de conocimientos. En efecto, los centros de formación profesional no
consideran espacios de intercambio de conocimiento ni eventos de discusión
donde se establezcan consensos respecto de las diferentes áreas de desarrollo,
pues esto está completamente entregado a las manos del empresariado, no hay
ningún evento académico que sea reconocido ni valorizado en la sociedad como un
lugar donde se posen las miradas por las resoluciones a las que se llegue.
3.1.- Esto hace
ver que la universidad se ha instalado instrumentalmente en la sociedad, donde
el joven asiste más por el sentido móvil de su condición laboral, cuestión que
no está asegurada, que por un sentido esencial y público de la responsabilidad
que implica ser un profesional y estar más “preparado” para los avatares no
solo laborales sino también, supuestamente, de la vida. Con todo, pertenecer a
la universidad es estatus social y también económico, cosa que tienen muy claro
los estudiantes de ingeniería comercial, industrial, en minas, medicina o derecho, entre otras.
4.-
El pensamiento crítico y las humanidades en general están en retroceso. En esta
concepción de universidad y por las condiciones antes descritas, las
humanidades están en un retroceso que aumenta cada día, generando consecuencias
lamentables para el país, no solo por los índices que evidencia la lectura y
escritura en Chile, sino también por la ética profesional con que se actúa.
4.1.- Las
carreras al ser vistas como simples formadoras de competencias relegan el rol
de las humanidades y el pensamiento crítico a un segundo plano, sin ver ahí
cuestiones consubstanciales del desarrollo profesional como la expresión oral y
escrita, la resolución de problemas, el trato interpersonal, la reflexión
crítica en la toma de decisiones, entre otras relacionadas, pero
fundamentalmente la ética.
4.2.- El rol de
las humanidades para la formación integral del profesional es necesaria para la
construcción de país que estamos construyendo, pues no solo se necesitan
autómatas eficientes sino también personas que piensen y expresen, por
diferentes vías y formas, su pensamiento y reflexión. En esto, creo no
equivocarme, al establecer una relación entre lo sucedido con las carreras
humanistas en la Dictadura cívico-militar que encabezó Augusto Pinochet con el
rol que adquieren las humanidades en el neoliberalismo, es decir, hay una
condescendencia ideológica de por medio, la necesidad de formar profesionales
a-críticos.
Visto
así, la Universidad Neoliberal que estamos viviendo y de la cual formamos parte
quienes somos o nos consideramos académicos y no simples repetidores de un
conocimiento pauteado por la libre competencia vulnera nuestra actividad y
nuestro quehacer profesional y ético, por acción u omisión, haciéndonos
forzosamente parte de un modelo educativo que no pretende poner en discusión
nada salvo la mejora de la utilidad empresarial, que sin duda importa, pero no
lo suficiente para determinar y condicionar el desarrollo académico que debe
producirse en la universidad, pues esta sociedad, y esto es algo evidente pero
tan evidente que no se ve, no solo la conforman los grandes capitales privados.